Los nuevos 12 apóstoles de El Greco
Una exposición reúne a una docena de autores contemporáneos en torno a la obra del griego La muestra del Museo Nacional de Escultura de Valladolid se enmarca en el 'año Greco'
En el centro de la exposición, el Apostolado de Oviedo, el único conjunto de los realizados por El Greco que carece de Salvador. Donde debería estar el Mesías, la exposición Entre el cielo y la tierra ha situado un panel de reminiscencias científicas y celulares en el que se intuye un gran corazón humano. Es la obra del pintor Luis Gordillo Sagrado Corazón de Jesús en Vos Confío (1992), pero también una declaración de intenciones. El órgano que alimenta el conjunto es absolutamente contemporáneo y los nuevos emisarios del verbo (del griego, en este caso) son doce autores aún en activo reunidos hasta el 3 de mayo bajo el techo del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, responsable del Apostolado, que habitualmente reside en el Museo de Bellas Artes de Asturias en su ciudad de origen.
Esta reunión heterodoxa de artistas en torno a su maestro pretende celebrar los 400 años de la muerte del pintor dentro del programa oficial del año Greco, en el que la Fundación El Greco 2014 (un partenariado público-privado) organiza seis grandes exposiciones entre Toledo, Madrid y la capital vallisoletana. Pero también, en palabras de Jesús Prieto de Pedro, director general de Bellas Artes, "los 100 años de su resurrección". El redescubrimiento del pintor, ignorado durante siglos, propició que Cézanne, Manet o Picasso, entre otros, se dejaran seducir por sus formas alargadas y los colores luminosos de sus lienzos. Pero no fueron los únicos: su influencia llega hasta el presente, y de eso quiere dejar constancia la muestra. De los doce artistas (más Joan Fontcuberta, que participa como colaborador con un montaje fotográfico sobre El caballero de la mano en el pecho), seis han realizado obras expresamente para la exposición (José Manuel Broto, Secundino Hernández, Cristina Iglesias, Carlos León, Din Matamoro, Pablo Reinoso y Marina Núñez).
Entre ellas, El cardenal Don Fernando Niño de Guevara (2013), de Carlos León, sobre el lienzo de El Greco del mismo nombre, y Cenital 1 y Cenital 2 (2013) de Din Matamoro, encargadas de recibir al visitante a su llegada al vallisoletano Palacio de Villena, anexo de la sede central del museo. En el primero, un tríptico recoge el color purpúreo del religioso retratado por Theotocópulos entre 1600 y 1604. Las oscuras manchas de León se asemejan sombríamente a la sangre. "Imaginaba a El Greco ante el Gran Inquisidor, que había mandado a la hoguera a un centenar de personas. Imagino la tensión, al pintor dando cuenta también de la noción de lo terrible", cuenta el autor ceutí. En Cenital 1 y 2, Matamoro persigue el color del griego de Toledo, el "amarillo como botes abiertos de mermelada de melocotón", a través de la técnica de veladuras que el pintor dominaba con maestría. Gracias a la aplicación de capas finísimas de pintura, el color que se aprecia es el resultado de la acumulación de tonos. En los lienzos de Matamoro, el violeta, el azul, el rosa, parecen surgir del blanco "con la contemplación de la obra".
"Entre las obras no se establece una relación formal, sino temática", insiste la comisaria Isabel Durán, que desvela las conexiones, a veces no tan evidentes, entre los contemporáneos y el maestro. En el caso de Darío Villalba y su Entre dos mundos (2008), el lazo es la espiritualidad del griego. El tríptico, que une grava y fotografía, da cuenta del fugaz paso de la vida del hombre "entre las claras del alba y la noche", como explica Durán. La escultura de Cristina Iglesias (que también expone tres instalaciones en Toledo) evoca lo etéreo del universo Greco y su relación con lo celeste. En el otro extremo, el Laocoonte (2014) del escultor argentino Pablo Reinoso, sobre la obra del mismo nombre de El Greco, parece sostenerse sobre la estilización formal. La madera de Reinoso se retuerce sobre el marco como las serpientes que devoraran al troyano y sus hijos.
Pero el límite entre forma y fondo es permeable. Las piezas de Secundino Hernández sugieren las formas ascendentes del maestro, pero recogen también "el proceso dentro del cuadro", presente en las descargas del griego sobre los márgenes de la tela. Los cielos de la fotógrafa Montserrat Soto se asemejan a las nubes de Toledo, pero también incitan al sobrecogimiento ante lo sublime, sea sagrado o natural. Durán señala que, sea cual sea la cercanía entre el Greco y sus discípulos, la obra de estos últimos arroja una luz nueva sobre el maestro, señalando sus puntos de apoyo y sus audacias.
Por si la presencia del Greco no acababa de inundar la obra de sus apóstoles, al Mesías también le ha crecido un Judas. Joan Fontcuberta subvierte la figura del maestro en Camuflajes: El caballero de la mano en el pecho, una serie de seis piezas dispuestas discretamente a lo largo de la exposición, en lugares de paso. El aprendiz se disfraza de maestro: esa nariz, ¿es la del personaje original, o es un juego del catalán? ¿Esa barba no es como la de Fontcuberta? Frente a la salida, un familiar y sin embargo extraño caballero observa al visitante. Puede que El Greco no sea lo que parece.
Entre el cielo y la tierra. Doce miradas al Greco cuatrocientos años después. En el Museo Nacional de Escultura, Palacio de Villena, Valladolid. Hasta el 3 de mayo. Comisariado por Isabel Durán. Con obras de: El Greco, José Manuel Broto, Jorge Galindo, Pierre Gonnord, Luis Gordillo, Secundino Hernández, Cristina Iglesias, Carlos León, Din Matamoro, Marina Núñez, Pablo Reinoso, Montserrat Soto, Darío Villalba y Joan Fontcuberta.
Babelia
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