Vincenzo Cerami, guionista y novelista
Alumno de Pier Paolo Pasolini, escribió en colaboración con Roberto Benigni ‘La vida es bella’
Vincenzo Cerami, escritor, guionista, crítico cinematográfico, dulce y obstinado Pepito Grillo de la conciencia colectiva italiana, murió el miércoles tras una larga enfermedad. Su fama empezó en 1976, con la novela Un burgués pequeño, pequeño, gran éxito en las librerías, enseguida llevado a la gran pantalla por el director Mario Monicelli con Alberto Sordi en el papel del ambiguo y dolido protagonista. Su carrera en el cine fue larga y fecunda, sobre todo tras el encuentro con Roberto Benigni, hasta el éxito mundial de La vida es bella (1997). El trabajo entre bastidores era el terreno propicio para poner a prueba un carácter tímido e irónico, que alternaba la emoción con la ligereza de una risa, que detectaba profundidad en la sabiduría popular, que le permitía contar su gente, su país con mirada severa y tierna, siempre atenta pero jamás arrogante. Rasgos que heredó de un joven profesor de Eso, luego el mayor poeta cívico italiano del pasado siglo, Pier Paolo Pasolini.
Vincenzo Cerami nació en Roma, de padres inmigrados desde Sicilia, el 2 de noviembre de 1940: “¿Podía ser más desafortunado?”, bromeaba, aludiendo al extraño destino de llegar al mundo en el día en el cual se recuerda a los muertos, bajo una dictadura que estaba a punto de embarcarse en su último, mortífero proyecto, la guerra al lado de la Alemania nazi.
El segundo conflicto mundial dejó un país pobre, bombardeado y atrasado que sin embargo tenía ganas de ganarse un futuro. Vincenzo frecuenta entre penurias un minúsculo instituto a las puertas de Roma, donde él y sus compañeros encuentran la esperanza. “En aquel yermo de campiña, entre escombros y cráteres abiertos por las bombas, a 14 kilómetros de Roma”, contó en un artículo publicado por el diario Il Messaggero, “el destino hizo caer un profesor de 29 años a enseñar Italiano, Latín, Historia y Geografía, pobre como nosotros, a pesar de la obligación a llevar corbata. Tenía una voz dulcísima y una sonrisa tímida y, sobre todo, sabía dar patadas a la pelota como un profesional”. El maestro, Pasolini, encargaba temas libres a sus alumnos, pidiendo que hablaran de su realidad, de su vida. Gracias a una tarea de este tipo, Vincenzo, grácil, introvertido, de salud débil, que repetía el primer curso y casi no hablaba por la timidez, se encuentra a sí mismo: “Me habría vuelto mudo, me salvó Pasolini”, confesó en una entrevista a Il Corriere della Sera.
La historia merece ser contada para entender quién fue ese hombre que, con el realismo mágico que transforma en poesía la película de Benigni, supo mirar las miserias del hombre sin perder el amor.
Una mañana Pasolini encarga a sus alumnos contar un día en la montaña. Vincenzo, como sus compañeros, es de Roma y no ha visto mucha montaña. Decide inventar e inventa un domingo de nieve, hielo, un encuentro con el abominable hombre de las nieves, el Yeti, una carrera loca. Entrega su escrito satisfecho, pero por la noche le asaltan las dudas, se convence de haber exagerado. El día siguiente llega a la escuela aterrorizado. El profesor entra serio, le llama y empieza a leer su texto en voz alta: es un éxito, los compañeros le aplauden, se ríen, le adoran. Cerami descubre a la vez confianza y literatura.
Años más tarde sigue a su antiguo maestro en los rodajes de Pajaritos y pajarracos (1966) o en Comicios de amor (1963). Su trayectoria no acaba de arrancar y escribe una novela, Un burgués pequeño, pequeño, que sí le abrió las puertas de Cinecittà. En 1988 firma su primera obra con Roberto Benigni, El pequeño diablo: ironía y ternura crean una alianza perfecta que una década después culminaría en el mayor éxito de ambos artistas, La vida es bella, que cosechó tres oscars en 1999, y optó también al que premiaba el mejor guión original.
Babelia
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