Goya de los Goya: ¿‘Los lunes al sol’, ‘Tesis’ o ‘Todo sobre mi madre’?
Un repaso crítico a las finalistas de la encuesta sobre la mejor película española que ha ganado el galardón. Te invitamos a votar
Tres finalistas se disputan el Goya de los Goya. Tras la primera votación entre las películas que obtuvieron el cabezón en las 27 ediciones de los Goya, los lectores han escogido Los lunes al sol, Tesis y Todo sobre mi madre. Ahora solo puede quedar una. Pero, ¿cuál? A continuación tres redactores defienden su elección. Para votar, hay tiempo hasta las 12.00 del viernes 7 de febrero. Pero antes te invitamos a repasar cada una de las tres películas, según tres de nuestros periodistas y críticos.
Los lunes al sol (2002)
A pesar de tanta vida deplorable. Por Gregorio Belinchón
“… Y bien, al cabo así somos nosotros, qué otra cosa haríamos sino tender nuestra humildad al raso, secar al sol nuestra alegría, nuestra sola camisa limpia para siempre?”. A Fernando León de Aranoa siempre le ha interesado la poesía de Claudio Rodríguez, y fue este verso el que tuvo delante cuando pulía y repulía el guion de Los lunes al sol, no solo una historia de parados, de reconversiones industriales, de días laborales y festivos que se siguen unos a otros enlazándose en una bruma aturdidora, de hormigas y cigarras a cada cual más mezquina, de karaokes lastimosos, de madrugadas de alcohol, de derrotas que campan a sus anchas entre hombres aplastados por la vergüenza, sino ante todo, y sobre todo, una película sobre la dignidad.
Es también una película sobre España, la vez que más cerca ha estado Fernando León de Robert Guédiguian y Ettore Scola, y una obra maestra. Fue Concha de Oro en 2002 y ganadora de cinco goyas (película, dirección, actor para Javier Bardem, actor secundario para Luis Tosar y actor revelación para José Ángel Egido). Bardem como Santa. Deja sin aliento, golpe constantemente el estómago y la conciencia del espectador, agarra de los instintos y sumerge al público en un baño de verdad. “Si se pudiera cuantificar”, decía el director, “diría que es capaz de añadir o quitar un 5% a un sentimiento si se lo pides. Con él tienes la fuerza de un pura sangre al que también le puedes pedir que se mueva en un espacio muy reducido, en una franja de dos milímetros, porque tiene toda la técnica para hacerlo. Y eso, en el rodaje, no hay quien lo pague”.
Hablamos de 2002, pero también hablamos de 2014. Aquella reconversión industrial ha visto multiplicada con la crisis su onda expansiva. A Los lunes al sol, como a Las uvas de la ira, el tiempo le ha sacado más lustre. Deberíamos estar mejor, pero hemos empeorado. Cada vez más gente está en esas mañanas sin hacer nada, calentándose en un sol de desempleados. “El optimismo”, contaba León, “o la toma de postura, está en ese final al sol, como cuando hablan de Australia en la dársena al principio. La realidad no permite un final más optimista pero sí hay algo de respuesta, de contestación o de propósito”. Desde las entrañas y al mismo tiempo desde su corazón, el cineasta madrileño hizo su mejor película y sí, el mejor largometraje que ha ganado el Goya.
En la portada de su guion, Bardem llevaba este otro verso de Claudio Rodríguez: “A pesar de tanta vida deplorable, a pesar aún ahora que estamos en la derrota, nunca en doma… el dolor es la nube, la alegría, el espacio; el dolor es el huésped, la alegría la casa”. Eso es, a pesar de tanta vida deplorable, aún queda algo: la dignidad, que está por encima de EREs, de políticas seudosociales y de todos los vicios de la sociedad actual. “Nunca en doma”.
Tesis (1996)
Una joya siempre vigente. Por Borja Hermoso
Cuando a la tierna edad de 20 años Alejandro Amenábar pensó, escribió, produjo, dirigió y montó (uff, uff, con el renacentismo post-adolescente) su cortometraje Himenóptero -el tercero, tras La cabeza y La extraña obsesión del doctor Morbius-, ya explotaba calladamente la génesis de la película con la que nos iba a asombrar a todos, a los que le iban siguiendo los pasos y a los que no sabíamos de su existencia: su primer largometraje, Tesis. Porque en Himenóptero subyacen elementos que anteceden, o que confirman ya, la inconfundible fascinación por los mundos oscuros, ansiosos, ansiolíticos y terroríficos de este chico listo convertido en discreta estrella (también en uno de los personajes más educados, agradables y simpáticos del ‘star system’ (ejem) del cine español, tan dado al ensimismamiento, por hablar con eufemismos (el ‘star system’, no el cine español). Fascinación que, años después, iba a quedar sucesivamente plasmada en el fondo y en la forma de marcas de la casa como la propia Tesis, Abre los ojos o Los otros. Puede decirse a día de hoy, si se retrata con urgencia la carrera de Amenábar, con margen de error, pero no un excesivo margen de error, que con Tesis supo sorprender, con Abre los ojos supo dudar y con Los otros supo reventar la taquilla y deslumbrar (aunque no a todos, ni mucho menos: es una de las películas de un director español que más dividen al personal).
