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la foto de mi vida

La desazón de la periferia

Como la pintura, las fotografías necesitan reposar. Manolo Laguillo sostiene que con el tiempo ganan grosor

Amelia Castilla
Manolo Laguillo

Como la pintura, las fotos necesitan reposar. Manolo Laguillo (Madrid, 1953) sostiene que con el tiempo ganan grosor. Como ejemplo, Diagonal-Aragó,una imagen fría y reposada, de la Barcelona de 1978, de la que se desprende la estética de la época. Franco llevaba tres años enterrado y acababan de celebrarse las primeras elecciones democráticas. En esa España de blanco y negro, había muchos edificios así, sobre todo en la periferia. Contrasta lo vigorizante del anuncio que tapa la mediana con la fachada trasera, la que las ordenanzas municipales destinaban a tender la ropa. Pero ya destacan las cualidades que adornan la obra de este maestro del hiperrealismo: la neutralidad y el detalle, la obsesión por crear la ilusión de encontrarse ante la realidad misma. Usó un gran angular porque quería que se vieran escombros que se acumulaban en el suelo, entre la hierba que crece, y el chiringuito de la izquierda. Un trabajo reposado en el que la geometría volumétrica manda. Su autor ejerce ahora como catedrático de Fotografía de la Escuela de Bellas Artes de Barcelona pero entonces acababa de comprarse una cámara de fuelle con el dinero que sacó de los regalos de boda. Daba clases de filosofía en un instituto y tenía claro que no quería pasarse la vida enseñando. Soñaba con el momento de la tarde en que salía a la caza de escenas urbanas, acompañado de su maestro Humberto Rivas, refugiado en España de la dictadura militar argentina. Sabía que su camino se encontraba en las cosas a las que pocos prestan atención. Prefiere captar lo feo y lo desdeñoso, aquello que transmite cierta inquietud y desazón y él sitúa en la periferia.

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