La cultura transparente
Hay una cultura de campo o sierra que viene a ser especialmente acérrima frente a otra cultura de playa que acostumbra a ser laxa. Es difícil ser severo o meditabundo practicando surfing y este es el caso de Australia, donde el 90% de la población se concentra en las playas y no hay joven que no esté pensando en coger olas. Canarias sería un modelo a pequeñísima escala, porque Australia es unas 14 veces mayor que España. Cuatro de sus 24 millones de habitantes viven en Sidney, donde las playas tienen de todo: desde gruesas olas de cuarzo hasta escualos.
Su cultura, en consecuencia, es muy laxa. De la media docena de periódicos solo The Sidney Morning Herald se toma las cosas con disciplina. También lo hace, en su parcela, el Financial Review que fue recientemente premiado por su rigor. Los demás o son relajados como The Australian o sensacionalistas (The Daily Telegraph).
En realidad, no hay mucho por lo que estresarse en Australia, comparada con Europa. Si no hay más noticias interesantes que publicar es porque no hay más noticias de esta clase.
Pero así, aproximadamente, pasa la vida por Australia. Ocupar más de siete millones de kilómetros cuadrados no la redime de una idiosincrasia aislada y más si se tiene en cuenta que en el pasado del Imperio Británico fue tierra para los reclusos.
¿Cómo son pues ahora? Poco jerárquicos, amables y susceptibles respecto a su diferencia. Puede que no cuenten con un plato nacional, pero asumen todas las cocinas del Pacífico y Sidney es una algarabía de áreas comerciales donde se sirven comidas de cualquier lugar, especialmente asiático. De tres australianos, casi uno y medio tiene procedencia extranjera y no son racistas por su cultura laxa. No hay un museo notable en Sidney, tampoco una gran biblioteca. La cultura se expande en la belleza de sus muchos jardines y el desenfado de su arquitectura, que va desde los rascacielos a los edificios victorianos, muchos convertidos en galerías comerciales con el aspecto más elegante del mundo.
De hecho, en Sidney no solo hay un barrio de ricos donde tienen su residencia Russell Crowe o Nicole Kidman, sino otra media docena de exclusivos distritos más. La lana fue el primer ingreso en el pasado. Ahora son las minas de carbón, de uranio, de hierro o las reservas de gas. Además del trigo, los vinos y el turismo que no deja de crecer.
Respecto al vino, especialmente, los australianos poseen una cultura tan laxa que no ponen apenas restricciones. Por el contrario, hay restaurantes que aplican el BYO que no son las siglas de nada orgánico sino de bring your own (bottle) (traiga su propia botella). Porque será más barata.
Y no por ello se registran altercados públicos ni escenas callejeras de borrachos. Mucho vino y cerveza a mares con liberalidad para casi todo. Porque la cultura laxa no es libertina, sino disipativa. No se concentra en reglas fijas ni en grandes castigos: el mayor premio de pintura de este año (150.000 dólares) ha sido para Nigel Milson que está en la cárcel por asaltar un 7-Eleven. Del mismo modo que en mi pueblo la Dama de Elche es el icono central, en Sidney la Opera House, tan opuesta a la arquitectura rectilínea, es su heraldo.
Hasta las ondulantes moscas que abundan extrañamente por aquí parecen un signo de liberalidad. Hay moscas en los parques como si muy cerca se hallara un establo y cuando mostré mi asombro aclarando que, sin embargo, no las había detectado dentro de las casas, me contestaron que en las viviendas lo característico no eran las moscas, sino las cucarachas. ¿Suciedad por ello? Paradójicamente, parece ser lo contrario. Es casi imposible citar una ciudad más aseada, con toilettes cada 100 metros, gratuitas y limpias como los chorros del oro. La lasitud no es abandono sino bienestar. El bienestar que Sidney ofrece en el marco de una cultura laxa, tan laxa que podría haberse convertido en transparente. En el fin fatal de la cultura conocida.
Babelia
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