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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Doctor Pollini

En vísperas de su investidura como doctor honoris causa por la Universidad Complutense, Maurizio Pollini ha protagonizado la séptima de las caprichosas Noches del Real. No sé si por la feliz coincidencia del doctorado o simplemente porque le apetecía, el pianista milanés ha elegido un programa alrededor de los dos compositores que en cierto modo representan, por capacidad de síntesis y estímulo hacia el futuro, la esencia del teclado en los siglos XIX y XX.

El escritor griego Georges Séféris afirmaba que los dos máximos ejemplos de “lenguaje absoluto”, es decir, aquel que no tiene otro objeto que él mismo, no procedían del mundo de las letras, sino de la música, refiriéndose a Chopin y Debussy. Estos dos universos sonoros encajan a las mil maravillas en las inquietudes de Maurizio Pollini, que no solamente consigue en sus interpretaciones dar una imagen de época a través de las obras de ambos, sino que, en un ejercicio de estilo deslumbrante, llega a fascinar desde la más absoluta sencillez. Con brillantez y, a la vez, austeridad. Con rigor técnico, pero sin concesiones a la espectacularidad. Buscando la verdad, y encontrándola. Así su Chopin tiene un punto inquietante y su Debussy es de una luminosidad cegadora. La objetividad en el tratamiento pianístico del primero se manifestó particularmente en el Preludio op. 45 y, sobre todo, en el Scherzo nº 3. El lado cantabile y evocador brilló de principio a fin en un Primer Libro de los Preludios, de Debussy, verdaderamente mágico. Pollini es el piano en estado puro. Más aún: es la música en su expresión más desnuda y auténtica.

Las noches del Real

Con Maurizio Pollini al piano. Obras de Chopin y Debussy. Teatro Real, 2 de junio.

Es, por tanto, un motivo de orgullo para Madrid esa vinculación a la eternidad de esta ciudad gracias al doctorado de la Complutense. Como lo fue hace un par de años la concesión de la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes a Claudio Abbado. Es curioso. Los dos músicos que en la década de los setenta representaban el lado social y comprometido del arte de los sonidos con sus conciertos en las fábricas de la Emilia Romagna, ahora están unidos con Madrid de fondo. Hay que caminar soñando, decían entonces, emulando a Luigi Nono. Eran tiempos de utopía. Ahora son de desconcierto. Pero Pollini ahí sigue como un ejemplo moral desde el piano. Sobrio, sin aspavientos, con la música como definitivo argumento. Es un modélico Doctor de la Cultura.

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