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El Reina Sofía invoca a la multitud

El museo nacional reúne cerca de trescientas obras para reflexionar sobre el juego y la dimensión pública en el arte

Iker Seisdedos
'Gentío en la tarde en Coney Island, Brooklyn' (1940), de Weegee.
'Gentío en la tarde en Coney Island, Brooklyn' (1940), de Weegee.

Un columpio de madera sin desbastar, colgado por el artista conceptual Vito Acconci en 1977 en el centro de una instalación sobre cómo los soldados estadounidenses convirtieron a Italia en su patio de recreo tras la Segunda Guerra Mundial, es la última invitación al juego de la muestra Playgrounds. Reinventar la plaza (hasta el 22 de septiembre en el Reina Sofía). Un juego en el que, según el relato ofrecido, no hay vencedores posibles y sí una multitud de vencidos, como queda demostrado al principio del recorrido en la serie de Henri Cartier-Bresson Primeras vacaciones pagadas,en la que los instantes además de decisivos resultan bastantes patéticos; siglos de luchas sociales por conquistar el asueto desembocan ante el objetivo del fotógrafo en un ejercicio ciertamente ansioso de la pereza.

El equipo comisarial de la muestra recurre a la mezcla de medios (imagen petrificada o en movimiento, planos arquitectónicos, grabados, pintura, escultura o instalaciones) para reflexionar acerca del ocio y sus rebeldías, del papel del campo de juego en la creación o de las plazas como escenarios para el activismo desde aquel lejano siglo XIX en que el carnaval, con su invitación liberadora a la inversión, cautivó la imaginación de artistas como Goya, Gutiérrez Solana o Ensor.

Los maestros tenebrosos conviven en la primera sala con las acuarelas bolivianas de Melchor María Mercado (1819-1871), con la surrealista Maruja Mallo o las alucinaciones del barcelonés Efrén Álvarez (1980) en lo que será una constante (mezcla desinhibida de épocas, procedencias y estilos) de la exposición. Antes, sobre una pared, el visitante se ha podido detener en La commune (de Paris, 1871), película en la que el iconoclasta quehacer cercano al documental de Peter Watkins dota al acontecimiento histórico de un extraño aire carnavalesco.

No es el único punto del recorrido en el que la mascarada colectiva se confunde con la reivindicación política. Ahí está la obra de Marcelo Expósito, que además de aportar dos de las cerca de 300 piezas escogidas, forma parte del “comité científico” de la muestra y escribe un texto sobre el tema en el catálogo, libro que aspira a ser leído como un ensayo independiente.

La contaminación se hace del todo evidente cuando el relato se ocupa de los movimientos sociales que ocuparon plazas y parques de todo el mundo en 2011. Entre guiños al situacionismo o el movimiento holandés de los provos, a festivales del proletariado italiano de los setenta o a un partido de béisbol disputado en 1989 por la “joven plástica” cubana, hay referencias a luchas colectivas en la City londinense, Guatemala o el barrio de la Alameda de Sevilla, documentación de la génesis de los escraches en Argentina a principios de la pasada década y un tenderete titulado Activist Club en el que se puede leer a Manuel Castells o mirar vídeos de flo6X8, colectivo cuyo arte político se hizo famoso por tomar por bulerías las oficinas de Bankia. La mezcla proyecta sobre el conjunto una sombra de juego frívolo.

Antes de que las utopías queden teñidas de descontento y frustración, la exposición se detiene en asuntos como los parques de atracciones, la pasión surrealista por los tableros de juego o el turismo y el ocio, cuya historia se fija en cuatro fogonazos: la serie de Cartier-Bresson, la célebre imagen de un día en la playa, de Weegee, en la que no queda libre ni un palmo de arena de Coney Island, y los trabajos de Xabier Ribas sobre domingueros españoles y Martin Parr, cuyo sarcasmo acaba congelando la sonrisa.

De las varias tramas de esta propuesta dos funcionan mejor que el resto: esta puede abordarse como una exposición sobre la infancia y también como una cita con la arquitectura. Lo primero resulta obvio. Más en las fotos de Centelles y de los neorrealistas italianos que en las acciones de Palle Nielsen o Peter Friedl. Uno abrió las puertas a las huestes infantiles para que tomasen en 1968 el Museo de Arte Moderno de Estocolmo y el otro anda embarcado desde hace dos décadas en su proyecto Playgrounds; siete mil imágenes de columpios y toboganes vacíos de todas partes del mundo.

Un par de salas en el centro del recorrido viene a demostrar que tras las grandes guerras, cuando “la ciudad se convierte en un lugar para el juego”, según Manuel Borja-Villel, director del museo, aparecen los proyectos para humanizar el urbanismo con fines lúdicos. Y si algo unió las fantasías más o menos realizables Aldo Van Eyck, Lina Bo Bardi o los colectivos Archigram y Archizoom fue su oposición a las teorías de Le Corbusier, para quien los espacios comunes de las famosas unidades habitacionales lo fueron, según los comisarios, también de control.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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