El Veronés brilla en su casa
Verona expone 100 obras del pintor renancentista
Reunir la obra de Pablo Veronés es siempre una odisea. Gran parte de su pintura posee dimensiones enormes y por eso desde 1939 Italia no agrupaba una retrospectiva tan completa y honesta del pintor renacentista Pablo Caliari, conocido como Veronés (Verona, 1528–Venecia, 1588). Regresa a su ciudad natal con una exposición concienzuda, que apunta a demoler lugares comunes de un artista catalogado como un pintor decorativo, carente de la fuerza expresiva de Jacopo Tintoretto y la expresividad de Tiziano. La gran muestra, Pablo Veronés, la ilusión de la luz, que puede verse hasta el 5 de octubre en el Palacio de la Gran Guardia, reivindica el lado más versátil y brillante de este creador.
“Era tímido, muy trabajador y genial”, cuenta Paola Marini, directora del Museo de Castelvecchio de Verona, que trazó las primeras líneas del proyecto en 2008, cuando obtuvo una beca de la Universidad de Harvard para estudiar el Renacimiento. Su tesis fue la excusa para explicar desde el punto de vista científico las lagunas entorno a la pintura de Veronés. “He querido enterrar el cliché que le rodea, clasificado como un simple decorador de palacios y villas. Es cierto que se inició como decorador, pero fue además un hombre culto y sensible. Se interesó por la pintura religiosa, la arquitectura, el dibujo y el retrato", destaca la comisaria Marini, quien ha movido cielo y tierra para agrupar 100 obras, entre pinturas y dibujos provenientes de museos como el British Museum y la National Gallery de Londres, el Museo de los Uffizi de Florencia, el Museo del Prado de Madrid, el Metropolitan de Nueva York y el Louvre de París, entre otros.
Pablo Veronés creció respirando el polvo del mármol producido por su padre Gabriele, picapedrero. Con apenas 10 años aprendió los secretos de la pintura decorativa en el taller del pintor y decorador Antonio Badile, quien más adelante se convertiría en su suegro. Allí trabajó como dibujante, pintor y jefe del taller. Con 20 años dominaba la técnica de la pintura teatral: era capaz de crear personajes que daban la sensación de salirse de la escena, conocía la obra de Tiziano y Tintoretto y estudiaba con ojo atento las proporciones humanas de los dibujos de Miguel Ángel. A los 24 creó su obra juvenil más importante y audaz, La tentación de San Antonio, donde la figura femenina luminosa aparece con el seno izquierdo descubierto, mientras el santo es retratado en una atmósfera claustrofóbica. Quienes la vieron por primera vez no dejaron de admirar una obra que cuenta con los piropos del arquitecto, pintor y escritor Giorgio Varsari. “Es bellísima y la mejor de Veronés”, escribió.
Sin duda alguna, la amistad con el arquitecto Michele Sanmichele, responsable del diseño de la fortificación de Verona, catapultó al joven Pablo a codearse con la nobleza local y posteriormente la veneciana. En Venecia supo representar con maestría colores, joyas, flores exóticas, mármoles, columnas... El gran salto a la fama llegó en 1554, cuando recibió los primeros encargos para el Palacio Ducal y la Biblioteca Marciana. En la ciudad de los canales retrató también el placer, mujeres bellas y sensuales. Cuando Veronés se instaló en la laguna, con apenas 29 años, las cortesanas eran alrededor de 10.000 y, al parecer, su relación con la poetisa Veronica Franco le dio otro empujoncito para entrar en el cerrado mundo de la aristocracia veneciana.
La exposición intenta enterrar el cliché de decorador de villas y palacios
La exposición deja bien claro que Veronés no era un simple decorador de interiores. Era uno que conocía muy bien la arquitectura ilusionista. "Pablo aprendió desde muy joven a crear en sus obras espacios abiertos dentro de espacios cerrados", explica Thomas Dalla Costa, estudioso de la organización del taller de Veronés y autor de uno de los textos del catálogo. Y todo ese bagaje lo aplicó posteriormente a la pintura de escenas sagradas y profanas, ambientadas como los episodios de una obra de teatro.
El luminoso Palacio de la Gran Guardia, ubicado justo en frente de la Arena de Verona, exhibe Cena en casa de Simón, la primera gran tela que narra la Cena de Cristo y que se convertiría en un género que le hizo famoso. En las cenas posteriores –debido sus dimensiones enormes no han viajado a Verona– amplió el tamaño y los personajes. La más célebre, Bodas de Caná (1562–1563) fue pensada para el refectorio de un convento en la isla de San Jorge Mayor, en Venecia, pero sus 100 protagonistas cuelgan en una pared del Louvre delante de La Gioconda. La más polémica, Cena de Jesús en casa de Levi, le produjo muchos quebrantos y por poco su carrera no se vio amenazada. Retrató monos, perros y bufones deformes, mercaderes, soldados ebrios, papagayos, y entre todo ese tumulto apenas se distingue a Cristo y los 12 discípulos. En 1573 debió defenderse delante de tres miembros de la Inquisición. "¿Le parece conveniente dibujar en la última cena del Señor bufones, ebrios y enanos?", le preguntaron. Veronés se defendió con juegos de palabras. “Dibujo, hago figuras. En el cuadro se encuentra Cristo con sus apóstoles, pero si sobra espacio, lo adorno con figuras, según mis propias invenciones”. Modificó el nombre original, Última cena por Cena de Jesús en casa de Levi y siguió creando pintura religiosa. “Esta es otra de las lagunas por aclarar, pues parece poco convincente que bastase solo con cambiar el nombre de la obra y nada más”, comenta Martini.
Tras pillar una fiebre en una procesión de Semana Santa, en Treviso, la vida de Pablo Veronés se extinguió en su casa veneciana el 19 de abril de 1588. Tenía solo 60 años. Un siglo después de su muerte fueron encontrados 1.486 dibujos preparatorios firmados por él. Su taller veneciano se había convertido en una máquina de trabajo muy rentable, que no se detuvo no obstante su ausencia. De ello se encargaron su hermano, Benedetto, y sus hijos, Gabriele y Carletto.
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