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DON LUIS, EL FANTASMA DE GÉNOVA / 10

Te doy una canción. Y un susto

Ahora el trabajo era doble, mover papeles y practicar mucho el cante. Me gustaba porque se abría un mundo de posibilidades…

José María Izquierdo

Llevo todo el día intentando mover un papelillo de un lado a otro de la mesa del despacho vacío de Pons. Mal, muy mal. Voy lentísimo y se me acaba la paciencia… Aprovecho: ¡Le tengo un gato a Pons! El corpóreo me lo ha dicho esta mañana:

—Acelera, Luis, que cada vez que veo al Pons es peor que enfrentarme al abogado socialista ese, que ya le dije yo, nos encontraremos, que ando buscando una foto suya, porque aquí, un amigo nuevo, un caballero moldavo, quiere invertir una pasta y me ha dicho que acepta encargos…

Se nos sumó Miguel Narros a la fantasmagoría. Se acercaron todos a saludarle: Alfredo Landa, que también acababa de llegar, Pepe Sancho, María Asquerino… hasta Juan Luis Galiardo se acercó, que siempre que había jaleo se pegaba. Daba gusto oírles. Qué potencia, qué entonación…

—Aquí estamos todos ahora, con voz de ultratumba, se impuso el poderío y la broma, más bien tétrica, de Galiardo…

Y ahí se me encendió la bombilla. Que a lo mejor podía aprender a hablar en voz alta y que se me oyera, que siempre sería más fácil que aparecerse del todo, o mover muebles y esas cosas… Lo de hacerles oír voces tampoco estaría mal, al menos de momento… Luego, ya con más práctica, podría pasar a mayores. Pensé que no perdía nada por hacer unas pruebas.

Pillé a Floriano haciéndose el nudo de la corbata, que llevaba días intentando lograr el récord de tamaño del nudo. Ya llevaba doce centímetros y estaba a punto de alcanzar la marca —proporcional— de un crooner australiano que ejercía de animador en cruceros entre islas, Mike Spolletti, que había conseguido hacerse un nudo de 16 centímetros. Pero Spolletti medía 1,90, decía quejumbroso Floriano cuando una y otra vez fallaba en su enésimo intento de alcanzarle.

Así que me puse detrás de él, que ya se sabe que no nos reflejan los espejos, y dije:

—Vaya un asco de nudo, Carlitos.

Siguió imperturbable y ni se le alteró el gesto. Fracaso. Estaba repasando la frase del día: “Rubalcaba tendrá que explicar por qué Iñaki Urdangarin se casó con la Infanta’. No, no puede ser así, seguro que se me ha traspapelado algún papel. A ver: ‘Lo que tiene que explicar la Infanta es por qué Iñaki se casó con Rubalcaba”. No, tampoco, estaba diciendo en voz alta cuando me fui, que me pone de los nervios…

Sara Montiel me vio tristón y como también es nueva en la fantasmagoría, me quiso echar una mano, por solidaridad con otro novato.

—Oye, guaperas, me dijo, por qué no pruebas a cantar, a ver si así…

Le vi poca chicha a la propuesta, pero por qué no probar. Así que hice algunas pruebas, por lo bajinis, a ver si me salía algo. Me puse en un pasillo de la segunda planta, donde la prensa. Van siempre corriendo y puedes hacer más ruidos porque no se enteran de nada. Le di al Escándalo de Raphael, que a mí me gusta mucho. Empecé muy bajito:

—Escándalo, es un escándalo…

Nada. Luego subí el tono:

—No me importa que murmuren, y que mi nombre censuren por todita la ciudad…

Maricar, que siempre está por allí, desde hace años, se quedó parada. Miró hacia un lado, hacia otro. Arriba, por si los altavoces… La oí susurrar escándalo, es un escándalo, cuando echó a andar…

Se lo dije muy contento a Sara Montiel que, aunque luego lo intenté otra vez y no funcionó, habíamos encontrado una vía para empezar a trabajar más factible que las otras. Ahora el trabajo era doble, mover papeles y practicar mucho el cante. Me gustaba porque se abría un mundo de posibilidades…

Decidí que lo primero era elegir el despacho para actuar. Y conforme fuera el personaje elegido, buscar las canciones adecuadas… No tardé nada en señalar al primer candidato: Javier Arenas. ¿No era tan buen amigo, venga chavalote, eres mi padre, cómo me viene esa cosita, que este mes andaba chungo? Pues sea: el campeón.

Me ayudó mucho Pedro Vargas, que de siempre me han gustado los corridos mexicanos. Él mismo me lo dijo: “¡Ándale, gachupín…!”.

Y qué casualidad, que me voy para el despacho de Arenas y justo en ese momento se presenta Ángel Acebes. Ya, ya sé que ni se acuerdan de quién es. Pero fue secretario general del partido, lo mismito que Cascos y Arenas. Un tío extraordinario, que fue ministro de varias cosas durante cinco años y nadie se acuerda de él. Últimamente estaba en Bankia. Para sumar a sus muchos éxitos. Venía de vez en cuando a llorarle a Arenas.

—Javier, si es que yo no quería, que lo mío era una vida de oración y recogimiento…

Me salió solo:

“Hay muchas penas que el tiempo hace olvidar,

Pero hay huellas, que ni un siglo ha de borrar

Como duele, aunque tú lo disimules,

Como duele una traición”.

Se oyó entrecortado y mal, que todavía no dominaba la técnica, pero les llegó lo principal. Se quedaron lívidos, que ver a Arenas pálido tiene lo suyo, después de lo que le he visto aguantar, como si no fuera con él.

Acebes se agarró a la silla. Arenas enmudeció. Je, je, quisieron decir. Qué fuerte está la música ambiente. Pero les noté el terror en los ojos.

Arranca el tic-tac.

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