Un ‘brickfilm’ catedralicio

Aunque algunos trabajos pioneros en súper 8 y vídeo doméstico sentaron las bases del fenómeno –con una primera pieza fechada en 1973-, fue la popularización de las cámaras digitales lo que dio alas al fenómeno de los brickfilms: pequeñas películas de animación fotograma a fotograma realizadas con piezas de LEGO que abordaron un amplio abanico de temas, desde lo provocador y escabroso hasta la emulación lúdica y minúscula de grandes clásicos cinematográficos. El universo de los brickfilms, cuya existencia era consentida por The Lego Group –la firma propietaria de la marca LEGO- siempre y cuando las películas se hiciesen sin ánimo de lucro, engendró a sus autores más o menos prolíficos e irreverentes, como Rob Weychert, y atrajo la atención de figuras icónicas como Michel Gondry, que empleó la técnica en un virtuoso vídeo musical para The White Stripes. Los responsables de LEGO acabaron alentando todo eso, al lanzar al mercado el llamado Lego & Steven Spielberg Movie Set (con pequeña cámara digital y software de edición). La culminación de todo ese proceso es el estreno de la película que ahora llega a las pantallas: el brickfilm más colosal de todos los tiempos… salvo que, en realidad, no es un brickfilm, sino su eficaz, cuidadoso y carismático simulacro.
La película de Phil Lord y Christopher Miller, el tándem responsable de “Lluvia de albóndigas” (2009) e “Infiltrados en clase” (2012), emula de manera espectacular el lenguaje de los brickfilms combinando animación digital y stop-motion: no hay solución visual que no hubiese podido lograrse de manera artesana, pero el cambio de escala es brutal. Trabajo que se enmarca dentro del salto evolutivo del product placement a la product movie, “La Lego película” tiene su mayor virtud en lograr ser, en efecto, más una película que un spot. Insertando el anárquico espíritu de juego infantil con piezas heterogéneas a lo “Pánico en la granja” (2009) dentro de la retórica hiperbólica del blockbuster, “La Lego película” combina mitologías sin reverenciarlas –el tratamiento de Batman, por ejemplo, es llamativo- y decide proponer una ambiciosa cosmovisión –donde la libertad del juego vence al rigor del manual de instrucciones- en lugar de limitarse a contar una aventura.
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