Del falso amor y sus salvadores
Oteen a su alrededor: ¿Cuántas parejas hastiadas, cuántos veranos de aburrimiento bajo la sombrilla?"
El amor no es lo que era. Permítanme una cursilería al año, que no hace daño. El amor, hoy, casi ni es. Hay líos, rollos, flechazos, convivencias en pisos diminutos, algunas bodas-fiestón, rutinas de falsa sonrisa, bebés llorones y noches de insomnio, cuernos, malos rollos, whatsapps a escondidas, separaciones, pequeños triunfos de la reconciliación, batallas que gana la rutina y el tiempo. Pero amor, amor, amor, que decía el perfume... de eso hay bien poquito.
No es invención. No es despecho (ni va por ti, listillo). Oteen a su alrededor. ¿Cuánto amor ven? ¿Cuántas parejas hastiadas, cuántos veranos de aburrimiento bajo la sombrilla? Bueno, quizá sea el sopor pos-siesta, pero no se ve demasiado buen rollo, seamos sinceros. Se acabó el cuento, princesas Disney.
Al final tendrán razón Manuel Alejandro y, como siempre, la Jurado. ¿Se nos rompió el amor de tanto usarlo? ¿No nos estaremos pasando? Las pelis son románticas. Todos los destinos, los lugares, las ciudades, te enamoran. El chocolate es pura pasión y las piruletas más ricas tienen forma de corazón (¿siguen existiendo las redondas?) ¡Pero si hasta los osos son amorosos! Vivir así es morir de amor, pero por empacho.
Eso es abusar. Ni Hello Kitty sobrevive rodeada, ahogada, por tanto amor. Y por si para buscarlo no nos valía con todas las webs de ligoteo, ahora hasta Alonso Aznar Botella (por sus apellidos le conoceréis) va a lanzar al mercado una aplicación para ligar. Estos chiquillos ya no saben de qué montarse la start-up y juegan con nuestros quebradizos corazones.
Sólo hay unos que se están salvando de la quema. Que nos hacen creer un poco, un poquito. Unos por los que nadie daba un duro hace una década hoy nos asombran. Resulta que ahora Brad Pitt y Angelina Jolie son la más pura representación del más puro amor. ¿Alucinando? Pues sí, ellos han venido a demostrarle al mundo —o a intentarlo— que son el romanticismo en persona.
No es por su media docena de chiquillos ni por esa boda eterna que siempre posponen. No. Es que ahora se escriben cartas. De amor. A mano. Por favor, ¿qué decir? Si es que deja boquiabierto. En esta era, en la que hasta enviar un ramo de flores está a tres clics —tipo de flor, código postal, número de tarjeta—, lo de las cartas manuscritas es conmovedor. La máxima expresión del género epistolar en 2014 eran los mensajes de Facebook, cuatro o cinco párrafos, algunos hasta con tildes y mayúsculas. Y los Brangelina presumen de que entre rodaje y papilla, si están lejos, se escriben. Para mantener la llama (¿tan difícil será mantenerla con Brad Pitt a tu vera?).
Cartas. Letras a mano. Ni teclas, ni papeleras de reciclaje ni control+alt+supr. Simplemente lápiz y papel, todo viejuno, sin mánagers ni asistentes —bueno, quizá alguien les pegue el sello y se las eche al correo, pero de eso Angelina no ha dicho ni pío—.
Claro, que todo puede ser marketing. Más cerca de la auténtica estrategia que del amor verdadero.
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