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El cazatalentos de la música clásica

Martin Engstroem, fundador del Festival de Verbier, defiende el valor de la imagen para triunfar

Martin Engstroem, fundador y director del Verbier Festival.
Martin Engstroem, fundador y director del Verbier Festival.Aline Paley

Martin Engstroem (Estocolmo, 1953) comenzó a organizar conciertos siendo muy joven. Entre 1999 y 2003 fue nombrado vicepresidente de la mítica discográfica Deutsche Grammophon (DG), donde ficharía a estrellas de hoy como la soprano Anna Netrebko, Hélène Grimaud o los pianistas chinos Lang Lang, Yuja Wang y Yundi Li.

Hace 21 años fundó el Festival de Verbier en los Alpes suizos, considerado “el mayor festival clásico fuera de una ciudad”. Engstroem es un hombre de enorme influencia, a quien responden las llamadas tanto los mejores músicos como los patrones de la gran banca y multinacionales. Una proeza necesaria si se quiere financiar un evento cuyo presupuesto supera los 10 millones de euros anuales.

Pero Verbier, como [casi] todos los eventos clásicos del mundo, padece de una audiencia de edad más que madura. Nadie parece saber cómo atraer público joven a la cita con Mozart y Brahms. Engstroem tampoco. “Es que la cultura clásica se aprende en casa con la familia. Si no lo ha mamado de pequeño, lo más probable es que usted no pise una sala de conciertos hasta que tenga más de 40 años”.

Este hombre de discurso agradable fue uno de los que abrieron la ruta de Asia, nueva meca de la música clásica y última tabla de salvación de un nicho cultural que sufre para sobrevivir. “Asia es una gran palabra”, explica. “Pero fuera de Corea, Japón o partes de China no existe vida musical digna de ese nombre. No hay nada en el sureste asiático, ni en Vietnam o India”. ¿Pero China es realmente El Dorado? “Tienen fenomenales salas de concierto en Shanghái o Pekín. Una sala es más espectacular que la otra, pero lo que no tienen es público”, explica riendo.

No son pocos los analistas que critican el star system de la música clásica, del cual festivales como Verbier, Lucerna o Salzburgo serían ejemplos extremos. Y Martin Engstroem no es ajeno a esta tendencia de fichar jóvenes músicos de gran belleza y enorme carisma. ¿Vivimos en una dictadura de la imagen? ¿Un músico que no tenga atractivo puede sobrevivir?

“Hay que ser un maestro de las relaciones públicas”

“La imagen es central en la vida cultural”, analiza el sueco. “Cuando llegué a Deutsche Grammophon, mi cargo era A&R, o gerente de Artistas y Repertorio. Pero el repertorio no le importaba a nadie. Solo contaba el artista; y mi trabajo terminó siendo una gran A y una pequeña r porque ya nadie compra las sinfonías de Beethoven. El CD dura mucho, lo que hace innecesario reemplazarlo. Hoy la gente sigue al artista. El público quiere el último CD de Cecilia Bartoli o de Lang Lang, y poco importa lo que esté grabado. El repertorio es secundario”.

Hablando del peso de la imagen, Engstroem recuerda que como jefe de la DG le tocó renovar los contratos de monstruos como el pianista Maurizio Pollini o la violinista Anne-Sophie Mutter. “Tuve que explicarle a Pollini que en su contrato habría una cláusula exigiendo que conceda entrevistas a medios escogidos, dado que sus ventas ya no eran como antes, y que si quería el dinero que esperaba obtener de nosotros, tenía que aceptar darnos algo a cambio. Y ese algo es hablar con los medios. Su respuesta fue: ‘Pero ¡yo soy Maurizio Pollini! La gente compra mis discos!”. Pero Engstroem hace un gesto dando a entender que ya no es así. En el lado opuesto, explica que Mutter ha entendido las relaciones públicas, y hasta participa en concursos de la TV alemana. “Hace 10 años eso hubiera sido imposible, pero ella comprende las necesidades de la industria”.

Ya que estamos, hablemos de las ventas, un tema que siempre parece poner incómodos a los músicos. ¿Cuántas copias vende el mayor best seller clásico del momento? “El violinista Daniel Hope ha colocado unas 120.000 copias de su versión de las Cuatro estaciones, remezclada por Max Richter. Esta cifra es extraordinaria en el mercado clásico. Lo normal es que si vendemos 10.000 copias a nivel mundial gritemos bingo. En los Estados Unidos, con 300 millones de habitantes, si un CD clásico llega a vender mil copias se logra el disco de oro”, afirma.

El hombre que logró atraer a la crema de la música clásica a un pueblito en los Alpes y ha creado una escuela de fama internacional concluye diciendo. “Aquí en la Academia de Verbier explicamos a los jóvenes aspirantes que ellos son los únicos responsables por sus carreras. Ya nadie va a ayudarles ni asegurarles nada. Pero si son listos es posible que salgan adelante sabiendo planificar su carrera. Hay que ser un maestro de las relaciones públicas, pensar en la ropa y el aspecto, en cómo hablar con el público, e incluso hay que dominar las tecnologías de la información”.

Pero si hacen todo eso… ¿cuándo estudian los músicos? Martin Engstroem mira al cronista a los ojos, sonríe y sentencia: “Dura es la vida”.

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