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OBITUARIO

Enriqueta Antolín, la voluntad de narrar

La escritora destacó como autora de relatos breves y cronista del mundo literario

Juan Cruz
Enriqueta Antolín, escritora, en 2005.
Enriqueta Antolín, escritora, en 2005. RICARDO GUTIÉRREZ

Había en Enriqueta Antolín (Palencia, 1941) una voluntad íntima de querer y de contar. Aparecía en sus libros, pero sobre todo saltaba en su mirada, en su manera de relacionarse con los demás. Querer y contar, estar cerca aunque estuviera lejos. Esa sutileza, que se expresaba en la ternura personal, se convertía en su escritura en una manera de ser rabiosamente literaria.

Entre la escritora y la persona no había apenas distancia. Se la quería por lo que era, y se la quería por lo que escribía. Escribió aquí, por cierto, muchas entrevistas y muchas crónicas y algunos cuentos; era una escritora de la intimidad y una periodista de aliento hondo, siempre buscando, en sus entrevistas y en sus crónicas, misterios y sueños ajenos. Una vez (1992) publicó un libro, La gata con alas; cuando estaba a punto de salir de la imprenta, Carmen Laforet declaró en una rara entrevista que ella acababa de soñar que escribía un libro y que este se llamaba La gata con alas.

Kety, como la llamábamos todos, era mágica, singular. Caminaba como si flotara al encuentro de los otros, y tenía la mirada y la voz sentimental, como si abrazara mirando, poniendo siempre una mano sobre el hombro del interlocutor, diciéndole “aquí estoy”. Decía: “Tenemos que vernos, hablar”.

Fue la amiga de todo el mundo, en el universo literario, del que tanta crónica hizo, y en la vida común de la generación en la que discurrió su vida. Eso es lo primero que surge de su recuerdo, la sensación de la amistad que prodigó, cuando uno piensa en ella en el momento mismo en que recibe la triste noticia que nos dio ayer tarde Andrés Berlanga, su marido, periodista también, escritor. Enriqueta Antolín murió ayer tarde en Madrid, en el día en que cumplía 72 años, después de una enfermedad larga que ella sobrellevó con una increíble fortaleza. Ahora había recaído, una vez más. Cuando reaparecía hacía como que jamás se había ido.

Para ella, la literatura era “un arte verdaderamente serio”, y así lo abordó, minuciosamente, sin atender jamás a la moda que imponía temas y verbos. Sus cuentos (Caminar de noche, por ejemplo) fueron maneras suyas de contar el misterio de lo oscuro, “como caminar dentro de ti mismo, por las partes oscuras del yo”, decía, “para conocerse mejor…” Ella buscaba la noche, la otra parte, para que la vida tuviera su día completo. En ese tiempo oscuro se iban fabricando sus argumentos; “como si estuvieran”, dijo aquí cuando publicó Final feliz (2005), “en alguna parte de mi cerebro esperando a que los redacte. Es como si tuviera un baúl de imágenes, recuerdos, experiencias, anécdotas que he visto en forma literaria”.

A ella le gustaba desconcertar a los lectores, “a mí me gusta jugar”. Y nosotros mismos, las mujeres, los hombres, “somos un extraño juguete, una broma de la naturaleza, interesante pero de muy dudoso gusto”. Su obra es un compendio de todos esos hallazgos, desde la citada La gata con alas a su último libro publicado, Qué escribes, Pamela, aparecido el año pasado; también publicó Mujer de aire, Caminar de noche, Cuentos con Rita… Es autora de un libro de conversaciones con Francisco Ayala, de quien, como de tantos escritores de todas las edades, fue a veces hermana menor y hermana mayor al mismo tiempo. Su literatura vivía del misterio del sueño, de un delirio controlado por la razón y por la ternura.

Su adiós, comunicó ayer tarde Andrés Berlanga, tendrá efecto este mediodía, a las 13.00 horas, en el tanatorio La Paz, donde se dispuso su duelo.

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