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ABOGADOS, PISTOLAS Y DINERO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El diablo suele estar entre bastidores

¿En qué consiste ser disquero? Esencialmente, en intuir el gusto del posible comprador y ser capaz de convencer al artista para sacar tal tema

Diego A. Manrique
Ahmet Ertegun
Ahmet ErtegunReuters

El 29 de octubre de 2006, Ahmet Ertegun acudió al Beacon Theatre neoyorquino, donde los Rolling Stones iban a ser filmados por Scorsese. En el backstage, saludó a Keith Richards, que poco antes había sufrido el famoso “accidente del cocotero”. Unos minutos después, Ertegun tropezó y cayó. Sufrió una lesión cerebral que resultaría fatal.

Muchas lecturas posibles. Para mitificadores, otro cadáver más que atribuir a los Stones. Para moralistas, un aviso sobre los peligros de alternar a los 83 años. Para historiadores del pop, punto final a la epopeya de las independientes del rhythm and blues.

En realidad, Atlantic Records, la compañía que Ertegun ayudó a fundar en posguerra, era irreconocible desde 1966. Ahmet sintonizó con el rock californiano: allí fichó a Buffalo Springfield; Crosby, Stills & Nash; Iron Butterfly. Y descubrió el filón del rock británico: grupos raros como Cream, Led Zeppelin, Yes, Genesis.

Aquellos ingleses adoraban a los artistas de Atlantic: Ray Charles, Drifters, Coasters, Ben E. King, Coltrane, Mingus. Hasta los Stones se fueron con Atlantic cuando inauguraron su propio sello. La compañía tenía caché; además, contaba con Ahmet Ertegun como cabeza visible. Hijo del embajador de Turquía ante EEUU, se movía entre la jet set pero conocía los tugurios de Harlem: un bon vivant que compartía mil anécdotas sabrosas de la industria músical. Le gustaban las mujeres hermosas y se intoxicaba como el que más. Además, era un disquero.

Atlantic dio ‘royalties’ retrospectivos para sus artistasmás veteranos

¿En qué consiste ser disquero? Esencialmente, en intuir el gusto del posible comprador y ser capaz de convencer al artista para modificar la mezcla o sacar tal tema como single. Aparte, el deleite en la jugada comercial. En 1998, cuando vino por España, Ertegun contaba la resurrección soul de Aretha Franklin con el mismo entusiasmo que el pelotazo de Hootie & The Blowfish, banda anémica que despachó millones de álbumes. Y la picaresca, claro. El primer estudio riguroso sobre Atlantic, Making tracks (1975), de Charlie Guillett, fue eviscerado por los abogados de Ahmet: así, desaparecieron los detalles sobre la payola, aquellos sobornos que engrasaban la rueda de los locutores que hacían éxitos.

Con todo, Ertegun exhibía cierto sentido moral. Como tantas indies, Atlantic practicaba la contabilidad creativa: sus artistas negros estaban en números rojos cuando iban a exigir sus ganancias. Eso cambió en los ochenta. Para bien: cuando murió Big Joe Turner, Atlantic pagó el entierro y liquidó la hipoteca que asfixiaba a su viuda. La apurada situación de Ruth Brown hizo que la compañía estableciera royalties retrospectivos. Atlantic también financió inicialmente la Rhythm & Blues Foundation, que atendía a las necesidades más urgentes de aquellos músicos esquilmados.

Ahmet confesaba que ellos mismos no eran conscientes del valor económico de su legado. En 1967, cuando vendieron Atlantic a Warner, nadie imaginaba el boom del compacto, el mercado de la nostalgia, el potencial de películas y publicidad.

En verdad, podían ser despiadados. Casi 40 años después, Ahmet sonreía cuando explicaba su acuerdo de distribución con el sello Stax. Se supone que era un contrato tipo pero colaron una clausula que —abracadabra— transfería a Atlantic la propiedad de los masters de esos discos.

El miércoles pasado, Ertegun habría cumplido noventa años. Se le echa de menos. Me hubiera gustado preguntarle por ese extraordinario tesoro de Atlantic que va pasando al dominio público, lo que explica chollos como Tell me what’d I say: the Atlantic story o Up on the roof: gems from the Atlantic vaults. Me lo imagino impaciente: “Bah, que más da. Lo que necesitamos es que Led Zeppelin se reúna. Tengo una idea para que Robert Plant entre en razón. Mira, le voy a proponer...”.

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