Avraham Yaski, arquitecto que levantó Tel Aviv
Sus edificios brutalistas cambiaron el ‘skyline’ de la ciudad
Avraham Yaski falleció el 28 de marzo a los 87 años, después de cincelar el skyline que hoy es la seña de identidad de la Tel Aviv moderna. Fue el arquitecto que conquistó su cielo, quien sembró de estructuras livianas —cristal, aluminio— una ciudad que vivía a ras de suelo. El llamado padre de la arquitectura moderna israelí fue un compendio de historia local: quien diseñó pisos para acoger a inmigrantes en los sesenta y setenta, quien pensó la plaza de Rabin, foco de movilización social, y quien apostó por torres de lujo, símbolo del poderío económico.
Yaski nació en Chisinau, Rumanía (1927). Con ocho años se trasladó a la Palestina del Mandato Británico. Se formó en la prestigiosa Technion —el Instituto Israelí de Tecnología— y, apenas titulado, fue elegido como colaborador de Ariel Sharon, el hombre que redactó el primer plan maestro del Estado de Israel. La querencia de Sharon por la estética Bauhaus marcaría a su pupilo. Con 25 años, junto a Shimon Povsner, ganó el concurso para hacer la mayor plaza de Tel Aviv, completada con el edificio del Ayuntamiento. La plaza de los Reyes de Israel —rebautizada tras la muerte, sobre sus adoquines, del laborista Rabin— fue un ejemplo de “arquitectura cero, arquitectura sin arquitectura”, explica Sharon Rotbard, investigadora de la figura de Yaski. Un espacio simple y funcional “cuya única pretensión era servir a la ciudad y a la sociedad”, explicaría su autor. Fue el primer gran ejemplo de su obsesión por “colocar al usuario en el centro de la obra”. “Busco lo práctico y la calidad”, repetía en 2007, en una entrevista en Haaretz.
En los sesenta, ya impulsado su estudio —hoy conocido como Moore Yaski Sivan, el más importante de Israel—, su obra pasó por la que siempre defendió como su etapa “más productiva, mejor”, los años grises de la arquitectura brutalista, con el hormigón visto como elemento esencial. Tenía que responder a la necesidad de vivienda de Israel, ante la llegada de judíos desde Europa y Oriente Medio. Sus bloques con Le Corbusier como inspirador, con viviendas en dos planos y estrechas ventanas, sirvieron al propósito del Gobierno, pero no gustaron en exceso a sus habitantes. Un panal con demasiadas celdas, decían en Beersheva. “Se nos asignó la tarea de construir todo desde cero y lo hicimos con intuición y pasión, que hoy se ha perdido”, defendía Yaski, también encargado de diseñar los campus y hospitales de estas ciudades en expansión. A finales de los setenta, el hombre al que Rotbard califica de “honesto, sencillo y con enorme capacidad de gestión” también planificó barrios como el de Gilo, un asentamiento en Jerusalén, en suelo ocupado palestino. Días de hechos consumados y escaso debate ético.
Profesor de la Technion durante cuatro años, en 1994 fundó la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Tel Aviv. “Adoraba su doble tarea de creador y profesor”, ha dicho al Canal 2 su hijo, Koby. A su regreso al caballete y el lápiz mostró su “capacidad de adaptación” y viró su obra: desde entonces buscó el cristal, la “frescura”, en armonía con la amarillenta piedra local. “Su apuesta ha sido inspiradora”, afirma Amit Dovkin, publicista de su firma. Su hito más reconocible es el Centro Azrieli, un complejo de tres torres —cuadrada, cilíndrica y rectangular, 49 plantas— con oficinas, hoteles y centro comercial. La estampa más reconocible de Tel Aviv. Luego llegaron sus hermanas: las torres Akirov, Matkal, la África-Israel, la de la Ópera, la Jefatura de la Policía, la Kirya del Ministerio de Defensa… Los barrios pudientes, el paseo marítimo y el corazón económico de Tel Aviv llevan su firma, como la Biblioteca Nacional en Jerusalén o proyectos en una veintena de países. “Solo quiero que el hombre se encuentre cómodo”, repetía el premio Israel de Arquitectura 1982. Su cuerpo ya descansa en el cementerio de Kiryat Shaul, al que darán sombra las nuevas macrotorres proyectadas por su estudio.
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