Monty Python a escena: el retorno
Los padres de ‘La vida de Brian’ y ‘El sentido de la vida’ convocan a unas 150.000 personas Son 10 noches sucesivas para su primer ‘show’ juntos en tres décadas
¿Un mero —y muy rentable— ejercicio de nostalgia o la última eclosión del genio de un grupo de cómicos, legendario e irrepetible? A los seguidores de los Monty Python, que en 43,5 segundos agotaron las entradas para asistir esta noche a la primera reunión de sus miembros en casi tres décadas, les va tan bien lo uno como lo otro. Habida cuenta de que entre los cinco supervivientes suman 361 años, la decena de funciones que protagonizarán este julio se presenta como una oportunidad de despedir a esos pioneros del humor más surrealista e insolente, cuya influencia en la cultura popular les mereciera comparaciones con los mismísimos Beatles.
Muy poco habían querido desvelar hasta ayer mismo John Cleese, Terry Gilliam, Eric Idle, Terry Jones y Michael Palin, todos ellos septuagenarios, sobre los detalles del espectáculo, más allá de que beberá de sus grandes éxitos del pasado pero con la incorporación de material nuevo. En vísperas del estreno, decidieron comparecer ante la prensa en el teatro londinense Palladium para animar la publicidad del evento y anunciar la sorprendente participación del científico Stephen Hawking en su show. El profesor “es un gran fan de los Python”, subrayó Idle, “así que le pedimos que se apuntara y aceptó”.
La actuación de los cómicos reservará un espacio muy destacado al recordatorio del sexto miembro del antiguo elenco, Graham Chapman, muerto en 1989 a causa de un cáncer. Probablemente las filmaciones de algunos de los momentos más hilarantes que protagonizó en vida serán incluidas en la reelaboración de sketches nunca vistos hasta ahora. Hasta qué punto podrán recuperar los nuevos Python la frescura de aquellos episodios televisivos de El circo volador, que irrumpió hace 45 años en las pantallas de la BBC con toda su irreverencia, o de películas como La vida de Brian o El sentido de la vida, es una cuestión que ellos mismos admiten plantearse.
“¿Quién quiere volver a ver a un grupo de abuelos que intentan recuperar su juventud? Eran divertidos en los sesenta, pero ahora...”. La pregunta corresponde a Mick Jagger, el longevo líder de los Rolling Stones, quien ayer quiso echar una mano a sus amigos interviniendo vía satélite y con una obvia autoparodia en la rueda de prensa.
“Queremos comprobar si todavía podemos ser divertidos”, esgrimieron los Python durante la multitudinaria convocatoria de prensa del pasado otoño en que anunciaron su retorno después de la disolución no oficial del grupo en 1983, seguida de puntuales incursiones en escenarios de las dos orillas del Atlántico, la última hace 28 años. El dinero también ha sido un factor determinante. Jones no ha tenido empacho en reconocer el revés económico que supuso la querella ganada en los tribunales por Mark Forstater, quien fuera productor de Monty Python y el Santo Grial, reclamándoles parte de las ganancias de un reciente musical inspirado en aquel filme (Spamalot). Sólo las costas en abogados rozaron el millón de euros.
Todo el mundo trabaja por dinero excepto los idiotas, ha venido a terciar Cleese, pero las ganas de volver a poner a prueba la química entre cinco personalidades tan dispares como compenetradas cuando se lo proponen han pesado mucho más. Todos han aportado una perspectiva diferente al armazón del nuevo espectáculo que, si bien bajo la batuta de Idle, ha sido concebido con el “espíritu democrático” que siempre fue el sello del grupo: solían dirigir sus películas en parejas, repartiéndose el cometido en días alternos cuando no acababan de entenderse en el plató, y si alguno se percataba de que otro compañero podía resultar más divertido en el papel que ya tenía asignado, sencillamente se lo cedía.
O al menos eso es lo que vienen asegurando sobre la asociación que iniciaron a finales de los 60 cinco jóvenes británicos graduados en Oxbridge (es decir, en las universidades de Oxford o Cambridge) y un americano de Minneapolis, Terry Gilliam, que halló con ellos una vía a su particular sentido del humor y de la vida. El imaginativo universo visual que Gilliam ha proyectado en sus películas de la etapa pos-Python (Brazil, Las aventuras del Barón Munchausen, Doce monos…), o en sus incursiones operísticas en la escena londinense, tendrá su reflejo en el show que se estrena este primero de julio. Y sobre todo la experiencia de unos comediantes que, desde que separaran sus caminos como conjunto, no han dejado de trabajar, en solitario o en combinaciones entre ellos de dos o de tres, para el cine, la televisión y el teatro.
John Cleese, el más alto y también el más divo, optó por explotar sus dotes de actor y guionista, aunadas con especial éxito en Un pez llamado Wanda. Michael Palin, a decir de sus compañeros el gran cómico del grupo en contraste con su personalidad ponderada en la vida real, participó en aquella película que le reportó un premio Bafta (el Oscar británico), pero hoy es especialmente conocido entre el público británico por sus documentales de viajes para la televisión. Idle, que además es compositor, se ha volcado en el mundo del teatro y fue el creador del musical Spamalot. El galés Terry Jones ha escrito guiones y libros, además de presentar documentales sobre historia medieval y antigua en la pequeña pantalla. Gilliam es hoy un cineasta inclasificable que sigue persiguiendo molinos de la mano de su proyecto inacabado sobre don Quijote.
La combinación de todos ellos, en un recinto del sur del Támesis con aforo para 14.500 personas, puede resultar explosiva, tonificante o bien quedarse en uno de esos revivals tan al uso. Aunque, en palabras de Gillian, cuanto menos “va a ser un homenaje prepóstumo con todo el baile y las risas que se pueden esperar”.
Babelia
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