La linterna del espino
Al modo de los grandes Coleridge, Pound y Eliot, la crítica literaria de Heaney nace de su propia labor como creador y está comprometida con una causa poética
Antes de que en 1995 le dieran el Premio Nobel a Seamus Heaney, compré un libro suyo, La linterna del espino,editado con preciosa austeridad y elegancia por Faber & Faber, en 1987. Considero que en ese libro está lo mejor de Heaney y que en él se concentran las mejores virtudes de su poesía. La idea de la lámpara o linterna, asociada metafóricamente a un elemento de la naturaleza (el espino), procede de las visiones románticas pues, según ellas, la naturaleza ilumina, enciende, da luz, es decir, nos permite acceder al conocimiento de ella misma —materia encendida— y de lo humano en sí (ser encarnado). A partir de esa idea, vivida como sentimiento y no como puro concepto, Heaney despliega un abanico de preocupaciones temáticas en cuyo centro siempre está la emoción, por más que en ocasiones su elaborado lenguaje parezca desmentirlo: “Cae la lluvia en los alisos…/ y…cada hoja recuerda/ la esencia absoluta de un diamante”. La metáfora refinada no anula la emoción que expresa el asombro ante el milagro de lo que existe.
Una fuente de inspiración de Heaney fue su paisaje natal, Irlanda del Norte, y la humanidad laboriosa que él poetizó de la manera más wordsworthiana imaginable, es decir, con una especie de amor profundo, sereno, tranquilo y avasallador. Las labores campesinas, con las patatas fulgurando como tesoros, o la mantequilla que elabora la madre, como pura esencia generosa, o las aventuras infantiles, como puro paraíso de los asombros vírgenes, o un lazo hecho con espigas, como expresión de esta idea: “El fin del arte es la paz”. Un registro más duro y doloroso se percibe en su libro Norte (1975), en el que el conflicto sangriento desemboca en esta lacerante afirmación: “Ulster era británico, pero sin derecho alguno a la lírica inglesa”.
Al modo de los grandes Coleridge, Pound y Eliot, la crítica literaria de Heaney nace de su propia labor como creador y está comprometida con una causa poética que, en definitiva, es la suya y la de sus maestros, entre los que destacan, entre otros, Wordsworth y G.M. Hopkins (véase su libro Preocupaciones, de 1980). No hay un método en ella, pero lo que sí que hay es la característica convicción que surge irremediablemente del conocimiento de causa, es decir, de saber que el crítico habla de lo que sabe hacer muy bien. De la poesía de un poeta de verdad nace la crítica de la verdad de la poesía. Por todo ello, gracias, Heaney, for ever.
* Ángel Rupérez es escritor y crítico.
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