El Prado lleva sus paisajes a Lisboa
El Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa expone 57 obras de maestros del siglo XVII prestadas por la institución madrileña
El director del Museo del Prado, Miguel Zugaza, lo ha explicado así: “Hasta aquí ha viajado una muestra del ADN del Prado”. En efecto, una de las señas de identidad del museo madrileño, esto es, parte de su colección flamenca, ha recalado en el Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa, donde a partir de hoy y durante cuatro meses, cuelgan 57 obras de los maestros del norte del siglo XVII en una exposición titulada El paisaje nórdico del Museo del Prado. Hay obras maestras de Rubens, Brueghel y Lorrain, entre otros, y servirá para que los lisboetas aprecien esa manera distinta y minuciosa de mirar que conformó el arte flamenco de esa época y para que los españoles que se acerquen vean de otra manera lo que esconde su museo más famoso. “Porque de eso sirven este tipo de exposiciones itinerantes, para que veamos los cuadros colocados de una forma diferente, para que así apreciemos lo que tenemos”, explicó Zugaza.
La muestra, que ya ha viajado por alguna ciudad española pero que es la primera y última vez que sale de España, está dividida en nueve temas, todos circunscritos a la esfera del paisaje. Así, la primera de las salas alude a la montaña y acoge, entre otras, Paisaje con gitanos, una obra realista de David Teniers, el joven, uno de los primeros pintores que consiguió conferir profundidad a las imágenes. Cerca, en otra sala, titulada La vida en el campo, sorprende la deliciosa Boda Campestre, de Jan Brueghel el Viejo, una exquisita composición que muestra, con toda la potencia para los detalles de los mejores maestros flamencos, una escena rural en la que una comitiva familiar y festiva rodea una iglesia de pueblo. La comisaria de la exposición, Teresa Posada, recordaba que no hay que conformarse con una lectura ingenua: “Este tipo de cuadros cantaban a su manera la regeneración política y social que los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia, bajo la égida española, querían traer a las Países Bajos después de la guerra”.
Otra de las salas está consagrada por entero a Rubens. Afamado pintor de figuras, en sus cuadros más íntimos, los que se reservaba para él o que regalaba a sus amigos, solía pintar paisajes. En una de las paredes de esta exposición cuelga uno de estos. El título es ya de por sí remarcable: Atalanta y Meleagro cazando el jabalí de Caledonia. Pero, más allá de los personajes, ocultos y como difuminados entre el mar de ramas y raíces que cubre la otra, destaca, según explica Posada, la impronta personal que Rubens ha sabido dar a este trozo de bosque: “Es como si toda su vitalidad se la hubiera transferido a la naturaleza. No es un paisaje estático, como solían ser los paisajes por entonces. Lo extraño es que esta obra moderna, por así, decir, no influyó mucho, debido a que muy poca gente la vio, dado su carácter privado, casi íntimo”.
Al lado de esta sala hay otra que refleja el paisaje y el invierno nórdico, tan extraño en la cálida y por lo general soleada Lisboa. Y entre los cuadros de esta sala destaca uno titulado Asedio de Aire-sur-la-Lys, pintado por Peeter Snayers, que recrea una batalla invernal con un despliegue inaudito de veracidad, con la fidelidad aparente de un fotógrafo de reportajes o un cartógrafo.
En la última de las salas cierran la exposición media docena de cuadros encargados en el siglo XVII por Felipe IV a los por entonces mejores pintores que residían en Roma para adornar el Casón del Buen Retiro. Entre ellos había un puñado de maestros, la mayoría del norte, hartos de inviernos fríos y enamorados de la luz del sur que, como el francés Claude Lorrain, se especializaron en pintar atardeceres en las campiñas toscanas hasta transformarlos en obras de arte.
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