Explosión cubista en el Guggenheim
El museo bilbaíno acoge la mayor retrospectiva sobre Braque organizada en España
Cuenta Daniel-Henry Kahnweiler, el gran marchante parisino que apostó por el cubismo, que el movimiento fue denominado así por primera vez en 1908 en una reseña firmada por Louis Vauxcelles sobre una exposición de Georges Braque (1882-1963). Allí se hablaba de manera despectiva de cubos y extravagancias cúbicas. No sabía el crítico que Braque, junto a Picasso, desarrollaría un movimiento que supuso uno de los grandes puntos de inflexión en el arte occidental. Braque y Picasso trabajaron conjuntamente hasta el estallido de la I Guerra Mundial. El francés se alistó en el frente, y a su vuelta seguiría por derroteros creativos ajenos al español, aunque mantuvieron una férrea amistad hasta el final de sus días.
La exposición está organizada con el Pompidou y el Grand Palais
La trayectoria de Braque, mucho menos conocida que la de Picasso, centra la antológica titulada sencillamente Georges Braque, que mañana se inaugura en el Guggenheim de Bilbao con 250 obras distribuidas en ocho salas por orden cronológico y que estará abierta hasta el 21 de septiembre. Organizada junto al Grand Palais y el Georges Pompidou parisienses y patrocinada por el BBVA, la muestra conmemora el 50º aniversario de la muerte del artista. Entre el desfile de sus orígenes fovistas, inicios del cubismo, la invención del collage o sus escenografías, incluye fotografías y documentos que desvelan una personalidad retraída a veces, libre siempre y absolutamente entregado al experimento artístico.
Brigitte Leal, subdirectora del Museo Pompidou, ha organizado la exposición con el ánimo de recordar la aportación esencial de Braque al cubismo, pero recordando que fue mucho más que eso. “La figura de Braque se vio ensombrecida por la desbordante personalidad de Picasso. Recordemos que en el mundo hay cinco museos Picasso, dos de ellos en Francia. En cambio, Braque, pese a ser francés y a su innegable papel histórico, no tiene ningún museo dedicado en exclusiva a su obra”, dice. Reconoce la comisaria que convertirse en el pintor oficial del régimen de De Gaulle tampoco le benefició ante el mundo artístico. “Es el momento de hacerle justicia. Nunca, hasta la fecha, se le había dedicado un homenaje de esta magnitud”.
La figura de Braque se vio ensombrecida por la Picasso” Brigitte Leal, subdirectora del Museo Pompidou y comisaria de la muestra
En el arranque del recorrido se agrupan sus obras de juventud. Hijo de un pintor de brocha gorda, pudo estudiar en la Academia de Bellas Artes de París, donde se dejó seducir por la fuerza del color loco de los fovistas, a los que había descubierto en el Salón de Otoño del Grand Palais en 1905.
Gracias a su amigo el poeta Guillaume Apollinaire, en el otoño de 1907 visita el Bateau Lavoir, el edificio situado en Montmartre donde se reunían los artistas y en el que Picasso disponía de un estudio propio. Allí, Picasso le invita a contemplar Las señoritas de Avignon, la composición en la que el artista español estaba trabajando. Braque quedó fascinado por aquel lienzo ocupado por planos angulares sin fondo ni perspectiva espacial. La cita marca el comienzo de una amistad indestructible y el inicio de uno de los movimientos más rompedores de la historia del arte: el cubismo.
Entre 1907 y 1914, ambos autores abandonan las nociones tradicionales de perspectiva, escorzo y modelado para representar la tridimensionalidad y el volumen sobre un plano bidimensional. Inventan el cubismo analítico y el cubismo sintético. En el primero, las formas son geométricas, y los colores, apagados y austeros. En el segundo, desde 1912, el color reaparece con mucho más protagonismo; es mucho más fuerte, y las formas, más decorativas. A veces experimentan incorporando letras recortadas y pedazos de periódicos para integrar en la obra fragmentos de la realidad. Eran los famosos collages, que con gran entusiasmo realizarían también otros artistas de su entorno.
El estallido de la I Guerra Mundial acaba con la colaboración entre ambos. Braque se va al frente y cuando vuelve nada será igual, por más que mantengan su amistad en reencuentros periódicos. Una de las cartelas de la exposición recoge una reflexión de Braque a propósito de su amigo: “En esa época estaba muy unido a Picasso. A pesar de tener temperamentos muy distintos, estábamos guiados por una idea común. [...] Vivíamos en Montmartre, nos veíamos todos los días, hablábamos... Durante aquellos años, Picasso y yo nos dijimos cosas que ya nadie se dirá nunca más, cosas que ya nadie sabría cómo decirse, que ya nadie sabría comprender…”
El pionero de las vanguardias participó en la I Guerra Mundial
En el frente, Georges Braque sufre una grave herida en la cabeza. Después de una larga convalecencia, a mediados de 1917 se siente capaz de volver a pintar. Su estilo se hace menos angular, y las curvas, más estilizadas. A veces, añade arena para resaltar la textura de los lienzos. Pinta naturalezas muertas, desnudos y sus famosas cenéforas —mujeres desnudas con cestas de flores en la cabeza—, una mirada al clasicismo de la pintura francesa que le causó agrias críticas.
Sin dejar nunca las naturalezas muertas, una constante en todo su trabajo, a partir de la década de los treinta, Braque se abre a nuevas fuentes de inspiración, como la introducción de figuras humanas en su obra, pero será después de la II Guerra Mundial cuando el artista realice una de las series más descorazonadoras de su carrera. “Al estallar la guerra, Braque se encontraba con Joan Miró en Varengeville-sur-Mer. Durante este periodo y el de la ocupación ejecutaba obras oscuras y dolorosas”, [...] explica la comisaria [...]. Después vendrían las series dedicadas a los pájaros o al taller del artista, o los últimos paisajes, en los que la tierra parece confundirse con el cielo.
Fue el primer artista vivo en exponer en el Louvre en 1961
El broche final de la antológica está dedicado al papel de escenógrafo que el autor realizó en la década de los años veinte para los Ballets Rusos de Serguéi Diaghilev y Léonide Massine.
Al final de su carrera, su fama en Francia era inmensa. En 1961, tuvo el honor de ser el primer artista vivo en exponer su obra en el Louvre. A su muerte se le oficiaron funerales de Estado y André Malraux fue el encargado del discurso de despedida.
Babelia
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