Las cosas de Hanne Darboven
El Reina Sofía recrea la casa estudio de la artista conceptual alemana en una singular muestra
La acumulación de elementos ordenados en serie como mecanismo para explicarse el mundo fue para la alemana Hanne Darboven (1941-2009) algo más que una técnica artística. Tras una visita a la exposición El tiempo y las cosas en el Reina Sofía (hasta el 1 de septiembre) queda la impresión de que la influyente creadora hizo del archivo de los objetos un estilo de vida. La muestra recrea las habitaciones de su casa-estudio en Am Burgberg, en el Hamburgo suburbial, lugar de resonancias míticas para los epígonos de Darboven, legión creciente en estos tiempos en los que el arte anda enredado en reflexionar acerca del sentido y la función del archivo.El comisario João Fernandes, subdirector del Reina, reconstruye la vida y la obra de una de las personalidades más fascinantes y huidizas del arte conceptual a través de las cosas, tal y como la muerte de su propietaria quiso petrificarlas.
El recorrido, como la existencia de la artista, queda ordenado por la sucesión de mesas que fue acumulando y llenando de recuerdos a lo largo de los años: bustos, camafeos, fotos de Lawrence Wiener, casas de muñecas, instrumentos musicales, matasellos, animales de plástico…
Está la mesa encargada a un carpintero a su llegada a Nueva York, donde pasó en un diminuto apartamento de la parte alta de Manhattan los años 1966 y 1967 y trabó conocimiento con Sol LeWitt, titán del minimalismo, movimiento al que fue asociada desde entonces. Está la mesa del padre, que regentaba un tostadero de la célebre marca de café Darboven; de él heredó la gigantesca casa de techumbre de paja en la que habitó toda su vida y fue ampliando con nuevos estudios, almacenes y archivos varios. Y está la mesa de los instrumentos, llena de cachivaches sonoros (un piano, un gong, una viola de gamba…), como corresponde a una creadora que convertía los números en melodías (“música matemática” lo llamaba) y cuyas célebres series y atlas siempre tuvieron algo de partitura (como Homero. Odisea u Homenaje a Picasso, fragmentos de las cuales están presentes en la muestra).
“Una vez que el tiempo había llenado una mesa de cosas, Darboven pasaba a otra habitación y se repetía el proceso”, explica Fernandes. El comisario nunca creyó que haría una exposición sobre la alemana. “Siempre la tuve por una artista con una sola idea en su interior, que repetía una y otra vez. Tras visitar su vivienda me di cuenta de que en realidad era mucho más que eso. Su espacio vital y su obra son dos formas distintas y complementarias de subvertir las reglas del minimalismo y del serialismo conceptual".
Referente en ambas disciplinas, la imagen que las convenciones del arte reservaron a Darboven, algunas de cuyas exposiciones más célebres están representadas mediante carteles en el recorrido, es la de una artista críptica, hermética, cerebral y sobria. De un detenido curioseo entre sus cosas se obtiene el esbozo de una persona curiosa, coleccionista concienzuda aunque nada previsible y, eso sí, un tanto misántropa (hay tantos retratos de cabras como de amigos).
“No deja de ser curioso que Aby Warburg fuera de Hamburgo”, explicó ayer Borja-Villel. Para Darboven, como para Warburg, el atlas, la acumulación de cosas y sobre todo las relaciones que la amalgama propicia entre ellas, fue un instrumento creativo fundamental, como se puede apreciar en las series Kosmos<85> y Milieu<80>, en la que las imágenes de su casa se mezclan con ejemplos de su recia caligrafía.
Instantáneas de la vivienda, que solo se puede visitar previa cita con la Fundación Hanne Darboven, sirven también en la exposición del Reina como testimonio de que la colocación de los objetos no obedece al capricho de un escenógrafo sino que reproduce al milímetro las intenciones de la protagonista. Que no fueron, según Borja-Villel, las de una "chamarilera". “El efecto logrado no es el de alguien aquejado por el síndrome de Diógenes. Esto es más bien una cámara de maravillas montada por una artista minimalista cuya obra rebosaba vida”, añadió.
Y pareció acertado, porque en las salas del Reina dedicadas a Darboven hay, en efecto, mucha vida. También, una interesante reflexión sobre el paso del tiempo (“el tiempo es indivisible de su arte”, insistió Fernandes), sobre todo al final del recorrido, en una sala en la que cuelgan sus diarios desde los años ochenta.
En la última anotación, del 15 de abril de 2008 se puede leer: Estación de tren de Hamburgo. Murió poco menos de un año después.
Babelia
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