Vidas paralelas
Gracias al azar, leo dos libros editados casi simultáneamente de Dionisio Ridruejo y Ferran Planes
Estaba leyendo los Cuadernos de Rusia de Dionisio Ridruejo y por casualidad me encontré con otro libro que es casi su reverso exacto, y la contraposición de los dos me ha permitido una lectura más provechosa de cada uno. Nadie más ajeno al Dionisio Ridruejo que en 1941 se alistaba en la División Azul que el exteniente de Artillería Ferran Planes, que justo por esa misma época, después de una serie de aventuras entre trágicas y estrafalarias, había encontrado un refugio provisional en la zona no ocupada del sur de Francia, muy cerca de la frontera por la que había huido en 1939, después de la derrota de la República. Dionisio Ridruejo había sido desde muy joven un iluminado del fascismo, uno de los máximos proveedores de la retórica falangista, un dirigente político muy significado en el bando de los vencedores y en el nuevo régimen instalado sobre las ruinas de la guerra y el gran charco de terror y crueldad que trajo consigo la victoria de los suyos.
Ferran Planes tenía tan poco espíritu marcial que se dejaba olvidada la pistola reglamentaria en cualquier sitio
Ferran Planes, casi de su misma edad —sólo dos años más joven—, era un funcionario municipal con inclinaciones republicanas y catalanistas, aunque refractario a toda vehemencia ideológica. En 1936 estaba haciendo la mili en Guadalajara. Como a tantos soldados de reemplazo, el levantamiento lo pilló de permiso en su pueblo, Súria, donde quedó rápidamente espantado por los crímenes que cometían las primeras patrullas atolondradas y sanguinarias de la FAI. Fue a Barcelona y vio a milicianos que rompían a tiros los cristales en los balcones del paseo de Gracia, considerando que esa munición habría sido de mucho más provecho en el frente. Volvió a su cuartel de Guadalajara cuando se le terminó el permiso y acabó en unas trincheras de la Casa de Campo justo en las vísperas de la batalla de Madrid, de la que, por los azares y los absurdos de las guerras, apenas llegó a enterarse. Cuando le dieron el despacho de teniente de Artillería fue destinado a un frente tranquilo en la provincia de Granada. Tenía tan poco espíritu marcial que se dejaba olvidada la pistola reglamentaria en cualquier sitio. Aprovechando un permiso de una semana que le habían dado para presentarse a unos exámenes de ascenso volvió a Cataluña y se casó con su novia, y entre unas cosas y otras tardó mes y medio en volver a su puesto en el frente. Con el temor, no injustificado, de que lo hubieran declarado prófugo o desertor, se presentó al teniente coronel al mando de su unidad, un hombre apacible que apenas había advertido su ausencia y que lo felicitó calurosamente por su matrimonio.
A Dionisio Ridruejo la victoria de los suyos le deparó muy pronto los primeros síntomas del desengaño. El nuevo régimen en el que ocupaba muy altos cargos políticos no le parecía lo bastante fascista. En la primavera de 1941, cuando ya se rumoreaba el ataque de Hitler contra la Unión Soviética, Ridruejo fue uno de los promotores del reclutamiento de la División Azul, y de los primeros voluntarios en alistarse en ella. Por esa misma época Ferran Planes llevaba ya dos años dando tumbos por la Europa que los patrocinadores ideológicos y militares de Dionisio Ridruejo habían enfangado en la guerra y el caos. Había probado la miseria de los campos de refugiados españoles. Para huir de ella se había alistado en compañías disciplinarias de trabajadores enviadas a la línea Maginot. El derrumbe de Francia ante los ejércitos alemanes en el verano de 1940 lo arrastró como a tantos centenares de miles de desplazados de toda Europa que no tenían adónde ir. Pero era un hombre muy joven, con mucha salud, con ganas de vivir y sentido del humor, con una agudeza natural no ensombrecida de pesadumbres intelectuales ni embotada por la ideología. Vio de cerca hechos espantosos, pero por una mezcla de buena suerte y de desenvoltura picaresca salió indemne de todos los infortunios. Lo observaba todo con una sorna entre de Josep Pla y del soldado Svejk, con una ternura hosca como de Miguel Gila. Lo encerraban en campos de prisioneros y se escapaba de ellos después de haber participado con éxito en la organización de espectáculos de variedades. Huía a campo través por la Francia ocupada, de noche, muerto de frío, bajo la nieve; llamaba a la puerta de una granja perdida y alguien abría y le daba cena y cobijo, le permitía que se calentara al fuego y durmiera en un pajar.
