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Feria de Málaga

Un inteligente enfermero

Que Ponce es un buen torero es una afirmación incuestionable; pero lo que tenía delante no era un toro, sino un sucedáneo del siglo XXII

Antonio Lorca
El diestro Enrique Ponce durante la faena de su primer toro.
El diestro Enrique Ponce durante la faena de su primer toro.JORGE ZAPATA (EFE)

De cartel original solo quedó Ponce. Se cayeron los toros de El Pilar, anunciados a medias con los juampedros; Jiménez Fortes se recupera de la cornada de Bilbao y Manzanares presentó parte médico por un supuesto esguince de tobillo tras su muy preocupante y oscura actuación del viernes en esta misma plaza.

Y el torero valenciano deleitó, un año más, a esta plaza. Le concedieron las dos orejas del cuarto tras una faena de enfermero inteligente a un toro bien presentado, con alma cándida, las fuerzas muy justas, el carácter de cordero y bobalicón temperamento. Pero Ponce, que es un maestro -te guste o no- lo entendió, lo acarició, lo abrazó, lo hizo todo suyo por ambas manos y la gente de Málaga lo vitoreó al grito de ‘torero, torero’.

Hombre, no fue para tanto. Que Ponce es un buen torero es una afirmación incuestionable; pero lo que tenía delante no era un toro, sino un sucedáneo del siglo XXII. Y lo exprimió de principio a fin con capote -templadas sus verónicas- y muleta, pero todo su quehacer estuvo huérfano de la emoción que se supone debe acompañar al toreo. Claro que si no hay toro… Peor imagen ofreció su primero, más soso y descastado, con el que Ponce disertó sobre el toreo cansino, y a pesar de su desmedido interés no levantó los ánimos de sus muchos partidarios.

Parecido fue el caso de Finito de Córdoba, de vuelta ya de su larga carrera, con escasa fe en sus posibilidades y un exceso de precaución en su alma. Lo abroncaron en el primero porque mantuvo en pie a un mortecino inválido, y el fallo reiterado del puntillero provocó el enfado general; recibió al quinto con unas verónicas de excelente sabor torero, y la nobleza dulce del tullido animal hacía presagiar que el torero abriría el tarro de sus esencias artísticas. Lo destapó, pero poquito porque el cierre debe estar ya oxidado, y este torero no está para gestas. De todos modos, como el toro era un buenazo con aspiraciones de santidad, permitió que Finito desplegara su más íntima tauromaquia, cargada de esa sensibilidad que un día fue sinónimo de grandeza. Ahí quedó una gota del toreo eterno.

Entre los dos veteranos, un jovencísimo y poco placeado David Galván, torero de excelentes maneras que dejó la impronta de su torería y sus enormes deseos de abrirse camino. Manejó el capote con soltura y gracia; y lo dejó patente en las verónicas con las que recibió al tercero y en un precioso quite al quinto. Cortó la oreja de su apocado primero por su entrega, sus buenas formas, su hondura y su valor. No pudo refrendar sus ilusiones en el sexto, un jabonero sin historia por su abundante sosería, su falta de casta y ausencia de bravura. Galván navegó como pudo, aburrió y se puso muy pesado.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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