Mire detrás de la cerradura
El Museo Carrillo Gil del DF juega con la idea del tiempo en una exposición compuesta de obras actuales de la colección española Adrastus
En una pared blanca del museo hay una chapa redonda del tamaño de la cuenca de un ojo. La chapa se puede mover hacia arriba, y si se mueve aparece un agujero en forma de cerradura que da al exterior. Si pones el ojo se ve la calle, coches pasando, gente pasando, y el campo de visión se limita a lo que permite ver el hueco de la cerradura. La pared del museo contiene una sorpresa –podemos ver lo de afuera desde un espacio cerrado– y sugiere una metáfora sobre la subjetividad: tenemos límites para ver, tenemos límites para comprender, somos un punto de vista. Somos el ojo de una cerradura.
La obra, Keyhole, es de 2012 y la hizo el artista eslovaco Roman Ondák. Forma parte de la colección Adrastus, a la que dedica una exposición el Museo Carrillo Gil de México DF. Es la colección de arte contemporáneo del español Javier Lumbreras, un inversor en arte que pretende que su colección sea una muestra sintética del arte global del primer cuarto del siglo XXI. El proyecto de Lumbreras es rehabilitar en un pueblo de España un antiguo edificio de un colegio jesuita para convertirlo en el museo de su colección de vanguardia. El pueblo se llama Arévalo, y allí se puede comer un excelente cochinillo.
El Carrillo Gil ha hecho una selección de obras de Adrastus con el siguiente criterio: cada obra, todas posteriores al año 2000, contiene una reflexión sobre el tiempo. De ahí el nombre de la exposición: El ojo en el tiempo.
Su curador, Carlos Palacios, explica las connotaciones temporales de algunas de las obras. Ejemplos: Sobre este mesmo mundo (2009), de la brasileña Cinthia Marcelle. Es una pizarra de colegio de ocho metros de largo en la que, de acuerdo con las instrucciones de la artista, se han hecho a tiza 97 dibujos unos encima de otros. Palacios explica que las capas de dibujos son sucesiones de tiempos entrelazadas, como el concepto mismo del pasado. Y al pie de la pizarra, en el suelo, hay una abundante fila de polvo de tiza acumulado. El poso del tiempo.
Otra pieza con la que el curador ejemplifica el asunto de la temporalidad es una fotografía del estadounidense Justin Lieberman, Waiting for a train (2006). Se ve al artista sentado en una silla de ruedas en medio de una vía de tren y una locomotora que viene con las luces encendidas. El individuo mira para otro lado, como pensativo, y está cubierto por una paraguas negro. Palacios dice que estamos ante una representación irónica de “una forma de adelantar el tiempo”. El suicidio.
Un ejemplo más del criterio de la exposición. Timekeeper (2002), del francés Pierre Huyghe. Por indicación del artista se han escarbado varias capas de pintura en una pared del museo y el resultado es un agujero de círculos concéntricos en el que se superponen contornos de distintos colores, que se corresponden con las veces que se ha ido repintando esa pared de un color u otro para distintas exposiciones. Palacios dice que es como la “arqueología” de una pared. Los anillos de colores serían anillos de tiempo, serían las edades del propio museo Carrillo Gil.
De las 27 piezas que componen El ojo en el tiempo llama mucho la atención una ideada por Tino Sehgal, un artista británico-alemán con un trabajo de performance tan notable que a sus 37 años ya ha logrado cosas como que el Guggenheim de Nueva York ocupe todo su espacio con una obra suya (This Progress, 2010) o que la Tate Modern de Londres lo elija para intervenir en la gigantesca sala Turbine Hall (These Associations, 2012). La obra de Sehgal consiste en poner personas en los museos interpretando papeles que crean situaciones extrañas para el visitante. En el Carrillo Gil uno entra en una sala y se encuentra de frente con un vigilante y una vigilante del museo besándose.
La escena impacta a la vista, pero aún más al oído. El silencio del museo potencia el sonido de los labios y de la saliva, lo abstrae, es como escuchar la corriente elemental de un morreo. Desde el punto de vista de Palacios, el shock de encontrarse a dos custodios besándose con fruición produce una suspensión del tiempo en el recorrido por la exposición. Uno se queda parado, confundido, preguntándose qué le pasa a esos dos vigilantes y al mismo tiempo sintiendo la pudorosa urgencia de dejarlos solos, y sobre todo de dejar de observarlos. Porque ellos no te miran. Ellos siguen a lo suyo. Hasta que de repente dejan de besarse y entre los dos dicen el nombre del autor y el de la obra de arte en un tono aséptico, como robots, turnándose las partes de lo que dicen.
Tino Sehgal. –Ella–. Custodios. –Él–. Besándose. –Ella–. 2002. –Él–.
Cuando acaban vuelven a besarse. Como si no tuviesen tiempo que perder.
El ojo en el tiempo. Abierta hasta el 12 de enero de 2014 en el Museo Carrillo Gil de México DF.
Babelia
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