Oda a una música conmovedora
El Real presenta 'The Indian Queen' Es uno de los mejores espectáculos lírico-teatrales de los últimos años en Madrid
El Real no ha engañado a nadie en esta ocasión. En su publicidad señalaba la versión ahora representada sobre The Indian Queen como una combinación de “danza, música, literatura, teatro y artes visuales”. El punto de partida es la semiópera inacabada y última de Henry Purcell (murió a los 36 años), complementada por salmos, canciones, himnos y otras músicas del compositor inglés, a partir de un desarrollo dramático estructurado por Peter Sellars. La aportación literaria viene de unos textos de la novela La niña blanca y los pájaros sin pies, de la nicaragüense Rosario Aguilar.
Estaba claro que la propuesta no era una recreación al pie de la letra de lo que queda de The Indian Queen, sino algo que va más allá. Precisamente en esa ambición artística se enmarca la grandeza de un espectáculo colosal, que permite apreciar como se merece la belleza conmovedora de la música de Purcell. Si, además, se cuenta con una interpretación a niveles de excelencia, y con un coro insuperable en este repertorio, la conclusión es inmediata: estamos ante uno de los mejores espectáculos lírico-teatrales de los últimos años en Madrid. Mortier nos ha regalado en vísperas de su 70 cumpleaños una de esas creaciones que marca las diferencias, y deja a los espectadores totalmente tocados. De su etapa madrileña únicamente el doblete Iolanta-Persephone aguanta a ese nivel la comparación artístico-emotiva. Justamente los responsables musical y artístico son los mismos.
Lo fundamental, al valorar este espectáculo, es dejarse llevar por la música, esa music for a while que consuela las penas y predispone a los placeres de la belleza. No hay que asustarse por la duración —casi cuatro horas— porque el tiempo se detiene y la atmósfera se llena de hermosura, ante el canto barroco más poético, las danzas más naturales y el esplendor de unos coros en sobrecogedores pianísimos, que nos hacen comprender por qué queremos a Purcell, tanto en su apartado teatral como en el más instrumental. Es posible que con otros intérpretes estas representaciones habrían desembocado en algo más fatigoso. Con Currentzis y MusicAeterna, con los coros rusos de Perm, con un elenco de cantantes-actores procedentes de Bielorrusia, EE UU, Corea del Sur, Francia, Alemania, Sudáfrica o Puerto Rico, todo se lleva con facilidad y el tiempo pasa como un suspiro. El movimiento escénico es extraordinario, sobre una escenografía del pintor chicano Gronk tan expresiva como sugerente. El ritmo es deliberadamente lento y nada se enfatiza en exceso, ni siquiera el comportamiento agresivo de los colonizadores. La reflexión siempre está al fondo, bien sea con la efervescencia de la alegría al desaparecer el odio, bien con la búsqueda de una identidad después de las mezclas de razas. Pero es una reflexión que siempre tiene a la música detrás. En las arias, en los dúos, en los anthems, en los lamentos. Y la música, desde su serenidad, invita al conocimiento gozoso.
Me voy a poner estupendo, saliendo de la contención habitual, y brindándoles un consejo. Con el corazón en la mano, créanme. Pues bien, aparquen los posibles prejuicios y procuren asistir a The Indian Queen. No existen excesivas posibilidades, en el panorama actual, de contemplar una propuesta artística tan original, tan de trabajo en equipo, tan estéticamente atractiva. Además es más que probable que después de esta semiópera Purcell se incorpore, si no lo está ya, a un lugar de honor entre sus músicos más queridos. De ello, al menos, no se van a arrepentir.
Babelia
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