La saga Talese
El periodista investiga el sueño americano que marcó a su familia
Con el cuento (en modo alguno chino) de que fue la madre del new journalism (el otro dandi tocado con sombrero de fieltro, Tom Wolfe, figura como padre) y de que su prosa a caballo entre la ficción y la crónica está siempre al servicio de la noticia, o del relato periodístico de su propia personalidad; y con el cuento, también, de que su narrativa es de no ficción y de que tampoco él mismo se tiene por novelista, sino por un autor de narrativa creativa pero real (lean, si no, Writing creative nonfiction: the literature of reality, 1995), al mítico autor del artículo de la revista Esquire 'Frank Sinatra está resfriado' (1966) parece que se le niega su condición de novelista descomunal, y Los hijos (Unto the sons, Knopf, Nueva York, 1992), sin asomo de duda su obra maestra, que con júbilo celebramos que se haya por fin traducido al castellano, es una saga familiar real, porque es la saga de su propia familia calabresa, un tratado encubierto de los benéficos efectos de la emigración, un brillante y enciclopédico ensayo acerca de las virtudes de la memoria, y una crónica sentimental de un calado impresionante, pero por encima de todo es una novela descomunal que tendría que estar vendiéndose ya en formato bolsillo.
Cuesta asegurar que el Talese narrador supere al Talese periodista, mitificado por sus artículos en The New Yorker o Harper’s Magazine, pero aboguemos por lo menos por situar su sagacidad de sabueso de los medios a la altura de su sensibilidad de escritor de fuste. Un fogonazo de talento, la imagen que abre su novela-río, pero que describe el mar: "El paseo marítimo, que en verano era un lugar festivo de melodías de tiovivo y luces de colores que giraban por la noche en la noria, en invierno quedaba ocupado por centenares de gaviotas que se posaban sobre la barandilla de hierro encarada al viento. […] El paseo esparcido de conchas era un inmenso cementerio de almejas; y en extraña yuxtaposición, en medio de la niebla, asomaban los restos oxidados de lo que antaño fuera una esbelta embarcación de cuatro mástiles".La saga se abre con la imagen del mar, metáfora de la emigración al Nuevo Mundo, y congrega el naufragio de un mundo, y la esperanza de vida que encarnan los globos infantiles, el viaje desde la Italia desangrada a los Estados Unidos de la provisión.
Una historia real contada con el rigor del historiador —la bibliografía, las hemerotecas, centenares de entrevistas— y las técnicas del novelista —el diálogo de guion cinematográfico, la descripción plástica, la imagen poética, el fluir del tiempo, la genealogía de los personajes—, una verdadera odisea, Los hijos constituye el lujoso e ineludible preliminar de Vida de un escritor (2006), la biografía coral de sus ancestros, el retrato emocionado del trasterrado que aprende que los Borbones, el sedicioso Garibaldi, el cálido sur de Italia, un sastrecillo valiente, los horrores de la Primera Guerra Mundial, un padre estricto y bigotudo de oscuro pelo ondulado y devoto de san Francisco de Paula, para cuyos modelos Gay ejercía de maniquí, Mussolini leyendo en verano las obras de Nietzsche que le regaló Hitler (y Toscanini emocionado en el Rockefeller Center deteniendo un concierto de Verdi al saber que Il Duce era ya historia), su tío Antonio Cristiani en el feliz París de entreguerras de Josephine Baker, o Frank Costello, forman parte de su personalidad.
'Los hijos' es un tratado encubierto de los benéficos efectos de la emigración, un brillante y enciclopédico ensayo
En su célebre entrevista a The Paris Review (número 189, verano de 2009), Talese confiesa que escribe despacio porque no quiere ahogar el borrador con palabras, que primero las pica a máquina, luego contempla las páginas colgadas de una chincheta sobre su escritorio y, si le convencen, las pasa al ordenador. Escribe con tal precaución que culminar Los hijos le llevó más de diez años: una década investigando para crear una obra de arte acerca de las raíces y las aspiraciones, la evocación de un pretérito imperfecto, la huida a la tierra prometida, y los santuarios del espíritu. Little Italy ya no es tan pequeña al leer esta novela inmensa en homenaje a la inmigración, un retrato en sepia del desembarco italiano en Estados Unidos trufado de imágenes potentes, como la de su padre poseído por la ira destruyendo las maquetas de aviones USA, que su hijo había construido con ilusión, al saber que la aviación americana acababa de bombardear la abadía de Montecasino, la imagen viva de la esquizofrenia emocional del émigré.
A ver, los Rougon-Macquart de Zola, los Buddenbrook de Thomas Mann, los Compson de Faulkner, los Buendía de García Márquez, los Gradov de Una saga moscovita de Aksiónov, los Corleone de Mario Puzo, los Levov de la Pastoral americana de Philip Roth…, ¡ah, y los Talese de Talese! Eso sí, si Roth quiso que los Levov simbolizaran la falacia del sueño americano, todo parece indicar que Talese ha querido en cambio que los Talese simbolicen su autenticidad. Y el sueño americano se lee en Los hijos como una novela bien a pesar de que tuvo lugar de verdad, no en vano decía Talese, categórico, en la mencionada entrevista, que él escribe historias del mismo modo en que lo hacen los autores que escriben ficción, sólo que en su caso se sirve de nombres reales. Al fin y al cabo, siempre es la realidad una de las muchas cabezas de la Hidra de Lerna de la ficción.
Los hijos. Gay Talese. Traducción de Damià Alou. Alfaguara. Madrid, 2014. 765 páginas. 22 euros
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