Del barrio a la aldea global
Menese, Rancapino y De la Morena son artistas cuyas trayectorias, lo mismo que sus fatigas, son, una a una, muy personales, únicas e irrepetibles
Menese, Rancapino y De la Morena son artistas a los que les pueden separar algunas cosas. Cada uno de ellos ha tenido su particular aproximación al flamenco y sus trayectorias, lo mismo que sus fatigas, son, una a una, muy personales, únicas e irrepetibles. Pero a la vez, y más allá de la edad, son muchas más las que les unen. Los tres provienen de un tiempo que se está yendo irremisiblemente (si no se ha ido ya) y que, en gran medida, posibilitó inigualables espacios para el flamenco. Tiempos de dignificación de este arte, de grandes e históricos tablaos donde se reunía lo más granado de la profesión, de festivales de verano en cada pueblo con noches en las que había que hacer doblete y, en el caso de Menese, un tiempo en el que las producciones discográficas funcionaban (él registró más de treinta discos). También, la mayoría de los artistas de la segunda mitad del siglo XX fueron de los (pen)últimos en tener al flamenco como una forma de vida, un arte que vivieron de mane ra familiar y cotidiana, y que pasaba de una generación a otra por transmisiones tan orales como vivenciales. Pero ¡ay, dios!, los patios y los barrios donde se daban esas formas de vida casi han desaparecido, por no mencionar los cambios en las propias relaciones humanas: “Ha cambiado la humanidad”, como dice el maestro de La Puebla de Cazalla. Otro es el tiempo, no cabe duda, aunque con las urgencias del día a día no se sepa muy bien hacia dónde se camina.
De alguna forma, el flamenco forma ya parte más de la aldea global que de los barrios y arrabales. Padece, como todas las artes, de los efectos perversos de la era digital, que ha posibilitado la piratería, devaluando el valor de una música por la que no se paga. Una era que, al mismo tiempo, ha convertido la red en general, y YouTube en particular, en un inmenso y descontrolado archivo para el deleite gratuito de cualquier aficionado planetario. Se han multiplicado las posibilidades, pero no todas dan de comer. Y vuelven las fatigas, por más que exista general acuerdo en que, sobre todo, desde el punto de vista creativo —en el cante, en el baile y en el toque— el flamenco vive un gran momento. Pero las posibilidades escasean para los jóvenes artistas, sobre todo en su tierra, y sin ellas ¿cómo se puede crecer? Las claves han cambiado, pero la inmensa mayoría de los flamencos de una u otra generación siguen necesitando de las mismas o similares artes de supervivencia.
Babelia
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