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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Marian y Jim

El Festival de Cine de San Sebastián, que terminó el sábado, ha coronado a dos actores admirables, Marian Álvarez y Jim Broadbent

David Trueba
Marian Álvarez tras recoger su premio en el Festival de Cine de San Sebastián
Marian Álvarez tras recoger su premio en el Festival de Cine de San Sebastián

El Festival de Cine de San Sebastián, que terminó el sábado, ha coronado a dos actores admirables. Sobre la española Marian Álvarez el ojo público no se había posado con la suficiente atención y respeto, pero ahora con La herida tendrán ocasión de descubrirla quienes aún no estén al tanto del secreto a voces de su talento. La profesión de actor es en sí misma una contradicción, porque exige al profesional vaciarse y volverse invisible, para entregarle todo al personaje interpretado, así que en muchas ocasiones el éxito mayor consiste en pasar desapercibido. Al menos esa ha sido la escuela británica, vencida en muchas ocasiones por el aspaviento psicologista norteamericano, pero que a la larga ofrece una nómina de actores imprescindibles que da casi vértigo enumerar.

En esa escuela Jim Broadbent podría ser un catedrático. Muchos quizá no se han quedado con su nombre, entre otras cosas porque su apellido parece un atasco, pero estoy seguro de que sí se han quedado con su cara. Esa cara de hombre común, de nuevo invisible para la mirada equivocada, pero de una radical verdad para quien aún se acerca al cine buscando una prolongación de la vida, de esa rara cualidad llamada normalidad. Rasgado por unos ojos irónicos, que amenazan con desvelar que bajo la timidez se esconde un excéntrico radical, posee todas las cualidades de un británico de manual, al que ya le pueden sumar, sin afán de molestar, una nariz ganada a golpes de pub.

Marido perfecto para las películas centradas en una mujer fuerte, una esposa de las que ponen a la sombra a cualquiera, ha sido a las órdenes de Mike Leigh donde Broadbent ha alcanzado la perfecta mezcla de melancolía y humor. Eso sí, con permiso de su actor de teatro comedor compulsivo en Balas sobre Broadway. Topsy-Turvy es una de esas pocas películas que retrata de manera magistral las contradicciones de la creación popular, y en ella deslumbraba como el Gilbert del dúo Gilbert & Sullivan. Bastaba con que Hanif Kureishi, que en su relato Intimidad dejó un demoledor retrato de la extinción del amor, le escribiera un marido en el desfondadero del matrimonio para que él se reivindicara como el mejor esposo del que goza ahora mismo el cine mundial.

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