El arte está en una cesta de la compra
La retratista Alejandra Franch obtiene ideas para su obra en un ‘call center’ y en detalles de una vida cotidiana que observa con avidez
Probablemente se pueda aprender más de la naturaleza humana en una conversación telefónica entre un consumidor contrariado y una operadora de una multinacional que en muchos tratados sociológicos. “Te das cuenta de lo desquiciada que está la humanidad”, confirma la fotógrafa Alejandra Franch (Zaragoza, 1980), que también trabaja para varias compañías aéreas en un call center en Madrid. De las llamadas que recibe a diario de pasajeros exaltados reclamando su equipaje extraviado obtiene ideas para aplicar después en sus series, pequeños estudios sociológicos que giran en torno a la identidad y las preocupaciones del individuo. “Al final”, expone la autora, “se trata de ver cómo todo lo que hacemos es un reflejo de lo que somos”.
Y también, por qué no, de lo que comemos. La fotógrafa profundiza en pequeños comportamientos individuales que nos definen como personas, como por ejemplo las inclinaciones culinarias de cada cual: en su serie La piel que habitas sus protagonistas aparecen representados no solo por su imagen, sino también por sus hábitos nutricionales. “Me llama la atención esa obsesión que aparece en los medios de que todo tiene que ser saludable, y no deja de ser una manera de controlar a la sociedad”, explica la artista. Algo parecido expone en Soñadores, en la que importa tanto los retratos de los fotografiados como las sábanas que éstos han elegido para sus hogares. Estos pequeños detalles esconden patrones más complejos, que ella trata de desmenuzar: “Todo viene por mi interés por la antropología, por ver cómo se comporta el hombre en sociedad”.
Esta capacidad de ver más allá se remonta a sus tiempos como estudiante de historia en Zaragoza, mientras aprendía los rudimentos de la fotografía en cursos y talleres. Pese a no decantarse desde el inicio por el arte –después estudió en el Instituto Portugués de Fotografía en Oporto y cursó el máster de PhotoEspaña–, cree que todo está relacionado: “Todo lo que me rodea me despierta interés, y creo que eso te lo proporciona una carrera humanística como la de historia. Cuantos más estímulos mejor”.
Cualquier cosa puede alimentar su interés, por insignificante que parezca. Todo le inspira a esta fotógrafa, desde los trabajos de clásicos como Man Ray a una espera en la cola del supermercado: fijándose en los productos de la cesta de la compra de quienes tenía alrededor se imaginó su serie sobre hábitos alimenticios. “Observar es muy importante”, reflexiona la artista. “Pero no solo para los artistas o para alguien al que le guste el mundo de la cultura o el arte. Creo que es vital para cualquier ser humano”.
Siempre ha acostumbrado a trabajar con pocos medios, más por necesidad que otra cosa. El usar luz natural en casi todos sus trabajos, algo que, reconoce, aporta personalidad a su obra, es algo circunstancial, resultado de “tener que darle a la cabeza” para solventar esa escasez de recursos. “Al final, siempre sale algo bueno de todo”, reconoce con optimismo. Se trata, más bien, de un tema de voluntad: cree que el que quiere acaba haciendo grandes cosas. Aunque no todo es fácil: “En España el arte es algo minoritario, está muy idealizado. Dependes mucho de los contactos, del mercado, de lo que está de moda…”. Es casi una quimera, reconoce, aspirar a vivir del arte. Ante esta situación crítica, ¿nunca ha pensado en dejarlo? “Todos los días”, reconoce riendo. “Pero la curiosidad siempre me puede”. Mientras tanto, seguirá ganándose la vida en otras cosas, de momento en un call center. “Siempre surgen ideas, ves que la gente llama de países muy distintos y que, en el fondo, todos somos iguales”. Al final, todos queremos que nos devuelvan la maleta.
Babelia
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