El último edén es una frontera
‘Arraianos’, de Eloy Enciso, otra muestra del nuevo cine gallego, llega a las salas tras un largo devenir festivalero que incluyó Locarno 2012
“No nos expulsaron del Edén. Nosotros destruimos el Edén”. ¿Es el final de un lugar mítico? Arraianos, de Eloy Enciso, está rodada en Couto Mixto, una zona a caballo entre Galicia y Portugal, un puñado de aldeas que hasta el siglo XIX incluso tenían privilegios como la exención de impuestos. Hoy esa frontera, esa sensación que el forastero pueda tener de pisar Brigadoon —una acertada definición de Fran Gayo, programador del Bafici bonaerense, donde se proyectó— se desvanece. Y Enciso, que nació allí en 1975, ha rodado una película que trasciende el coqueteo con el documental al poner a los habitantes de ese territorio a recitar la obra de teatro El bosque,de Jenaro Marinhas del Valle. “En la película no hay nada que no exista, no me he inventado nada. Pero me gusta trasladar al espectador la decisión de hacer la película. Es un espacio en el que disfrutas de los personajes, de las historias, y que el público debe rematar y reelaborar cada vez que la vea”. Lo que incluye el antinaturalismo: “Claro, ¡es cine! Nadie dice frases así. A cambio, gracias a esos pies forzados, las personas acaban mostrándose como son. Porque, como decía Joaquim Jordà, no son lo mismo verdad, realidad y realismo”.
Otros nombres del cine gallego
Junto a Eloy Enciso, en el nuevo cine gallego están:
Oliver Laxe: ganador en 2010, en la Quincena de Realizadores de Cannes, del premio FIPRESCI por Todos vós sodes capitáns.
Xurxo Chirro: director de la soberbia Vikingland (2011).
Lois Patiño: ganador en Locarno 2013 del premio al mejor director emergente con Costa da Morte.
Alberto Gracia: con O quinto evanxeo de Gaspar Hauseri, ha participado en Rotterdam 2013.
De la película —la segunda del director, que debutó con Pic-nic (2007)— surge una curiosa, onírica sensación de felicidad. “Más bien diría de amor a las cosas por parte de las personas-personajes. No quiero hacer declaraciones —y menos aún en el cine—, sino que en esta discusión entre cine relato y cine materia apuesto por este segundo, que construye la dramaturgia con las sensaciones del espectador”. Volviendo al Edén, el cineasta no quiere hablar de su fin: “Existe ese terreno, y yo lo he filmado. Llegué pensando en que iba a rodar el último hálito de algo, y me tuve que desdecir: en los habitantes de Couto Mixto no hay un sentimiento trágico, sino de transición hacia algo distinto. Creen que mientras sigan ahí y mantengan el amor a sus cosas, ese mundo existirá”. ¿Y viven envueltos en esa magia? “La película se basa en dos ideas: la realidad y la construcción mítica de la realidad. A la vez reflejo esa pelea entre dos mundos, como la que hay entre luz y oscuridad, animales y hombres, vida y muerte... Ponemos a confrontarse a mundos aparentemente antagónicos para ver qué pasa”. Eso se refleja en el diálogo entre dos mujeres, “una que apuesta por un punto de vista en el que cada pequeña cosa que ocurre en el mundo es una herida y otra que dice que un árbol es un árbol y que se deje de discursos”. Aunque después Arraianos tome partido, con una secuencia “en la que aparece la vida empujando”.
En ese diálogo, Enciso, para su trabajo como director, apunta: “¿Qué nos alimenta, el trabajo o quizás también el imaginarnos, el soñarnos? Bueno, hemos llegado hasta aquí porque en un momento dado alguien imaginó algo más. Como creador apuesto por esa imaginación, aunque trabajando. El cine actual huye de algo fundamental, el prueba-error, el buscar y encontrar ese momento, el tono”. Que la magia te pille detrás de las cámaras. “Nunca impongas una idea. Que solo te guíen los deseos”.
Enciso suena a cansado. Ha bregado porque Arraianos —que rodó entre 2009 y 2011— llegara a las salas (se estrenó en cines comerciales ayer), algo que podría parecer fácil tras su estupendo recorrido festivalero que le llevó al Bafici, a ganar el Premio Nuevas Olas en Sevilla, a Nueva York, a Vancouver... y, sobre todo, a participar en Locarno en 2012. No solo ha sido un proceso largo, sino que además sabe que en su tierra la nueva generación de cine gallego se ha quedado sin aire: la extinta Axencia Audiovisual Galega apoyó a los autores emergentes y destinó durante varios años un porcentaje de su presupuesto —en la mejor edición fueron 400.000 euros, de los que una película podía llevarse como mucho 30.000— a “ayudas de talento”, una especie de becas de creación. “Dio unos rendimientos culturales impresionantes e impulsó a una generación que, aunque somos muy distintos, disfrutamos haciendo cosas diferentes con intereses artísticos comunes”. Y eso le lleva a pensar en cómo se deshace el cine español. “Es culpa de la cortedad de miras, de la mala educación, de una clara falta de política cultural”.
Babelia
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