El arte de renunciar al mundo
Lara Moreno debuta con 'Por si se va la luz', una obra sobre la madurez y los nuevos comienzos La escritora andaluza es una exigente autora de poemas, microrrelatos y cuentos
Cuenta Kapuscinski que en una tumba de Timur aparece escrita la siguiente frase que se cita en esta novela. “Dichoso aquel que renunció al mundo antes de que el mundo renunciara a él”, y vale para resumir su esencia.
Así, a pesar de tratarse de una pareja en crisis, Martín convence a Nadia para dejar atrás familia, trabajo, amigos y dependencias electrónicas varias, con el fin de huir de la ciudad, retirándose a un pueblo lejano y casi abandonado, donde una organización, de la que apenas nada sabremos, les proporciona vivienda y la posibilidad de emprender una vida distinta, más intensa y natural. Ella es pintora y escultora, y aunque con dudas, prefiere seguirlo a quedarse sola; él es un joven investigador desencantado a quien su Universidad ni siquiera paga.
Podría definirse como la novela de lo incierto, pues lo poco que acabamos sabiendo no es del todo seguro
De este modo, se instalan en un innominado lugar habitado solo por tres personas: dos ancianos, Elena y Damián, y un individuo de mediana edad, Enrique. La mujer se ocupa de un pequeño huerto, cuida de sus animales, con los que mantiene una extraña relación, sobre todo con los cerdos y gallinas; el anciano caza y sueña con encontrar el mar; mientras que Enrique habita en una casa que hace las funciones de bar y biblioteca, pues la lectura desempeñará cierto papel en la existencia de los personajes. Cuando el relato ya está encaminado, otra mujer, Ivana, regresa al pueblo con una niña, Zhenia, que le ha legado su padre, al no poder ocuparse de ella. Todos comparten protagonismo con el espacio físico en donde se desenvuelve la escasa acción que transcurre en el presente, tras la crisis económica, pues se alude al fraude de Bernard Madoff: un pueblo semi en ruinas, junto a una pradera, en un entorno de montañas y bosques. Del mundo urbano, el fondo que aparece en contraste con la vida rural de los personajes, apenas sabremos nada, solo detalles de la existencia anterior de los protagonistas, quienes representan las distintas edades del ser humano, de la infancia a la vejez.
La novela se compone de dos partes, de 36 y 24 capítulos, respectivamente, que corresponden al invierno y al verano, para cerrarse con un breve epílogo. La mayoría de estos capítulos son muy breves, oscilando entre 1 y 14 páginas. Los escasos pero significativos sucesos que se narran en primera y tercera persona valiéndose a veces del estilo indirecto libre, transcurren entre esas dos estaciones extremas. Se trata de una narración coral en la que los personajes toman la voz para contarnos sus inquietudes presentes o rememorar el pasado. Y podría definirse como la novela de lo incierto, pues lo poco que acabamos sabiendo no es del todo seguro (“dicen que…”, “hay mucha leyenda…”, página 97); en cambio, conforme avanza la trama las certezas van consolidándose, volviéndose verdaderas y elementales.
Lo que se cuenta, en suma, es cómo Damián encara la muerte y transmite su secreta misión; cómo Elena acaba alejándose de su hija y de los vecinos del pueblo para refugiarse en su entrega a los animales; o cómo Enrique se convierte en el pegamento de los demás. La esperanza de supervivencia, sin embargo, llega con el hijo que tendrá la pareja más joven, y con Zhenia, la niña de casi 10 años, quien no carece de dobleces. Parece ser que cambiaron de vida para huir de una civilización en decadencia (“primero llegaron los recortes y luego las restricciones, el paraíso construido por el hombre siempre tiene un mal morir”, página 115), aunque en ocasiones sigan barajando la posibilidad de regresar a la urbe, sobre todo Nadia.
Uno de los mayores aciertos de esta novela estriba en haber logrado dar con la estructura y la lengua literaria idóneas para lo que necesitaba contar; o el cuidado que ha puesto la autora en el tono, en los diversos registros que maneja, no sin algún desliz o un comienzo chirriante, valiéndose de una abundante variedad de imágenes, metáforas, sueños y símbolos, que va diluyéndose en la trama conforme avanza la historia. Una buena muestra de estos contrastes se encuentra en la escena casi celiana, tremendista, la muerte de un perro a golpes tras una fiesta, con la que concluye la primera parte.
¿Por si se va la luz? Quizá la novela se titule así porque en el caso de que casi todo se extinguiera, pero la débil rueda del mundo siguiera girando lentamente, y un pequeño grupo de personas lograra sobrevivir, tal vez en el campo, es probable que todo pudiera volver a empezar a partir de aquellas pocas cosas que nos resultan estrictamente imprescindibles, aunque sean las primeras que olvidamos.
A cuantos ya conozcan la obra anterior de Lara Moreno (Sevilla, 1978), exigente autora de poemas, cuentos y microrrelatos, estoy seguro de que no les sorprenderá este brillante debut como novelista que la convierte en una de las más destacadas escritoras de su generación.
Por si se va la luz. Lara Moreno. Lumen. Barcelona, 2013. 323 páginas. 17,90 euros
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