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La Viena de fin de siglo se ‘retrata’ en Londres

La National Gallery evoca en 80 obras la época previa a la Primera Guerra Mundial

Autorretrato desnudo, de Richard Gerstl, presente en la exposición de Londres.
Autorretrato desnudo, de Richard Gerstl, presente en la exposición de Londres.

Ria Munk tenía solo 24 años cuando en 1911 se suicidó de un balazo en el corazón. Su familia, judía y poderosa, encargó a Gustav Klimt tres retratos de la desdichada Ria. En uno, aparece en el lecho de muerte. Tumbada y rodeada de flores, aún resulta, más de un siglo después, la viva encarnación de la sensualidad. En el otro, Ria contempla con lánguido desdén al espectador en un óleo cargado de variadas simbologías modernistas. Además de servir de testimonio del trágico paso de la muchacha por este mundo, el conjunto resulta un fenomenal resumen del poder del retrato para atrapar la clase de contradicciones del siglo XX que hicieron de Viena, entonces capital del imperio austro-húngaro, no solo el centro del mundo sino el lugar de los más terribles presentimientos fratricidas, que desembocaron en dos guerras mundiales. De estos y otros misterios se ocupa en la National Gallery de Londres la exposición Frente a la modernidad: el retrato en la Viena de 1900.

Aquella fue en aquel tiempo una ciudad entregada a la cultura, tal como la describió Stefan Zweig en sus memorias, El mundo de ayer. Un centro experimental para las nuevas concepciones del arte, la música, el diseño y la arquitectura más innovadores. Los nombres de Freud, Musil, Broch, Kraus, Wittgenstein, Dvorak o Mahler se fundieron en un abrazo irrepetible con los Loos, Klimt, Schiele o Kokoschka para firmar una de las más brillantes páginas de la cultura europea.

Y dentro de ese maelstrom creativo, el género del retrato sufrió una radical transformación. Los prósperos burgueses y las ya preeminentes clases medias no reparaban en gastos para resultar inmortalizados y, lo que es aún más excepcional, mantuvieron una actitud abierta ante el afán experimentador de los artistas. A esa confianza mutua está consagrada la muestra, que junta alrededor de 80 obras procedentes de colecciones europeas y de EE UU, y para la que la National Gallery ha movido una de sus obras más emblemáticas: Retrato de Hermine Gallia, pintado por Gustav Klimt en 1904.

La muestra alberga valiosas pinturas de colecciones de Europa y EE UU

Gemma Blackshaw, catedrática en la Universidad de Plymouth, ha organizado el recorrido en capítulos que funcionan como barrios mentales de aquella Viena. Solo de una sociedad multicultural como la de esos años pudo salir una concentración de talento como la expuesta. “Tenemos aquí los rostros de esas clases medias y altas que protagonizaron la historia”, explicaba esta semana en el museo con vehemencia, para añadir: “Los descubrimientos de Freud que convulsionaron entonces la sociedad, también influyeron en el género del autorretrato”.

La primera sala está dedicada a los antiguos vieneses a partir del recuerdo de la muestra celebrada en 1905 en la galería Miethke. La importancia de los retratados se adivina en los detalles. A veces bastaba con los destellos de las joyas (como en Retrato de mujer de negro, obra de Klimt, hacia 1894). En otras ocasiones, el mensaje viajaba a bordo de la suntuosidad del mobiliario.

El concepto de familia y su influencia en la formación del individuo, trastocados uno y otra por las novedades del psicoanálisis, dan como resultado obras tan inquietantes como La familia (autorretrato) de Schiele (1918). Prestado por el Belvedere, este óleo podría servir de mausoleo para enterrar la idea de la familia, una institución que empezaba a ser atacada de frente.

Capítulo aparte merece la porción dedicada a los retratos inacabados. En algunos casos, todo se debió a desacuerdos entre artista y cliente. Pero no siempre fue así. Es el caso de Amalia Zucherkandl, retratada por Klimt entre 1917 y 1918 antes de convertirse al judaísmo. Las sesiones quedaron interrumpidas por el estallido de la I Guerra Mundial. El artista murió en 1918. De ella sabemos que en 1942 fue enviada a un campo de exterminio. El retrato inacabado de Gustav Klimt la muestra envuelta en una bella mirada azul, con los hombros al aire; el artista no llegó a tiempo de pintar el vestido. Pequeños trazos parecen indicar que el trabajo está a medias. “O puede que no, explica la comisaria. Nunca lo sabremos”.

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