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CRÍTICA: 'LA ESPUMA DE LOS DÍAS'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La máquina de imaginar

La energía imaginativa se mide con la del autor de la novela en la que se basa en un equilibrio sorprendente

Fotograma de 'La espuma de los días'.
Fotograma de 'La espuma de los días'.

Publicada en 1947, La espuma de los días, segunda novela de Boris Vian, responde con precisión a las palabras de su biógrafo Noël Arnaud: “Todas (sus) obras (…) son obras de juventud, de una maravillosa juventud que todavía no ha terminado de hacer cosquillas (…) a las momias”. La juventud es aquí tema y lenguaje (jazzístico): la exultación del primer amor y su fragilidad son los dos polos de esta miniatura destinada al lector futuro.

LA ESPUMA DE LOS DÍAS

Dirección: Michel Gondry.

Intérpretes: Romain Duris, Audrey Tatou, Gad Elmaleh, Alain Chabatm Omar Sy, Philippe Torreton.

Género: comedia. Francia-Bélgica, 2013.

Duración: 90 minutos.

La espuma de los días contaba el romance entre el joven adinerado Colin y Chloé, la chica que se llamaba como un tema con arreglos de Duke Ellington. Y, también, la erosión moral, económica y existencial que avanzaba, imparable, cuando un nenúfar se abría en los pulmones de la enamorada. En el prefacio de su novela, Vian la definió como “una proyección de la realidad, en una atmósfera oblicua y recalentada, sobre un plano de referencia irregularmente ondulado y que presenta una distorsión”. Michel Gondry toma esas palabras como insignia para sumar toneladas de invención a su vocación de literal y casi enfermiza fidelidad: la película parece respetar cada frase y convertirla en poema visual, al tiempo que añade un puñado de nuevas y afortunadas ocurrencias.

Gondry ilustra el proceso de escritura de la obra por la vía del delirio: un grupo de personas teclea frases al vuelo sobre máquinas de escribir que recorren una cinta transportadora. El director omite algunas notas de crueldad surrealista, pero su energía imaginativa se mide con la de Vian en un equilibrio sorprendente: entre la animación fotograma a fotograma y el trabajo manual, Gondry logra otra pieza mayor en su filmografía, tan luminosa como La ciencia del sueño (2004), tan melancólica como ¡Olvídate de mí! (2006).

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