Tesis es muchas cosas, pero sobre todo dos: la cristalina ausencia de filtros, vicios y compromisos propia de las grandes óperas primas, y una explosión de brillo tanto, una vez más, en el fondo (guion, sugerencia, lo que se cuenta pero sobre todo lo que se sugiere) como en la forma (las secuencias cámara en mano de las persecuciones por los subterráneos de la Facultad…). Y un tercer argumento para el éxito: la elección de dos actores en estado de gracia, Eduardo Noriega en el mejor papel de su carrera, lo que son las cosas, para ese niñato pijo, bello y endemoniado, discípulo de Belcebú, amante de la sangre y la víscera por la vía de las ‘snuff movies’, y Fele Martínez para ese pobre diablo con pinta de cabrón con pintas y alma de niño perdido y enamorado.
Tesis es escritura de la buena, ritmo, velocidad, no resuello, no paréntesis, eficacia en cada plano de cada secuencia, magisterio en cada una de las fases imprescindibles de un relato de terror, planteamiento, nudo, desenlace. Tesis marcó un momento clave en la historia última del cine español al traer al mundo a un tal Alejandro Amenábar, a partir del cual ya nada fue igual, aunque a alguno le pese, ese director-estrella con cara de chaval del barrio, codiciado por el Imperio, lanzado a una carrera cuyos límites son difusos de discernir… el crío aquel que a los 24 años se inventó –amamantado por José Luis Cuerda, que vio venir la jugada de lejos- una película que perdura, potente en cada revisión, vigente, desequilibrante, plena.
Todo sobre mi madre
En las puertas de la madurez expresiva. Por Jordi Costa
Con Bette Davis, Gena Rowlands y Romy Schneider como diosas tutelares, Todo mi madre no solo podría encarnar la quintaesencia del Toque Almodóvar, sino que se convirtió en el pórtico de la etapa de madurez en la carrera del cineasta manchego, después de tres películas –Kika (1993), La flor de mi secreto (1995) y Carne trémula (1997)- que parecían enfrascadas en la búsqueda de un nuevo tono que no terminaba de definirse. Todo sobre mi madre anunciaba ya la radicalidad y la ambición de las futuras Hable con ella (2002), La mala educación (2004), Volver (2006) y Los abrazos rotos (2009), al tiempo que aprovechaba algunos de los mejores hallazgos en el cruce de melodrama y comedia de las celebradas ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), La ley del deseo (1987) y Tacones lejanos (1991).
En su momento, el crítico norteamericano Roger Ebert reconocía su desconcierto y posterior fascinación ante un trabajo que obligaba al espectador a abandonar toda zona de confort, que no le daba ninguna indicación sobre qué sentir a lo largo de un discurso que combinaba orgánicamente tragedia, emoción pura, distancia cómica y algunos elementos auto-paródicos. Lo que dejaba claro Todo sobre mi madre era el profundo afecto que sentía el cineasta por todos sus personajes –aunque, en especial, por los femeninos- y la no menos palpable entrega del reparto a unos papeles situados muchas veces en el límite.
El papel de Antonia Sanjuán como la carismática y vitalista transexual La Agrado se convirtió en uno de los focos de luz de una película donde se hablaba de pérdidas traumáticas, de trasplantes de órganos, del teatro y la vida, de desórdenes sentimentales, de padres a la deriva y de afectos insospechados en una Barcelona que la mirada de Almodóvar capturó con el mismo gusto exquisito que su Madrid nocturno, aunque sin renunciar a las malas calles. La escena final, con la aparición de un travestido Toni Cantó en el cementerio, era uno de esos momentos en la cuerda floja que tanto parecen gustarle al cineasta: uno de los muchos saltos mortales en los que cayó de pie demostrando que lo potencialmente ridículo también podía ser sublime.
* Puedes VOTAR AQUÍ por una de las tres películas finalistas al Goya de los Goya
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