De naipes
La política es una laguna llena de cocodrilos, el cruce de intereses personales con intereses de grupos de poder termina por crear un artificio gozoso para la ficción
Si la política es una laguna llena de cocodrilos, el cruce de intereses personales con intereses de grupos de poder termina por crear un artificio gozoso para la ficción. Nadie puede imaginar lo que habría llegado a escribir Shakespeare hoy sobre los tejemanejes en una sede de partido. Quizá por ello la versión norteamericana de la serie House of cards se ha convertido esta temporada en un territorio familiar para todos aquellos que aún no han renunciado a leer la crónica política en los periódicos. Habla de navajeros sin escrúpulos con cuellos almidonados.
Producida por Netflix propuso un novedoso modo de consumo, al poner a disposición del usuario la temporada completa sin pasar por un canal. El gigante americano del alquiler y las descargas legales no terminó de instalarse en España, tras comprobar que el nivel de piratería nacional le ofrecía tanta oportunidad de negocio como poner una máquina de venta de hielo en Groenlandia. Así que aquí vemos la serie en Canal +, bajo un toldo más convencional. Kevin Spacey puede lucir su magnífica ambigüedad, apoyada en un físico que le acerca más a la tradición de actores británicos que a la contundencia de su origen norteamericano. Desde el inicio, su frustración por no alcanzar el nombramiento que anhela, le convierte en el más fiero enemigo del presidente, su aparente socio político. Nunca una función sonó tanto a realidad.
Arrancada por David Fincher, hereda la luz y la puesta en escena de sus últimas películas. En especial de su versión de la novela de Stieg Larsson. La luz sueca, fría y gris, termina por ser un comentario moral. La principal protagonista femenina, Kate Mara, es hermana de Rooney Mara, que fue su Lisbeth Salander, y aquí es una periodista beneficiada por las gargantas profundas de todo resentido. Esto tampoco nos suena. James Foley ha dirigido varios episodios, recordado por su inolvidable adaptación de Glengarry Glen Ross, que fue la película a partir de la cual Kevin Spacey labró su perfil más recurrente. En House of cards forma un matrimonio frío, estéril y afilado con Robin Wright, propiciando que la partida de naipes de esa política salvaje y sin amigos no encuentre siquiera reposo en el hogar.
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