El documental ya es un rival serio
Tres películas de no ficción optan por vez primera en la historia del festival al León de Oro Proliferan los filmes que indagan en la vida de cineastas
A un soplo del cierre de su 70 edición, la Mostra del Cine de Venecia dio un paso histórico, inédito en su larga vida: abrió la competición para el León de Oro al documental. Si la octava jornada acogió la entrevista a Donald Rumsfeld del maestro estadounidense del género Errol Morris, la novena consagró a Gianfranco Rosi, cineasta italiano que se pateó el grande raccordo anulare, los 70 kilómetros de autopista que rodean Roma como el anillo de Saturno. The Unknown Known y Sacro Grason las dos aportaciones de vanguardia a un nutrido tropel de películas de no ficción, esparcidas en las secciones paralelas. Regalaron muchas de las pocas alegrías del certamen.
Un pescador de anguilas que criba el Tíber con su barco regala perlas de sabiduría y ternura; un aristócrata y su hija comparten un minipiso y diálogos cultos; un entomólogo lucha una guerra infinita contra los parásitos de las palmeras. Son algunos de los protagonistas de Sacro Gra, un largometraje que acaba siendo la detallada fotografía de un universo marginal y rico, un rostro desconocido de la urbe eterna y, de paso, del país entero.
Gianfranco Rosi —ningún parentesco con el más célebre Francesco, director, entre otras, de Las manos sobre la ciudad (1963)— capturó su crisol de historias, voces, miserias y noblezas en tres años de entrevistas. “Los primeros ocho meses no encendí casi la cámara. Solo encontraba a la gente, me sentaba y charlaba”, dice el director, que en Italia es conocido, por un nicho de apasionados, gracias a sus pruebas precedentes. Sobre todo, El sicario o Room 164 de 2010, una entrevista rodada en una habitación de hotel a un narco mexicano.
La topografía existencial de Rosi fue la obra italiana más aplaudida de las tres que aspiran al León de Oro. Hecho que confirma una sensación difusa en la orilla de la laguna: la edición de este año consagra a los documentales como cine de primera categoría. La no-ficción está entusiasmando y conmoviendo más que la ficción. “Es una señal de los tiempos que vivimos, creo”, evalúa el presidente de la Bienal, Paolo Baratta. “Hay épocas en las cuales la gente tiene sed de realidad, de observar el mundo con un ojo más rico y profundo, en lugar que fantasear”. Según Baratta, es un efecto deseado de la crisis económica. O sencillamente que los documentales seleccionados cuentan historias de forma interesante, fresca y libre.
Es el caso del bello Summer 82, when Zappa come to Sicily del siciliano Salvo Cuccia. En aquel verano, cuando Italia ganó el Mundial de fútbol y los muertos de una cruenta guerra de mafia se acumulaban en las calles, el músico Frank Zappa (1940-1993) dio un concierto en Palermo. Acabó en guerrilla. Cuccia reconstruye aquella noche, con testimonios de fans, material de archivo y su recuerdo personal. “Este género de cine es un contenedor de muchos lenguajes. De esta forma crea su poética y atmósfera”, comenta en Venecia.
Su obra fue el pretexto para contactar con la familia del guitarrista y para acompañar a viuda e hijos a Partinico, el pueblo cerca de Palermo desde donde salió el abuelo Zappa, rumbo a EE UU, con su maleta de cartón. Los visitantes son recibidos por el alcalde con banda municipal incluida y presencia ciudadana.
Otras obras trazan retratos de cineastas, iluminando partes de su carrera poco conocida o de su personalidad: el interesante Bertolucci on Bertolucci, Istintobrass sobre el director erótico Tinto Brass, que empezó como asistente de Roberto Rossellini o Trespassing Bergman. Se trata de un periodismo visual que respira hondo y a largo plazo. Necesita tiempo: el gran veterano del género, Frederick Wiseman, a sus casi 80 años, grabó durante 250 horas la vida en el campus de Berkeley, para presentar en Venecia su última labor, de 244 minutos.
Más corto es el documental sobre las Femen, el grupo de activistas ucranianas famosas por sus protestas en topless contra el machismo. La veintañera australiana Kitty Green compartió piso con algunas de ellas durante meses antes de confeccionar Ukraine is not a brothel. “Los documentales, considerados aún un cine menor, son más libres para contar verdades que prensa y televisión esconden u olvidan, por oportunidades políticas o de mercado”, comenta Natalia Aspesi, crítica de La Repubblica. “Son necesarios porque abren al mundo, a la vida, a la gente, a la belleza y al horror”. Los documentales hacen el trabajo sucio. Como diría John Wayne, alguien tiene que hacerlo. Por fin llegan a los Festivales de primera categoría, no apartados en secciones especiales. El siguiente desafío es el de convencer a los distribuidores.
Los aplausos acogieron también Walesa man of hope, del polaco Andrzej Wajda. Se inspira en Lech Walesa, fundador y alma de Solidaridad, el sindicato que en 1981 organizó huelgas en las obras de Danzica. “Elegí poner al lado del actor protagonista a una periodista, la italiana Oriana Fallaci, interpretada por Maria Rosaria Omaggio”, contó el realizador.
La única película francesa en la competición llegó casi en el último día de la Mostra. Se trata de La jalousie, de Philippe Garrel. El protagonista es un treintañero que tiene que hacer cuentas con todas las mujeres de su vida. Su hija y su hermana son las únicas estables, las restantes son meteoritos que llegan y se esfuman. Al protagonista, interpretado por Louis Garrel —una vez más actor fetiche de su padre—, le cuesta mantener cierta estabilidad emocional. Podría haber sido un dramón insufrible, pero la mano del director, además del blanco y negro, transforman la historia casi en una comedia.
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