El ministro suplente
Algunos papeles estelares parecen representados en la vida por personas con atuendos equivocados
Holandés de Sumatra y eterno exilado en París, el gran Rudy Kousbroek fue un maestro del artículo corto, muy especialmente desde que descubriera en la fotosíntesis (combinación de una imagen en blanco y negro con un ensayo breve) el método ideal para sus crónicas.
Aunque dejó libros maravillosos sobre el paraíso perdido de su infancia en las Indias Orientales holandesas, ha sido un autor inédito en español hasta la publicación por Adriana Hidalgo de El secreto del pasado, una antología que reúne sus cuarenta mejores artículos. En uno de ellos, La transformación, dice Kousbroek que desde que tiene memoria ha vivido con la sensación de que la realidad es provisional: “Todo lo que sucede ahora volverá a ocurrir más tarde, y solo entonces será real; por ahora es solamente un ejercicio, un ensayo general”. Quizás por eso, algunos papeles estelares le parecen representados por suplentes, que visten atuendos equivocados. Y en cuanto a las cosas, le parece que no tienen todavía sus verdaderos nombres, eso también llegará más adelante: todo dependerá de una verificación minuciosa antes de llenarse con esencia, con autenticidad.
Hay que decir que, junto a esa sospecha de que todo sería real más tarde y su elocuente lucha contra el paso del tiempo, se agazapaba en Kousbroek un temor a descubrir que en realidad el mundo nunca fue provisional sino definitivo desde el primer momento y, por tanto, su vida no había sido más que un ensayo general y él no la había vivido de verdad.
Me llamó la atención ver que coincidía con Kousbroek en tantas cosas. Y es que llevo años con esa sensación de provisionalidad, fomentada seguramente por mi costumbre de trabajar en borradores que siempre fueron susceptibles de más adelante ser modificados.
Habituado a pensar en páginas y episodios transformables, varias veces ayer me pareció entrever que Ruiz-Gallardón —artífice de la reforma de la ley del aborto en España— era un mero suplente, vestido con un atuendo equivocado. Su menosprecio de la vida de las mujeres solo podía ser provisional y andaba a la espera de algo que sucedería más tarde y que no solo sería auténtico, sino muy alejado de la precariedad y siniestralidad que exhibía aquel suplente.
Y en fin, fue así, dando vueltas a todo esto, cómo me pareció asistir al cese repentino de lo transitorio y la caída de las caretas del vicario impostor y la llegada por sorpresa de un ministro de verdad: alguien libre, progresista, audaz, contemporáneo.
Recuerdo que me dije que si al final resultaba que era cierto que, por creerme siempre en medio de ensayos generales, había consumido ya gran parte de mi vida, no por eso dejaría de esperar la llegada de las versiones auténticas y de los ministros mejorados. Del mismo modo que prefería creer que escribir siempre fue provisional y en el fondo aún disponía de tiempo para ser también científico, marmolista, boxeador, subastador, ojeador de futbolistas, ajedrecista, baturro, espía, bombero de aeródromo.
Babelia
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