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La música a través de la elevación

El trompetista noruego Nils Petter Molvaer y Moritz von Oswald unen sus fuerzas en ‘1/1’, un encuentro entre la electrónica y la impovisación jazzística

Daniel Verdú
Nils Petter Molvaer (izquierda) y Moritz von Oswald.
Nils Petter Molvaer (izquierda) y Moritz von Oswald.

El trompetista noruego Nils Petter Molvaer i el productor de electrónica alemán Moritz von Oswald tenían que conocerse. Un alto ejecutivo discográfico se empeñó en perpetrar el encuentro y meses después, tras varias sesiones en el sótano de la casa de Berlín de von Oswald, salió 1/1.Un viaje sonoro sobre el que el trompetista improvisa un paisaje que bien podrían evocar los fríos fiordos de donde procede. “Aquí llega a hacerse muy oscuro y hay mucha niebla. El lugar de donde eres te afecta como ser humano. Y la manera en la que tocas el instrumento está muy relacionada con quién eres. Si hubiese crecido en Soweto sería muy diferente, créeme”, señala Molvaer por teléfono.

Portada de '1/1'.
Portada de '1/1'.

Su música se ha encasillado a menudo bajo la etiqueta de jazz nórdico. Pero él se revuelve contra ese corsé. “Es reduccionista. Para mí se trata solo de buena o mala música. Me interesan mucho Joni Mitchell, Johnny Cash o Bon Iver. Me preocupa más la calidad que la etiqueta”. Unas influencias, que evidentemente distan mucho del techno minimalista que encumbró a von Oswald con proyectos como Chain Reaction o Basic Channel allá en los noventa. “Moritz siempre ha sido una inspiración. Me gusta la música que tiene esa parte de ritual minimalístico. Me encanta la paleta sonora de Basic Channel. Esa oscuridad analógica, casi orgánica”.

Y es fácil seguir ese rastro en las bases creadas por von Oswald en esta ocasión. Incluso en la neblina sonora procedente de su obsesión por el dub jamaicano. “Me gusta ser responsable de los ritmos, tal y como se dice en Jamaica. Los backbeats, la estructura. Yo no tengo tanto espacio para la improvisación. Busco una densidad para que él pueda dejarse ir, desarrollar su identidad”, explica von Oswald desde su casa/estudio en Berlín, bastante más parco en palabras que su compañero.

El disco es prácticamente un directo sin ensayos. La idea, dice el alemán, es que sea un material de trabajo a desarrollar en los conciertos. “Queremos que vayan un poco más allá. Creo que los conciertos serán mejores. Al final, eso es lo que el jazz siempre ha significado para mí. Espontaneidad, respeto, improvisación. También mucha confianza y libertad. Este disco es como una conversación. Como conducir por una autopista en completa calma. Lo podrías llamar viaje espacial, aunque sea un cliché”.

Molvaer, sin embargo, se escurre de nuevo con la idea de que se le pueda colgar el cartel de músico de jazz. “Si tuviera que describirme diría que soy más un improvisador. Y lo hago desde plataformas muy distintas al jazz afroamericano. De ese pensamiento vertical. Prefiero verlo como algo muy abierto. Es como conocer otras culturas. Hay que buscar una manera de comunicarse que nos sirva a los dos. No puedes decir que su lenguaje es una mierda. Sería arrogante. Y eso sucede en algunas culturas del jazz, que son extremadamente conservadoras”, explica al tiempo que señala a Black Sabbath, Led Zeppelin o Brian Eno le han influenciado más que muchos mitos del jazz.

Y en esa apertura se encuentra con von Oswald, que pese a su cercanía al jazz ha construido una carrera musical sobre los pilares del ritmo y el compás del 4/4. Una estructura que a muchos puede sonarles monótona, pero que constituye el patrón inmutable sobre el que se ha basado esta música desde los años ochenta. “Si tienes esa experiencia, con un buen sonido y una buena atmósfera, querrás repetir. Es como un loop. Y cuando lo vuelves a hacer te atrapa. Hay un cierto magnetismo”, señala von Oswald. Para Molvaer es algo casi místico. “Es una forma de elevación”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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