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“Mi generación fue demasiado lejos”

‘Who I am’ (editorial Malpaso), la autobiografía de Pete Townshend, revisa la carrera tortuosa del líder de The Who

Diego A. Manrique
Pete Townshend, durante una actuación en 1975.
Pete Townshend, durante una actuación en 1975.evening standard / getty images

Seguramente, una vez que Bob Dylan renunció a cualquier papel de portavoz, Pete Townshend (Londres, 1945) fue el gran cronista musical de los alborotados años sesenta. Aparte de sus famosas óperas rock (Tommy, Quadrophenia), llegó a escribir columnas regulares para la revista Melody Maker y se prestaba a intensas entrevistas a calzón quitado.

Sus preocupaciones generacionales tenían un eco atormentado en las composiciones de Roger Waters, cabeza pensante de Pink Floyd: “Nosotros llegamos un poco antes pero sí, me sentía bastante en sintonía con Roger. Él perdió a su padre en la guerra; yo perdí el mío al mundo musical de la posguerra. Ambos nos enfrentábamos a los pros y los contras de esa herencia”. Cincuenta años después de que el pop británico se apoderara del mundo, Pete Townshend, que ahora publica su autobiografía (Who I am, ediciones Malpaso) analiza los motivos: “Estábamos bien situados, entre América, Europa y lo que quedaba del Imperio. Tomábamos un poco de todos, lo usábamos y lo vendíamos de vuelta. No teníamos nada que perder por renunciar a nuestra vieja música pop, que en general no era buena”. Hoy, Townshend tiene sentimientos ambiguos sobre los sesenta. “El multiculturalismo, el liberalismo moral son herencias de la agitación social de los sesenta. Creo que cambiamos muchas cosas, pero no siempre para bien. Conscientemente, pusimos a prueba las leyes, las reglas sociales, las fronteras morales que venían de la guerra mundial. Tal vez fuimos demasiado lejos, pero había necesidad de cambio”.

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Fue de los primeros en denunciar las fantasías revolucionarias, al publicar en 1971 Won’t get fooled again, racionalización de la actitud demostrada en Woodstock, cuando echó violentamente del escenario a Abbie Hoffman, el radical yippie, que pretendió interrumpir el show de The Who. “En realidad, el sentido de la canción ha ido variando. Ahora, lo veo más como un rechazo del capitalismo hippy. De gente como Richard Branson, que una vez tomaron LSD y se creen legitimados para controlar nuestra vida”.

También pudo ser destinada a Steve Jobs, al que Townshend amenazó con castrar, durante una conferencia patrocinada por la BBC: dado que Apple se enriqueció destrozando el negocio de la música, estaba moralmente obligada a reinvertir en artistas nuevos. Más allá del exabrupto, Townshend ofrecía un minucioso plan que pasaba por la tutoría y la comercialización de talento fresco. No hubo respuesta.

Tiene interés personal en la supervivencia del derecho de propiedad intelectual, desde luego. “Nos perdimos los años de vacas gordas. Dejamos de actuar entre 1982 y 2000, que fue cuando arrollaron Springsteen, Queen o U2”. Admira a Dylan, los Stones y McCartney, que siguen en la carretera, “pero nunca me gustó el directo tanto como a ellos. Soy bueno sobre un escenario, pero raramente me divierto. Supongo que me lo tomo demasiado en serio”.

“La única ventaja de ser viejo es que puedes pasar por sabio”, asegura

Siempre lo ha hecho. Es un caso único: la estrella del rock que vuelve a la vida civil y acepta la disciplina laboral de una empresa. Fue editor en Faber & Faber, un mundo que ya conocía: aparte de poseer una librería, también dirigió una editorial propia, Eel Pie Books. Defendía que músicos y cantantes tenían que escribir: “Las biografías suelen ser obra de periodistas y expertos; a veces, resultan demasiado distanciadas o frías. Los artistas deben contar su historia en su propia voz”.

Ahora, las autobiografías de músicos son tendencia editorial. La suya se retrasó por razones pringosas: en 2004, le acusaron de posesión de pornografía infantil. En realidad, nada encontraron en sus ordenadores pero sí reconoció haber entrado en una página para pedófilos, en el curso de una investigación sobre la implicación de bancos y compañías informáticas en tan oscuro negocio. Una obsesión personal: en Who I am sugiere que, de niño, sufrió abusos sexuales, cuando sus padres le dejaron a cargo de una abuela libertina. Con el tiempo, Townshend fue exonerado, pero nada quita la mancha de la pedofilia.

No siempre ha estado a la altura de sus ideales, confiesa: “Entre 1978 y 1981, no fui buen padre ni buen marido. No conseguí equilibrar trabajo y vida familiar. No ayudó el que bebiera demasiado. La época más horrible fue cuando me separé de Karen, mi esposa”. Ahora, lleva una existencia tranquila, en compañía de Rachel Fuller, directora de orquesta: “Me levanto pronto, a veces rezo: me considero una persona religiosa, odio ese eufemismo de espiritual. Luego, planifico el día; procuro siempre comer con Rachel. Por la tarde, trabajo en la música. Cuando anochece, paseo con los perros y veo televisión. Al final, leo, normalmente novela negra”.

Sí, cree llevar una vida plena, aunque no haya sacado un disco de canciones nuevas desde Endless wire (2006). “Me encanta construir estudios de grabación, es un buen reto para un músico. Dedico mucha energía y dinero a ayudar a gente joven o con problemas. La única ventaja de ser viejo es que puedes pasar por sabio. Y presumo de saber todo sobre cualquier tema. ¡Excepto fútbol! Cuanto más veo, menos entiendo”.

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