Una voz hecha de cuerdas
Diego ‘El Twanguero’, guitarrista de Auserón o El Cigala, recala en Madrid tras su gira americana

“Twang desde 1976”. Diego García, El Twanguero, podría definirse solo con el tatuaje que luce en su antebrazo izquierdo. La tipografía recuerda a un cartel circense de los cincuenta o a la de cierta mítica marca de guitarras eléctricas, pero la fecha despista. Es el año de nacimiento de este guitarrista valenciano, que parece ser la reencarnación de algún bluesero del Delta del Misisipi fascinado por esa técnica de punteado que le da nombre y que consiste en arrancarle a la guitarra unos sonidos nasales y metálicos.
El Twanguero es, básicamente, un tipo entregado a su pasión. La que, durante la entrevista, le hace sujetar varias veces una guitarra imaginaria y emular su sonido con la voz, como si se le hiciera difícil explicarse sin echar mano del instrumento. La que le ha hecho abandonar su apellido para adoptar el de su estilo musical. La que le ha llevado a acompañar a Santiago Auserón, Andrés Calamaro, Jaime Urrutia o Diego El Cigala. La que ahora le permite volar solo de Buenos Aires a Vancouver y tocar durante toda una semana, y por primera vez, en el escenario del Café Central de Madrid, por donde han pasado figuras del jazz como Tete Montoliu, George Adams o Lou Bennett.
Todo empezó con los vinilos de guitarra instrumental de su padre, “música de guateque, sin voz, para poder hablar a las chicas al oído sin que estorbara”. Siguió con una revelación, en un plató de Telecinco en el noventa y tantos, cuando el Twanguero tocaba con una orquesta anónima que animaba uno de los programas de la cadena. “Una noche vino Compay Segundo. Nos puso a tocar con él y cuando le vi las manos entendí un montón de cosas. Copié sus gestos, igual que él aprendería de otros”. Le salió bien: el año pasado ganó un Grammy Latino como coproductor del disco Romance de la luna Tucumana, de Diego El Cigala.
Ahora se habla de él en los círculos underground de Estados Unidos como “un maestro del fingerpicking”, una técnica que consiste en reproducir, a la vez, la melodía del bajo y del solista. “Cuando toco allí hay que apretar. Van 200 frikis de la guitarra a mirarme las manos”, explica ajustándose su sempiterno pañuelo de crooner. Pero a Diego García le importa bien poco el método: “Yo no toco para guitarristas. Odio la música intelectual. La guitarra es el instrumento más popular del siglo XX, a todo el mundo le gusta el pa-pa-pá…”, dice reproduciendo las primeras notas de Smoke on the water de Deep Purple en unas cuerdas imaginarias.
'Guitarra dímelo tú', versión de Atahualpa Yupanqui por El Twanguero.
Por eso este niño de conservatorio que asimiló la disciplina de la Academia durante 10 años se ha volcado en la música raíz. Primero, la estadounidense, que recogió en su disco The Brooklyn sessions (2011) tras pasar una temporada en el barrio neoyorquino. Pero también la argentina, que ocupa su último trabajo, Argentina songbook (2013), donde cuenta con la colaboración de sus antiguos compañeros de escena —Bunbury, Calamaro, El Cigala— en temas como Guitarra dímelo tú, versión de Atahualpa Yupanqui, o Naranjo en flor, popularizada por Roberto Polaco Goyeneche. “Si cantaras llegarías a más público’, me decían. Pero a mí me da igual la radiofórmula, yo trato de defender un concepto: la guitarra como voz cantante”.
En esa búsqueda llegó a México, donde ha pasado meses estudiando la cultura de los pachucos, latinos emigrados a Estados Unidos en los cincuenta, “el mambo que se encuentra con Elvis”. ¿Y no para por casa? “¡Sí, si ahora paso un mes aquí!”, dice, como quien habla de siglos. El cansancio de las 20 horas de vuelo DF-Filadelfia-Madrid solo desaparece cuando piensa en grabar: “Ahora, a buscar banda, encerrarme... Yo hago discos por el egoísmo de aprender”.
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