Tres mujeres con muchas tablas
Maribel Verdú, Emma Suárez y Ariadna Gil coinciden por primera vez sobre un escenario Lo hacen en ‘Los hijos de Kennedy’, una obra sobre el desencanto de los ideales
Basta mirarlas para evocar no solo decenas de personajes, algunos inolvidables, sino a una de las mejores generaciones de actrices de la historia del cine español. Emma Suárez, Ariadna Gil y Maribel Verdú suman tanto en nuestra memoria que casi da vértigo pensar en las tres al mismo tiempo sobre un escenario. La intensidad será difícil de evitar cuando suba el telón de Los hijos de Kennedy, la obra de 1973 del dramaturgo estadounidense Robert Patrick que, con dirección de José María Pou, se estrenará el 26 de septiembre en el teatro Arriaga de Bilbao, 58 días antes de que se cumpla el 50º aniversario del asesinato de JFK aquel espeluznante mediodía del 22 de noviembre de 1963, cuando en la plaza Dealy de Dallas se conjuraron las peores pesadillas de un tiempo desesperado y perverso.
Ha pasado medio siglo. Y la elección de estas tres mujeres no es casual. Se conocen casi desde niñas, se han pisado los talones en castings y pruebas cuando ni siquiera tenían edad para votar y han coincido a veces. Pero nunca las tres al mismo tiempo. Representan una época que, vista desde el presente, se percibe como la de un edén del cine español. “Por suerte vivimos otra cosa, pero tampoco es que aquello fuera la gloria”, puntualiza Ariadna Gil. “Solo que era posible contar historias con más escenarios que una habitación, al contrario de lo que ocurre hoy”.
Esa identificación entre ellas es lo que José María Pou busca proyectar en los espectadores, para que de manera instintiva hagan “un ejercicio de memoria ligado a una gran generación hoy, por desgracia, perdida del cine español”, explica el director. “El público no necesitará ningún esfuerzo para creer que esas mujeres vienen del mismo lugar y han vivido las mismas cosas”.
Ese pasado común solo es el lugar de partida para una obra que viaja por vidas muy diferentes. Emma Suárez interpreta a una trabajadora, una mujer de esa clase media demócrata que fue fiel seguidora de Kennedy; Ariadna Gil es la militante, miembro de una contracultura que explotó en aquellos años de derechos civiles, drogas y experimentación y Maribel Verdú es la aspirante a actriz, mujer frágil y maleable en un mundo de estrellas rotas. Junto a ellas, en un bar invisible que comparten pero en el que están solos frente al público, dos hombres: un soldado de Vietnam (Alex García) y un actor del underground neoyorquino (Fernando Cayo). Cinco fracasados que desfilan ante el gran fracaso de la historia.
Los hijos de Kennedy se estrenó en Londres, en la trastienda de un pub. “Yo la vi entonces”, recuerda Pou. “Me interesó por el extraordinario trabajo de los actores. La obra requería una verdad que entonces no era tan habitual en el teatro. La función era el réquiem por una época desaparecida. Me llegó”. El actor compró los derechos, la adaptó y estrenó en 1977 en el teatro Bellas Artes de Madrid. “Ahora han pasado 50 años y el espectáculo tiene algo de teatro documental, una etiqueta que se perdió en aquellos años”.
Los cinco personajes son víctimas de una época, viven colgados de esa historia que repasan en sus monólogos con el fuego cruzado de la “memoria colectiva”. Están juntos sobre el escenario pero no interactúan. Están solos mientras se pisan las palabras. Para prepararse bien y para que esas palabras adquieran todo su sentido las actrices llevan meses estudiando. Libros, películas, charlas... Emma Suárez habla de un documental sobre la familia Kennedy vista desde el punto de vista de sus criadas. Ariadna Gil de sus conversaciones este verano en San Francisco con amigos cercanos a aquella época. Maribel Verdú piensa en Marilyn. Y Pou pone la música de la época a todo ello. “Es un melómano”, advierte Verdú antes de salirse de la ruta para lamentar no haberse puesto al día este fin de semana con los estrenos del viernes pasado: “Vaya, él sí ha visto este fin de semana la última de película de Philip Seymour Hoffman, El último concierto, y yo me muero de ganas… El otro día me salí de Antes del anochecer. Sí, sí, yo soy de las que me salgo del cine. Le doy 50 páginas de oportunidad a los libros, 13 a los guiones y media hora a las películas. Y si no me gusta, fuera”. El reproche de Emma Suárez llega entre risa: “¡Pero Maribel, mujer, que lo interesante empieza siempre en la página 50!”.
Las dos actrices (Ariadna Gil está en ese momento ensayando) derivan entonces la conversación a las cargas de su oficio. Verdú defiende la posibilidad de ser feliz actuando, Suárez no olvida la permanente inseguridad de un trabajo que no se despega tan fácilmente de la piel.
—Estás implicada todo el día, no solo las horas de la función. El teatro es un entrenamiento constante. Adquieres un compromiso muy fuerte con lo que haces. No conozco a ningún actor que se quede satisfecho con lo que hace. Siempre te queda la sensación de que puedes estar mejor.
—Sí, sí, pero sin caer en el sufrimiento por la voluntad de estar mejor. De torturas nada.
—Pero es que hay muchos actores torturados que hacen trabajos excepcionales.
—Ya, pero a mí el viaje con sufrimiento no me compensa. Cuando me ha ocurrido he borrado las películas de mi cabeza, por muy buenas que resultaran. Fuera el mal rollo.
—Cierto, es que por ahí hay mucho torturador…
Verdú recuerda entonces que siendo una niña un director de cine español le dio una terrible bofetada para que llorara mejor, “¿Sufrir? Ya no, gracias. Yo quiero que me quieran y me cuiden. Y con el teatro me pasa como con el sol, me da vida. Yo descanso haciendo teatro. Después de cada función es como con un orgasmo: a veces te entra sueño y otras ganas de subir el Everest. Así lo veo yo”.
Entre placer y compromiso, Ariadna Gil pone después su toque salomónico: “La verdad es que me quedaría en mi casa. Pero una vez que entro empiezo a disfrutarlo y me implico. El vértigo nunca es igual. Cambia cada jornada. Sin embargo, la rutina del teatro tiene algo que me gusta: al final del día, se acaba”.
Ante la sugestiva mezcla de las tres actrices (la electricidad de Emma Suárez, la tierna empatía de Verdú y la racionalidad que siempre parece perseguir Ariadna Gil) fluye una evidente familiaridad. “Yo con ellas me llevo muy bien”, dice la actriz catalana. “Y eso me gusta mucho, porque nos queremos. Las admiro”.
Desde primera fila, Pou las define con verdadera pasión: “En Maribel es asombroso su enorme sentido de la disciplina. Tú le pides algo y se pasa el día entero buscando ese matiz. Las ganas y el entusiasmo son brutales en ella. Ariadna es la clarividencia, entiende y hace entender lo que cuenta. Y eso es muy difícil. Saber contar. Y Emma me deja con la boca abierta… su comunicación, su seducción. El público bebe de su mano”.
Si un actor es un transmisor de emociones y un actor sobre un escenario es además más dueño que nunca del poder de esas emociones, Los hijos de Kennedy se presenta como una tormenta cargada de energía para el otoño. El próximo lunes los ensayos dejarán de ser individuales para trabajar con los cinco actores juntos. Pou lo vive con expectación y nervios. Adivina rayos y truenos. De esos que cuando escampan dejan luz tras de sí: “Porque esta obra no será un ejercicio ni de nostalgia ni de melancolía sino de lucidez”.
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