París se reconcilia con Georges Braque
El Grand Palais recupera su figura, a través de 200 obras, especialmente pinturas, algunos dibujos y esculturas
Appolinaire describía a Picasso como una enorme llama y a Braque como a un regulador, oponiendo así la pasión y espectacularidad del primero a la racionalidad y discreción del segundo. A pesar de su papel como cofundador del cubismo, de su enorme consagración en vida –fue el primer pintor vivo en exponer en el Louvre- y de unos funerales de Estado dignos de los más grandes, Georges Braque (1882-1963) ha quedado relegado con el tiempo a un segundo plano, aplastado por la gigante sombra del español. El francés carece por ejemplo de un museo dedicado a su obra, que se encuentra así diseminada. Cuando se cumple justo medio siglo de su muerte, el Grand Palais recupera su figura con una gran retrospectiva, la primera en París desde hace cuatro décadas.
A través de más de 200 obras, esencialmente pinturas, con algunos dibujos y esculturas, la muestra, comisionada por Brigitte Léal, recurre a la siempre eficaz exposición cronológica para repasar su constante búsqueda de equilibro entre el rigor y la emoción. El todo se acompaña de forma didáctica con salas de ambientación repletas de cartas, libros ilustrados y fotografías -firmadas por Man Ray, Robert Doisneau o Henri Cartier-Bresson- que recuerdan su pasión por la música y su gran amistad con Erik Statie, así como con poetas como Guillaume Appolinaire, Pierre Reverdy y René Char.
“El pintor ve colores y formas”, escribía Braque en sus reflexiones sobre el arte. Fueron primero los colores extravagantes de sus contemporáneos fauvistas, un movimiento que el pintor criado en Le Havre descubre en el Salón de Otoño de 1905, las que le inspiraron en una serie de paisajes marselleses de l’Estaque, siguiendo los pasos de su modelo Cézanne, en 1906 y 1907. Al año siguiente, vuelve a retratar la localidad del sur de Francia, pero esta vez su pintura ha cambiado: la perspectiva tradicional desaparece y los paisajes son representados por sus volúmenes.
Entre tiempo, Braque ha conocido a Picasso, al que ha visitado en su estudio del Bateau-Lavoir cuando este preparaba Las Señoritas de Avignon. Aunque considerada como la primera obra cubista, el movimiento nace oficialmente con la exposición de 1908 de las obras de Braque de l’Estaque, a las que Matisse se refiere como realizadas con “pequeños cubos”. Para Braque, el cubismo sirve sobre todo para “multiplicar en la superficie dibujada, construida y pintada, la visión del mundo, al ofrecer simultáneamente las diversas caras de las cosas”.
Durante este periodo, Picasso y Braque, con sus personalidades opuestas pero “guiados por una idea común”, en palabras del francés, crean una suerte de “cordada de alpinistas”, un intercambio constante y extremadamente fructuosos en el que se multiplicaban las innovaciones. Es en esta época que Braque inventa el collage, el cual aparece por primer vez en Compotier et verre en 1912, con un papel de imitación de madera. En otras obras cambia por papel de periódico e incluso papel cartón ondulado que imita el mango del instrumento en La Mandoline de 1914.
Aquel diálogo queda interrumpido por la primera guerra mundial, en la que Braque resulta herido en el frente en mayo de 1915. No vuelve a la pintura hasta 1917 con una serie de naturalezas muertas. Las formas se hacen más suaves y, sobre todo, los colores reaparecen, con tonos de azul y de naranjas combinados “como una música” como queda plasmado en su majestuosa La Musicienne (1917-1918). Braque emprende entonces también un complejo regreso a la pintura figurativa, con guiños al clasicismo.
Durante la Ocupación de Francia durante la segunda guerra mundial, aparece el Braque más oscuro: las calaveras se multiplican, los pescados negros, símbolo de la guerra y del hambre que conlleva son omnipresentes, y la soledad del pintor replegado en su estudio queda reflejada en obras como L’Homme à la guitarre o l’Homme au chevalet, ambas de 1942.
Siguen sus series de estudios temáticas, desde los billares hasta sus últimos paisajes, pasando por sus retratos de talleres y su serie de pájaros, partiendo del encargo realizado por el museo del Louvre en 1953 para el techo de su sala Hércules, que adorna con grandes aves azules. En 1961, el mismo museo le dedicada la exposición L’atelier de Braque.
Braque desaparece así en 1963 en lo más alto de su fama. “Antes de que Georges Braque descanse en el pequeño cementerio normando que ha elegido, aporto aquí el homenaje solemne de Francia”, señaló en su entierro el escritor y entonces ministro de Cultura, André Malraux. “Habrá reconocido, señora, la música que acaba de oír, antes de esas campanadas que sonaban antaño por los reyes: es la Marcha fúnebre por la muerte de un héroe” señalaba en el vibrante homenaje en el que recordaba “a uno de los mayores pintores del siglo”. Es posible que fuera precisamente su papel destacado de pintor casi oficialista del gaullismo el culpable de cierto desinterés por parte de las siguiente generaciones en busca de ruptura. Una injusticia que la muestra se propone ahora corregir.
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