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Someterse o respirar

Markovits retrata la represión interna y externa en una familia jasídica que huye de la barbarie

Berna González Harbour
Markovits ha firmado una novela que regresa al territorio pos-Holocausto.
Markovits ha firmado una novela que regresa al territorio pos-Holocausto. reuters

Aviso importante para los adictos al territorio pos-Holocausto en proceso de desintoxicación: si agarran este libro recaerán, sin importar cuánto tiempo hace que aparcaron las lecturas sobre judíos perseguidos y superaron el síndrome de abstinencia que hormiguea aún de cuando en cuando, con obstinación, en noches de insomnio. Las hijas de Zalman, de Anouk Markovits, nos vuelve a sumergir en lo mejor de un género nunca agotado, y lo hace sacudiendo otra vez en el lector la incredulidad, la incapacidad de comprender el quién, qué, cuándo, dónde, cómo ni el porqué de la barbarie, del éxodo forzado, en el mejor de los casos, de familias fragilizadas por su origen y su religión.

Pero esta novela, sobre todo, regresa al tormento de su represión interior. Al peso asfixiante de la propia comunidad, que se retrae, se repliega y se envuelve en sus tradiciones más agarrotadas e irracionales para protegerse y permanecer. Con un lejano aroma al universo de Isaac Bashevis Singer, Markovits narra la historia de dos medio hermanas de lazos tan estrechos en lo sentimental como dramáticamente vulnerables ante el ataque del lobo feroz, aquí disfrazado no de abuela, sino de fanatismo religioso. Pertenecen a una familia de la secta jasídica Satmar, que tuvo que huir de la frontera de Hungría y Rumania en pleno auge de los ataques antisemitas. Tras refugiarse en París, hacerse adolescentes no tiene para ellas como grandes retos elegir entre el Twitter y el Facebook, sino resistir o sucumbir al anhelo de pedalear una simple bicicleta en una tarde primaveral en los jardines de Luxemburgo, aunque sea con incómodos zapatos de charol y a riesgo de enfadar a los dueños de la verdad; cumplir con la rígida obligación del Shabat o saltársela por las buenas, sin querer, y sin ser muy conscientes de que eso te lleva directo al túnel del terror; o entregarse al deseo ardiente de ¡leer, estudiar, vivir! frente a la imposición de una vida sin carrera, ni pareja de su elección. De amor o sexo, ni hablamos. Aunque está.

En la medida en que es la propia autora, criada en Francia y hoy afincada en Nueva York, quien huyó de esa situación a los 19 años, la obra supone un logro increíble al conseguir sepultar lo autobiográfico bajo una ficción de casualidades imposibles, pero bien engarzadas, de sacrificios, de desprecio, de traiciones interiores y de destinos fragmentados por la lucha entre rebelión y conformidad. Resignarse o romper. Obedecer o huir. Someterse o respirar.

“Si hubiera escrito unas memorias solo podría explicar mi historia, la historia de la chica que se fue, cuando lo que realmente me interesaba era hablar de los que se quedan”, dijo Markovits a Toni García en este periódico. Y dibujar ese universo, el de los que se quedan, es su mérito.

No esperen ni teman sobredosis de maniqueísmo, porque en la huida hay quiebra y en la permanencia hay sufrimiento. ¿O acaso podía ser de otra manera? La novela es dulce y es amarga. Y está bien escrita, con una prosa suave y elegante.

El único peligro es el ya expuesto: cuidado si habían logrado abandonar el territorio Holocausto. Esta droga es de calidad.

Las hijas de Zalman. Anouk Markovits. Traducción de Magdalena Palmer. Salamandra. Barcelona, 2014. 256 páginas. 17 euros

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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