Javier Carvajal, un gigante de la arquitectura
Conjugó con extraordinario talento la docencia con el ejercicio de la profesión
Hablar de Javier Carvajal, universitario y arquitecto, exige, inexorablemente, referirse a esa doble faceta, a ese magnífico saber conjugar la docencia y el ejercicio profesional, la reflexión sobre la arquitectura y su enseñanza con el fatigoso, arduo y enriquecedor intento de hacerla realidad.
Javier, fallecido el viernes pasado, ha sido un maestro. Un maestro que sabe que ese fructífero entrelazarse de enseñanza y ejercicio profesional es condición imprescindible para quien intente ayudar a otros a recorrer caminos ya descubiertos, transitados y sufridos personalmente. En Barcelona y Las Palmas, pero muy especialmente en Madrid y Navarra, supo apelar a la razón y la emoción de los alumnos, enfrentándolos ilusionadamente al drama del papel en blanco.
Sus discípulos jamás olvidaremos ese talante apasionado, esa entrega sin horarios, su convertir todo en crítica reflexión arquitectónica, su capacidad de generar entusiasmo. Al cabo de nueve meses de clases, una sola cosa teníamos clara: que ya nunca podríamos abandonar la arquitectura.
A veces alguien, temblando por su temeridad, se arriesgaba a comenzar una imposible discusión con él. Aprendíamos, rápidamente, que el diálogo entre el que sabe y el que no sabe se llama enseñanza.
Es imposible olvidar su actitud, aunque no pueda precisar sus palabras. Sé que tras las críticas públicas de los ejercicios presentados, realizadas con su apasionada vehemencia, corríamos al tablero. Nos enseñaba a proyectar: “Se nos ha dicho que proyectemos hacia el sur, que abramos la casa a la higiene, la luz, el soleamiento. Un día, florece un cerezo al norte. Alguien abre una ventana para contemplarlo... empieza la proyectación”.
Muchas generaciones de arquitectos le debemos lo que somos. Muchos profesionales nos hemos contagiado de su entusiasmo, hemos aprendido de su lucha ante las dificultades de la profesión, de su inconformismo ante lo fácil, de su búsqueda constante de la belleza y la excelencia.
Pero si la universidad debe mucho al Carvajal profesor, la arquitectura española no debe menos al Carvajal arquitecto.
Fue becado en la Academia de Roma y, fruto de su estancia allí, surge el Panteón de los Españoles en el cementerio de Campo Verano: un recinto virtual, un espacio sugerido, ni acotado ni delimitado; un ámbito que subraya el protagonismo del entorno natural, del cielo y el perfil de la ciudad. Una pequeña obra maestra. En Roma bebe de la arquitectura racionalista italiana, conocimiento que aplicó en su primera gran obra en España, la Escuela de Estudios Mercantiles de Barcelona, referencia imprescindible en la arquitectura española del siglo XX.
También en Roma cristalizará su preocupación por dignificar el arte sacro. La Iglesia de Vitoria, junto a las de Puerta de Hierro y de Comillas, será ocasión para involucrar a jóvenes artistas (Gabino, Sánchez, Farreras, Vaquero, Labra) en una tarea especialmente querida, dada su profunda fe religiosa.
La aventura americana comienza con el éxito mundial de su Pabellón de España en la Feria de Nueva York. Es aclamado universalmente y nombrado miembro del Instituto de Arquitectos Americanos, lo que le permitirá codearse con los grandes nombres de la profesión en EE UU. Volverá planteando serias críticas al purismo moderno, que muchas veces y en no pocos ámbitos docentes se había convertido en un manierismo acrítico; pero que, sobre todo, no sabía responder a lo que Carvajal llamaba “arquitectura enraizada”, la respuesta a un lugar entendido como espacio más historia, o si se quiere como tradición cultural.
Las casas unifamiliares de Somosaguas serán su manifiesto. En ellas, convierte en suntuoso el hormigón y lo domestica, lo hace casa; demuestra que un planteamiento rigurosamente atento a las propuestas contemporáneas es compatible con el enraizamiento en la cultura de un lugar.
Hay muchas otras obras. Fruto de un trabajo obsesivo y una indesmayable dedicación, su sola enumeración marea. Mejor dejarlo así.
“Si he llegado a ver más lejos”, dijo Newton, “es por haberme encaramado a hombros de gigantes”. Carvajal ha sido un gigante generoso, que ha cargado sobre sus hombros a generaciones de estudiantes. Muchos, contagiados por tu entusiasmo ante lo que llamaba “belleza con razón de necesidad”, le debemos una visión larga sobre la disciplina arquitectónica, su historia y su enseñanza. Gracias por prestarnos tus hombros. Tú eres uno de esos gigantes.
Ignacio Vicens y Hualde es catedrático de Proyectos Arquitectónicos en la Universidad Politécnica de Madrid.
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