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El silencio más largo de nuestra vida

Una de las más increíbles experiencias con Claudio fue en Japón interpretando Tristán e Isolda con la Filarmónica de Berlín

Con él sabías desde qué punto salías, pero nunca adónde ibas a llegar. En mi vida tanto personal como profesional hay un antes y un después de conocer a Claudio Abbado. Recuerdo muchos momentos mágicos con Claudio, innumerables, los conciertos y las giras con la Filarmónica de Berlín, la famosa gira en 1999 por toda Europa, Tanglewood, Cuba y Venezuela (donde entró en contacto con El Sistema) con la Joven Orquesta Gustav Mahler, los primeros años con la Mahler Chamber Orchestra en Ferrara, los conciertos con la Orquesta Mozart, los 10 años con la Lucerne Festival Orchestra, etcétera; pero quizá una de las más increíbles experiencias con Claudio y que nos muestra además su compromiso con el público, sus músicos y la propia música, fue en Japón, en Tokio, en el Bunka Kaikan, interpretando Tristán e Isolda con la Filarmónica de Berlín. Fue al poco tiempo de volver a la actividad después del diagnóstico de la enfermedad y la operación que le practicaron.

Claudio Abbado y la pianista Martha Argeric en una imagen de1968.
Claudio Abbado y la pianista Martha Argeric en una imagen de1968.Erich Auerbach (Getty Images)

En Japón, Claudio después de un viaje tan largo no se encontraba bien. Fue ingresado en el hospital. Los ensayos se hicieron sin él y al final, cuando se estaban haciendo gestiones para que otro director viniese, dijo que no se buscase a nadie, que él dirigiría y salió del hospital firmando bajo su propia responsabilidad (ya que el alta no se la daban) para dirigirnos. Cuando nos informaron, casi no lo creíamos y cuando llegó, teníamos todos miles de sentimientos entremezclados, pensando cualquier tipo de desenlace no deseado. Esto hizo que la entrega de todos aquel día fuera mucho más que en cuerpo y alma. Es absolutamente imposible describir con palabras todas las emociones vividas ese día. Desde la primera nota hasta que terminó la ópera nos encontramos todos en una dimensión en la que nunca habíamos estado jamás.

Al finalizar, Claudio quiso en la escenografía que se fueran apagando las luces hasta quedar en la más absoluta oscuridad, para que ayudara mejor a generar el silencio, puesto que también es música, después de la obra. Pues bien, el silencio que se produjo aquel día, fue absolutamente sobrecogedor. Nos elevó el alma a un estado desconocido, en parte metafísico, no humano, fue espectacular, increíble. Fue el silencio más largo que jamás haya vivido, nadie respiraba, fue tan largo, que cuando de momento, todo el público (a oscuras) a la misma vez, rompió a aplaudir, fue tan increíble, que al encenderse de nuevo las luces, toda la orquesta estaba llorando, los cantantes en la escena, coro, todos, el público, todo el mundo, lloraba. Al final, y después de salir al escenario a recibir aplausos innumerables ocasiones, sin energía ni para andar, tuvo que volver al hospital, volviendo a salir, de nuevo bajo su responsabilidad, días más tarde, para volver a dirigir Tristán e Isolda.

Claudio, ha sido un placer enorme compartir tantos momentos contigo. Estaré siempre infinitamente agradecido.

Martín Baeza-Rubio es director musical en la Berlin Opera Chamber Orchestra.

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