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El día en que nació un santo laico

Una biografía y un libro de ensayos celebran la obra del escritor David Foster Wallace

Daniel Verdú
El escritor David Foster Wallace.
El escritor David Foster Wallace. Cordon

Pese a todo el sufrimiento, puede que hubiese un exceso de crueldad en ahorcarse en el patio de casa y dejar que su esposa le encontrase con los pies colgando el 12 de septiembre de 2008. Y es posible que parte del malestar que destilaba el ensayo que escribió años más tarde (Más Afuera, publicado en el New Yorker) su íntimo amigo Jonathan Franzen tuviera que ver con eso. El caso es que el día que David Foster Wallace decidió quitarse la vida, se apagó una de las voces más importantes de una generación literaria que había encontrado en su afilada inteligencia y su elaborada capacidad de autodestrucción a todo un profeta de ese malestar norteamericano que afloró en la difícil transición del siglo XX al XXI. La abrupta interrupción biográfica le convirtió de golpe en un Kurt Cobain de la literatura. Una consecuencia quizá no muy deseada pero que, seguro, contempló antes de suicidarse, opina D.T. Max, autor de Todas las historias de amor son historias de fantasmas(Debate), una excelente biografía sobre el malogrado escritor estadounidense que se encuentra entre lo mejor que ha dejado este 2013 literario.

Portada de 'Todas las historias de amor son historias de fantasmas'.
Portada de 'Todas las historias de amor son historias de fantasmas'.

Pero el magnetismo y fascinación que despertaba Foster Wallace en vida ya resultaba abrumador. “La gente responde a la manera en la que él se abrió al mundo, el modo en el que nunca olvidó lo importante que era vivir plenamente. Esta fascinación existe fuera de sus libros, pero sus mejores lectores la encuentran también en sus textos. Uno de los placeres de escribir sobre él fue descubrir esta conexión entre vida y obra. Lo que Foster Wallace pensaba que había escrito y lo que había vivido. Pese a todos sus defectos, se ha convertido en un santo laico para aquellos que no tienen una fe convencional”, explica su biógrafo, escritor y periodista del New Yorker.

Esa conexión entre lo vivido y lo escrito —como la que ilustran los ensayos de En cuerpo y en lo otro, publicado también a finales de 2013 por Mondadori y en la que destacan piezas modélicas como la disección del juego del tenista Roger Federer— era la materia de la que estaba hecha la historia de un hombre con mucho talento y algunos complejos, que pasó 22 años enganchado a antidepresivos y pegado a una característica bandana que empezó a llevar en la universidad ocultando sus graves problemas de sudoración. Un escritor de una sensibilidad desbordante —sobre todo para él mismo— que fue alejándose del mundo, pero también de los recursos manidos de su generación. Como la ironía, desterrada poco a poco de sus textos en busca de una sinceridad literaria más arrebatadora.

Guía para adentrarse en D. F. W. (por D. T. Max):

Si estas empezando a explorar los placeres de DFW, yo comenzaría con los ensayos de viajes cómicos de Algo supuestamente divertido. Cuando ya te hayas mojado un poco, es momento de tirarse a la piscina. Hay un par de fantásticos relatos, en Entrevistas breves con hombres repulsivos está En lo alto para siempre, y en Oblivion, El viejo neón de siempre. Son una buena introducción a sus preocupaciones y temas. Luego, toma un descanso y prepárate para bucear en lo hondo de La broma infinita, seguramente la novela más divertida, absorbente, divertida, estimulante, frustrante y vigorizante procedente de norteamericana en los últimos 25 años. Si necesitas ayuda, hay muchas buenas guías en Internet que puedes descargarte.

Su biógrafo opina que los problemas con el alcohol y las drogas le hicieron cambiar ese acercamiento al mundo. Fue a los veintitantos. “Empezó a darse cuenta que mientras la ironía podía provocar placer, no podía sostenerle. Dijo, citando al escritor Lewis Hyde, que la ironía ‘debe usarse solo en caso de emergencia o de otra forma se convierte en la voz del prisionero que ha llegado a amar su celda’. Él esperaba salir de esa caja completamente, y solo podía hacerlo a través de la sinceridad y la autenticidad. En la práctica era una lucha diaria. Su tipo de mente era irónica, por eso su generación encuentra sus libros tan absorbentes”.

Quizá también porque en algunos casos, como en la monumental La broma infinita, el propio texto constituía ese objeto de adicción. Una dependencia emparentada con la que él mismo desarrolló con las telenovelas y la televisión (entre otras cosas). “Es la base para la trama de La broma infinita, donde hay un cartucho con un programa de vídeo tan divertido que los que lo ven son incapaces de parar y terminan muriendo. Abriendo el foco, diría que todas sus adicciones figuran en su escritura. Son libros que no terminan y no dejan terminar al lector tampoco. Como una borrachera. Libros que recuerdan a un alcohólico cogiéndose una cogorza”.

La broma infinita, una obra en la que los párrafos se extienden a lo largo de las páginas y las páginas se cuentan hasta las 1.208, podría ser algo así. D. T. Max recomienda no perdérsela. Eso sí, bromea, cuando tengamos la vida resuelta y el futuro encarrilado. “Diría empezad con los divertidos ensayos y artículos de viajes de Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. Luego, cuando los niños vayan a la universidad, coged La broma infinita y preparaos para una gran experiencia. Pero Algo supuestamente divertido... es una droga evasiva a la ficción y por donde muchos lectores empiezan”.

Para esta reveladora biografía su autor empezó por las grabaciones escondidas, las cartas, los manuscritos y la colaboración de su familia, especialmente de su hermana y su mujer Karen. Prescindió de la voz de amigos íntimos como Jonathan Franzen, que ya había expresado parte de su angustia y contrariedad respecto al suceso en su aclamado ensayo. “Creo que él escribió desde el punto de vista de un amigo, que es muy diferente al de un biógrafo. Se refería la manera en que se suicidó: colgándose. Supongo que pensaba que había maneras menos destructivas de marcharse, para hacérselo más fácil a sus allegados. Pero quién sabe lo que pasa por la cabeza de un suicida en los últimos momentos”.

Tampoco sabemos qué pensaría de esta biografía. Max cree que por un lado se sentirñua halagado. Pero también es consciente de que a ningún escritor le gusta entregar su vida a un biógrafo. “Pero hay que decir que yo amaba a D. F. W —y ese es es uno de los significados del título— y él es un escritor afortunado al encontrar a un biógrafo que le quiera”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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