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PURO TEATRO

Sube la fiebre

Israel Elejalde regresa a Madrid, a la sala Cuarta Pared, con 'La fiebre', de Wallace Shawn

Marcos Ordóñez
Israel Elejalde, en un momento de la representación de 'La fiebre'.
Israel Elejalde, en un momento de la representación de 'La fiebre'. Bárbara Sánchez Palomero

A veces tardo un poco en pillar las cosas. Cuando leí The fever en 1991 me irritó bastante. Pensé lo obvio: “Wallace Shawn, turista rico en países pobres”. A finales de los ochenta, el actor y dramaturgo Wallace Shawn viajó a diversos países de lo que eufemísticamente suele llamarse Tercer Mundo y sufrió una triple crisis (vital, política, artística) que plasmó en su monólogo, representado luego en muchos domicilios de amigos y en el Public Theater de Nueva York. Shawn despierta en la mugrienta habitación de hotel de un país tan hermoso como violento; un país donde el poder tortura y viola y mata. “Toda esta gente”, concluye, “vive en la pobreza y es asesinada para que yo y los míos podamos seguir con nuestro estilo de vida”. Este es un resumen muy reductor, porque en The fever hay muchas otras cosas. Shawn no nos larga un sermón. No nos indica el camino a seguir. Nos habla, con mucho humor, de sus orígenes, de toda su vida, de sus pasiones y sus dudas. No dice: “He visto la luz, ahora soy un hombre concienciado”. Dice: “He visto todo esto y vivo en esta contradicción”.

Cuando vi The fever representada por primera vez (La febre, Espai Lliure, 2010, dirigida por Carlota Subirós) me gustó mucho el trabajo de Eduard Farelo, pero no logré separar el texto de la “imagen pública” de Wallace Shawn. Como si necesitara que WS hubiera dado todo su dinero a los pobres para legitimar su discurso, por así decirlo. Luego estaba su “descubrimiento” de El capital. Eso también me irritó lo suyo. Me parecía muy radical chic. Te dicen Marx y piensas en Stalin, y es lógico que así sea, pero no es muy distinto de que te digan Cristo y veas tan solo pompas vaticanas. Aunque parezca una comparación un tanto aventurada, no creo que sea un disparate. En realidad, Shawn habla dos veces de Marx en La fiebre. En la primera se encuentra con una muchacha que se sumó a la guerrilla porque el ejército mató a su marido y luego mató a su hermana. Es comprensible. Y dice algo muy pasoliniano: no era seguidora de Marx, sino que pensaba que Marx era su seguidor, porque estaba del lado de los pobres. No comulgo con eso, pero lo entiendo. La segunda vez es una cita (muy bien elegida y resumida) de El capital, el famoso concepto del “fetichismo de la mercancía”: “Esta deliciosa taza de café contiene la historia de los campesinos que recolectaron los granos, de cómo se desmayaron bajo el sol abrasador, de cómo les patearon. A algunos, no a todos. O sí. Durante dos días el fetichismo de la mercancía estaba por todas partes. Era una sensación muy rara. Pero al tercer día se me pasó, ya no estaba. Se fue”. Quizás no haga falta viajar a Guatemala para llegar a esa conclusión, pero las caídas del caballo llegan cuando (y donde) llegan. Ahora me importa poco si Shawn ha pasado o no a la acción, y tampoco me hace falta estar “totalmente” de acuerdo con él. A veces vamos al teatro para que nos muevan un poco la silla de las certezas, las ideas recibidas, los prejuicios. Esta es una de esas veces.

Es un trabajo vitalísimo, muy rico (en voz, gesto, tonos, sentido, ritmo, pasión), cambiante, que te atrapa y no te suelta

Quizás la principal diferencia entre el texto que leí en 1991 y vi luego en el Lliure y el que he visto este verano en Cuarta Pared es que muchas de las cosas que cuenta La fiebre quedaban entonces un poco lejos, o eso quería creer. Ahora la pobreza, hija de la desigualdad salvaje, vive en la puerta de al lado. Israel Elejalde me ha devuelto un texto nuevo, porque lo ha hecho suyo. Ya no veo a Shawn; no veo, como vi (prejuicio, cliché) al hijo del editor de The New Yorker. Ahora el texto vuela libre. Israel Elejalde es un actor poderoso y versátil. La pasada temporada hizo Maridos y mujeres y la repesca de La función por hacer en la Abadía, y fue un estupendo Pepe Rey en Doña Perfecta, en el María Guerrero, y presentó La fiebre, dirigida por Carlos Aladro, en la sala Kubik y el Festival Fringe. Escribo esto para que vayan a Cuarta Pared, porque La fiebre vuelve ahora mismo, del 6 al 8 y del 13 al 15 de septiembre. Elejalde llevaba años queriendo interpretarla, y lo ha conseguido con el soporte de Teatro en Tránsito, Kamikaze Producciones y de su propio bolsillo, más tres mil euros ligados a base de crowdfunding. Digo esto como lo de la taza de café de Shawn, para que cuando disfruten de la función sepan lo que ha costado levantarla. Y menciono esa voluntad, ese deseo, porque yo creo que permea su interpretación, como si el personaje necesitara urgentemente compartir su experiencia, contarnos lo que le ha sucedido, lo que ha percibido, lo que ha aprendido. Es un trabajo vitalísimo, muy rico (en voz, en gesto, en tonos, en sentido, en ritmo, en pasión), cambiante, que te atrapa desde el principio y no te suelta. No hay imprecación sino interrogación. Eduard Farelo estaba formidable, pero diría que en la puesta de Subirós faltaba algo de humor, porque ese humor está en el texto. Era aquella una fiebre un tanto agónica, casi de héroe romántico.

El humor es fantástico porque siempre funciona por contraste. Te ríes mucho en La fiebre, y de repente te pegan el latigazo y te mueven el suelo bajo los pies. Elejalde tiene la velocidad y el sentido del quiebro de los stand-up comedians. Y la intensidad del trágico. Trabaja con todo el cuerpo. Cada uno de sus movimientos tiene sentido: si se levanta es para acompañar una embestida del texto o para cambiar de ritmo, si se sienta es porque el narrador está fatigado. Hay humor también en el juego de los rótulos, un guiño brechtiano que subraya ironizando, o funciona a modo de eco, cuando Shawn se burla un poco de sí mismo. También creo que las podas efectuadas por Elejalde y Aladro le vienen de perlas a la función, que apenas dura hora y pico. El original giraba un poco sobre sí mismo en ciertos pasajes, se hacía reiterativo. Aquí está más concentrado y gana en tensión, en nervio. Me ha gustado mucho la puesta, aparentemente sencilla y muy sofisticada, de Carlos Aladro. Y la presencia y la música (Bach, Haendel) de Alba Celma, la superlativa chelista, y las luces de Juanjo Llorens, que crean atmósfera y detallan con precisión lo que hay que resaltar. La fiebre es mucho más que un monólogo: es un texto que deja poso y un tour de force interpretativo; una función emocionante, brillante, estupendamente montada. A por ella.

La fiebre. De Wallace Shawn. Dirección: Carlos Aladro. Intérprete: Israel Elejalde. Sala Cuarta Pared. Madrid. 6, 7, 8, 13, 14 y 15 de septiembre.

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