Regreso al futuro
Tarde o temprano, las leyes entenderán el cine desde un prisma más humano
A los ilusos nos gusta mucho especular, pero no a la manera de los banqueros y los agentes inmobiliarios, sino como eternos aprendices de cineastas: especulamos con películas que flotan en el aire y sobrevuelan nuestras cabezas, entre comidas y bebidas, en los entretiempos de la vida. Hasta que un día, casi sin darnos cuenta, decidimos convertir ese entretiempo en materia de una película. Decidimos gastar nuestros ahorros como los gastaríamos en ese lujoso viaje demasiadas veces aplazado: sin depender de nadie y sin rutas trazadas de antemano, convirtiendo la película en la mejor excusa para seguir especulando.
Echamos cuentas de nuevo y advertimos que si un distribuidor se interesase por ella, en el mejor de los casos, nos pediría que invirtiésemos en publicidad un dinero que no teníamos y nos concedería unas pocas salas de exhibición en las que apenas sobreviviríamos más allá de una semana. El razonamiento nos llevó a convertirnos en nuestros propios distribuidores para otorgarle una vida mejor y más longeva a nuestra criatura, acompañándola adonde se proyectaba, en una gira que dura ya varios meses y ha convocado a miles de espectadores curiosos, muchos más de los que hubiéramos reunido en aquella hipotética vida en salas comerciales. Así, la vamos mostrando en filmotecas, centros culturales y salas alternativas, pero también en pueblos y ciudades extranjeras, en festivales grandes y pequeños, en cafés, bares y hasta en salones de casas, lo que me hace pensar en aquellas primeras proyecciones de las películas de los Lumière, Méliès y tantos pioneros del cine, o en los kinetoscopios de Edison, que fracasaron porque solo permitían una experiencia cinematográfica individual y que ahora recobran su sentido gracias a ordenadores y tabletas. No se trata de volver al pasado, sino de regresar al futuro tras haber modificado algunas cosas que hicimos mal.
Estoy seguro de que tarde o temprano las leyes y las órdenes ministeriales nos darán la razón y acabarán por entender el cine bajo un prisma más proporcional y humano, permitiendo que nuestras películas dejen de parecer proscritas y adquieran una categoría más noble. Es lo mínimo que puede exigirse en estos tiempos de precariedad, tras asistir al derrumbe de un modelo abusivo con los cineastas independientes y los espectadores más fieles y exigentes. Los ilusos solo es una película más y no puede servir como ejemplo, pues ha sido hecha gracias a la voluntad de unos amigos y resulta más idealista que realista. Pero, en contra de lo que su título puede hacer sospechar, no trata de unos pobres ingenuos, sino de especuladores que siguen imaginando un futuro mejor a partir de aquella idea originaria del cine: poner en movimiento lo que parece detenido.
Jonás Trueba es director de cine. Su última película es Los ilusos.
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