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Fez mantiene vivo con música el hechizo de Mandela

El senegalés Youssou N`Dour y el sudafricano Johnny Clegg rememoran la figura del líder

Fernando Navarro
El cantante senegalés Youssou N'Dour durante su actuación en Fez (Marruecos).
El cantante senegalés Youssou N'Dour durante su actuación en Fez (Marruecos).FADEL SENNA (afp)

Nelson Mandela solía referirse al concepto africano de ubuntu para explicar el hechizo de su historia, la razón por la que pudo superar las barreras del odio y liderar un país donde negros y blancos vivieron separados y enfrentados durante décadas.Ubuntu significa hermandad, una idea por encima del ser individual que viene a decir que una persona es persona a través de otras personas.

En el inconmensurable marco de Bab al Makina, antiguo Palacio Real de la ciudad imperial marroquí Fez, la música fue anoche una especie de ubuntu con el que el yo quedó subordinado al nosotros. Porque, como si de un hechizo se tratase, todos los asistentes, que llenaron el maravilloso recinto de altas murallas, compartieron el gozo por los ritmos africanos del senegalés Youssou N`Dour y el sudafricano Johnny Clegg, al tiempo que mantenían viva la memoria de Mandela, al que está dedicada la vigésima edición del Festival de las Músicas Sacras de Fez, que comenzó este pasado fin de semana.

Vestido con una túnica blanca, bordada y brillante, Youssou N`Dour apareció anoche acompañado de sus fieles escoltas del grupo Super Étoile de Dakar. Con ellos, el cantante, ahora también ministro de Cultura de su país, consigue siempre sus mejores registros, dotando a su música de un colorido tan intenso como esplendoroso, sin perder nunca el irresistible toque senegalés, ese calambrazo divino que se cuela por los huesos, conocido como mbalax, que es el ritmo que aporta el tama, un tambor de axila. Pero la mejor lanza es el grito de guerra de N’Dour, la garganta más espectacular del continente africano junto con la de Salif Keita y Baaba Maal. Casi imposible fue ayer resistirse a esta voz mercurial y penetrante que menea el esqueleto que da gusto, como cuando interpretó con gran algarabía su célebre Nelson Mandela, pero que también puede derretir en los medios tiempos, tal y cómo sucedió con Seven seconds, su gran éxito de los noventa y una auténtica joya pop con aromas aborígenes.

En este tributo a la carismática figura del líder sudafricano, no podía faltar un músico como N’Dour, icono de la música negra africana, a la que ha dado una visibilidad mundial desde sus cantos ancestrales en wolof, la lengua más hablada en Senegal. Pero tampoco podía estar ausente por su aura de estrella que viene del Tercer Mundo, como el propio Mandela hizo en el enorme tablero de la política internacional o como Bob Marley, otra fuente de inspiración del cantante senegalés, del que tocó Redemption song para el deleite del público, en su mayoría europeo.

Ecos zulús

Otro que no podía faltar era Johnny Clegg, que solo compartió escenario con N’Dour durante la canción Nelson Mandela. Antes, sus himnos de ecos zulús también hicieron bailar a todo el patio de butacas. El sudafricano, actualmente casi desaparecido del mapa pero que cantó como el que más por la liberación de Mandela durante la década de los ochenta y le conoció personalmente, ofreció una actuación repleta de composiciones embriagadoras, en las que las cuerdas acústicas se abrazaban con la percusión mientras su voz se estiraba ligera como la de un chamán eufórico. Más que canciones parecían cánticos desérticos invitando a la alegría de vivir. Como aseguraba el propio músico a este periódico: “Con la música te das cuenta que el mundo no es tan plano”.

En otra dimensión se puso el respetable cuando anunció que iba a tocar Asimbonanga, su popular himno por Mandela. Solo hicieron falta las primeras notas para que el milenario recinto amurallado de Fez pasase de la fiesta a la ceremonia casi mística, con la mayoría de los oyentes, que se habían meneado sin parar y dado palmas, puestos en pie en silencio, como orando por el recuerdo del hombre que acabó con el apertheid o, en palabras de Abderrafia Zouitene, presidente del festival, “la voz más útil de África, que creó un nuevo entorno de tolerancia y energía positiva para todo el continente”.

Energía musical

Esa clase de energía, previamente, en el agradable jardín del Museo Batha, fue radiada por la tarde por Luzmila Carpio, quien lucía un pulcro vestido indígena negro de algodón pese al calor imperante. La boliviana cantó sus rezos dedicados a la naturaleza de los Andes y enmudeció a los asistentes, muchos de ellos sentados en el suelo sobre amplias alfombras verdes. Bajo el cobijo del roble centenario del patio central, mostró la insólita evocación de sus charangos, originales de las montañas de Potosí. Su timbre versátil, que le permitía incluso recrear los cantos de las distintas especies de pájaros andinos, y la fuerza del siku y la quena, las dos flautas indígenas que la respaldaban, consiguieron darle todo el sentido a este festival que promueve los sonidos étnicos y tradicionales.

Con igual predisposición a estrechar lazos entre diferentes culturas, el tenor Roberto Alagna defendió durante la noche del sábado Mediterráneo, una creación musical junto con The Khoury Project, una magnífica banda de ocho músicos, liderada por tres hermanos palestinos, que fusiona los ritmos tradicionales de Oriente Próximo con influencias del jazz o diversos sonidos europeos autóctonos como el celta o el flamenco. Alagna acabó entre ruido de aplausos en Bab al Makina pese a su actuación desprovista de riesgos y altas cotas emotivas. Surgiendo entre las palmeras, el italiano, un ejemplar de tenor mediático, ataviado con chilaba, vaqueros y una amplia sonrisa, desplegó su vozarrón agudo de amplia resonancia que al principio hizo retumbar todo el patio pero terminó por ofrecer un recital tibio, donde había más pose que nervio, sin simbiosis entre su recorrido lírico y la ejecución con precisión de relojero que The Khoury Project hacían del laúd, la cítara y la percusión oriental.

Pero en ningún caso ensombrece el buen hacer de este evento que mira hacia todos los rincones del mundo y aspira a partir del año que viene a tratar otras artes como las culinarias, arquitectónicas o artesanales. Pero su esencia seguirán siendo las músicas del mundo, como la que se escuchará mañana martes del flamenco Tomatito. Las músicas del mundo o, simplemente, la música. Porque, en palabras de Mandela, la gran figura homenajeada, "todos somos ramas del mismo gran árbol humano", al igual que se puede decir que todas las músicas son ramas del mismo gran árbol de la humanidad, consiguiendo hermanar a blancos y negros, propios y extraños. Consiguiendo hechizar o eso que Madiba llamaba ubuntu.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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