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¿realidad o ficción? / todos eran valientes (o casi)

El rey de la mamba

Las aventuras de C. J. P. Ionides, el legendario 'hombre serpiente' de África quien pidió al morir que entregaran su cuerpo a las hienas

Jacinto Antón
Primer plano de una mamba negra ('Dendroaspis polylepis'), una de las serpientes más peligrosas de África, a las que daba caza C. J. P. Ionides.
Primer plano de una mamba negra ('Dendroaspis polylepis'), una de las serpientes más peligrosas de África, a las que daba caza C. J. P. Ionides.

Le llamaban Bwana Nyoka, el hombre serpiente. Misántropo, arisco y excéntrico, es uno de los personajes legendarios de la gran aventura en África, tan rica en ellos. Tras media vida de asombrosas peripecias que incluyeron servir en el Ejército colonial británico, dar caza a leones y leopardos devoradores de hombres y a elefantes locos y actuar sin demasiada coherencia un tiempo de furtivo y otro de guardia de las reservas, Constantine John Philip Ionides (Hove, Sussex, Gran Bretaña, 1901-Nairobi, 1968), como si no hubiera pasado bastantes peligros, se volcó en las serpientes venenosas. Hacía safaris y batidas para conseguirlas y logró que los aldeanos, que le tenían por poderoso mago y le profesaban miedo, le avisaran cada vez que encontraban una. Su extravagante sombrero, que usaba a veces para capturarlas y estaba deshecho a causa del veneno, tenía fama de mágico en toda África del Este y formaba parte de su temida reputación. Calzaba zapatillas de tenis.

 A base de tesón, coraje y algo de inconsciencia —sostenía que le había inmunizado un brujo nativo de Kipilipili y se dejaba morder para probarlo (nunca usó antídotos)—, se convirtió en uno de los especialistas mundiales en esos bichos reptantes y ponzoñosos que en las tierras africanas tienen una representación tan amplia como letal. Capturó millares. En cambio, lo que hay que ver, tenía miedo a las alturas.

Sostenía que le había inmunizado un brujo nativo y se dejaba morder

El nombre de Ionides —que con el tiempo se ha usado para bautizar a diversas especies de reptiles en su honor, entre ellos un camaleón, un varano y varios lagartos sin patas— está estrechamente asociado a algunas de las serpientes de peor fama del mundo, en especial, la mamba. Escribo mamba y se me eriza el pelo del cogote. La peor es la negra, pero si te muerde la verde también vas listo. “La muerte negra” la llaman muy gráficamente a la primera. Es la serpiente más temida en África. Rápida y agresiva, cuando se siente molestada —y es muy quisquillosa en eso— levanta la mitad de su largo cuerpo (hasta tres metros y medio), te mira de manera penetrante desde su cabeza con forma de ataúd (¡) mientras se mece y silba y abre la boca para mostrar su negro interior (por eso se llama mamba negra, en realidad el color de su cuerpo es gris claro, o marrón oliváceo; pasa como con el rinoceronte blanco, que tampoco es blanco, así son las ciencias naturales). Lo siguiente es un ataque relámpago con una serie de veloces mordiscos que inoculan cantidades tan grandes de un veneno tan potente que hace dudar de la cordura de la naturaleza. Sin antídoto, la mortalidad de la mamba negra es de un rotundo 100%. La serpiente posee 100 miligramos de veneno neurotóxico; solo 10 miligramos, dos gotas, bastan para matar a un hombre. Dicho esto se valora mejor la terrible experiencia que vivió en una ocasión Ioniodes en el lavabo y que constituye uno de los pasajes más grandiosos de la biografía que le consagró el escritor Alan Wykes (Snake man, 1960), que pasó con él una intensa temporada en Tanganika.

C.J.P. Ionides con una cría de mamba.
C.J.P. Ionides con una cría de mamba.

Se encontraba nuestro hombre una noche sentado en el retrete, a la sazón un tablón con agujeros en una caseta sin luz, cuando notó que algo se deslizaba sobre sus desnudos muslos. Con la sabiduría que da la experiencia decidió no mover un músculo y dejó que aquello muy largo y escamoso acabara de pasar e incluso que una lengua bífida le diera unos toquecitos. Al regresar con una linterna —y mucho valor— pudo comprobar que se trataba de una mamba negra, que permanecía en el excusado y a la que atrapó.

Ionides tuvo muchas más aventuras con mambas. Su récord estaba en atrapar seis en un día. Las capturaba, incluso a mano, y luego las enviaba en cajas, como a otros especímenes peligrosos —víbora bufadora, víbora del Gabón, cobras, boomslang—, a zoos e institutos científicos para estudiarlas, extraerles el veneno y fabricar antídotos. Tuvo algunos sonados problemas con el correo. Desarrolló métodos pioneros y muy eficaces para atrapar serpientes venenosas, un género con el que no puedes confiar en aprender de los errores. Decía que empatizaba con ellas. Cuando había conflicto entre las personas y las serpientes se ponía de parte de las serpientes. Tenía algunas víboras como mascotas, sueltas por casa; argumentaba que así no tenía que preocuparse de los ladrones.

De orígenes griegos, aspecto de fauno y un sentido del humor discutible, aunque era un fan de Wodehouse, Ionides, que nos dejó una autobiografía, Mambas and Maneaters (1966), fue un niño y adolescente rebelde, al que echaron de Rugby por hacer experimentos de taxidermia clandestinos y guardar dos revólveres. Soñaba con ir a África para emular a su admirado Selous y ser aventurero y naturalista, y el ejército parecía un buen camino. Estudió en Sandhurst y se alistó en el 24º Regimiento de Infantería, el tan célebre de las guerras zulúes, pero la unidad fue destinada a India, donde el desprecio del joven por las convenciones le granjeó problemas con los mandos que dudaban además de que alguien de orígenes griegos pudiera ser un gentleman y menos si, como hizo Ionides, adoptaba un oso. Logró al fin ser transferido a los King’s African Rifles y en 1926 llegó a África.

Su etapa de cazador furtivo y traficante de marfil, durante la que un elefante le dejó sordo de un oído, es tan emocionante como poco edificante. Una vez hizo azotar a todo un poblado. Aparte de con las serpientes no se le conocen otras relaciones sentimentales. Decía que su vida no era para compartirla. Si no eras una mamba, imagino. Nunca se casó ni tuvo hijos. Las preguntas sobre su vida sexual las respondía con una sonrisa irónica. Afectado de trombosis, al final de su vida apenas podía andar y se hacía portar en una hamaca durante las cacerías de serpientes, para trepar luego a un mango o a un anacardo a pillarlas. Una vez se llevó al hospital cuatro víboras en una caja que metió debajo de la cama.

Fiel a su temperamento, pidió que al morir, al poco de amputarle las piernas, entregaran su cuerpo a las hienas.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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