A Dionisio Ridruejo la victoria de los suyos le deparó muy pronto los primeros síntomas del desengaño
Ferran Planes encontraba un refugio precario y enseguida disfrutaba de la vida. Después de muchas peripecias logró un trabajo de hortelano en la Cataluña francesa y cruzó la frontera clandestinamente para traerse con él a su mujer. Dionisio Ridruejo vivía remordido y angustiado en la victoria de los suyos: “España se nos ha hecho más agria y triste que nunca”, anotó en su diario el 4 de julio de 1941. Casi todas mis ilusiones —nuestras ilusiones— políticas, sociales, estéticas, naufragan en una mediocridad perezosa y envanecida”. Huyendo del país y del régimen siniestro que él mismo había contribuido a levantar, buscando una épica de camaradería y victorias militares que lo absolviera de la realidad que sus ojos no podían dejar de ver, Dionisio Ridruejo se embarcó en un viaje en línea recta a través de toda la extensión de Europa, primero por la Francia en la que sobrevivía a salto de mata Ferran Planes, después por una Alemania de pueblecitos pintorescos y paisajes arcádicos donde había bandas de música y muchachas con banderitas y ramos de flores en todas las estaciones en las que se detenía el tren de la División Azul.
Pero según llega el otoño, y empieza el frío, y el viaje continúa hacia el Este, lo que empieza a ver Dionisio Ridruejo son las “tierras de sangre” que primero se habían repartido Hitler y Stalin, y en las que ahora Alemania practicaba en exclusiva y metódicamente una labor de destrucción y exterminio que ni Ridruejo ni nadie habría podido imaginar, y frente a la cual no habría valido de nada el talento picaresco de Ferran Planes. En 1941 Dionisio Ridruejo era un excelente escritor y una buena persona casi completamente cegada por su ideología fascista. En Polonia y en Rusia ve algunas de las cosas terribles que hacen los suyos, y otras las calla, o prefiere no verlas. En sus diarios da escalofríos el contraste entre la calidad de la escritura y la aceptación inmunda de los mismos ideales cuyos efectos atroces se tienen delante de los ojos.
Ferran Planes no era escritor, ni falta que le hacía. Cuando los alemanes ocuparon también el sur de Francia juzgó más prudente quitarse de en medio y volvió a España. En 1967 publicó en catalán el testimonio extraordinario de sus aventuras. Para entonces Dionisio Ridruejo ya llevaba muchos años militando contra la dictadura, con una vehemencia en sus convicciones democráticas que tenía algo de lúcida contrición. Ahora, cuando los dos hace mucho que están muertos, sus libros aparecen casi simultáneamente, el de Planes, El desbarajuste, traducido por Carlos Manzano, el de Ridruejo en una edición ejemplar de Xosé M. Núñez Seixas. Gracias al azar yo los he leído como dos vidas paralelas.
Cuadernos de Rusia. Diarios 1941-1942. Dionisio Ridruejo. Edición de Xosé M. Núñez Seixas. Fórcola. Madrid, 2013. 448 páginas. 24,50 euros.
El desbarajuste. Ferran Planes. Traducción de Carlos Manzano. Libros del Asteroide. Barcelona, 2013. 360 páginas. 19,95 euros (electrónico: 11,99 euros).
Antonio Muñoz Molina no publicará en Babelia durante el mes de julio. El próximo artículo aparecerá el 3 de agosto.
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