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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Levantarse

Seguimos padeciendo todos los defectos del desamparo sin ninguna de las virtudes de aligerar el peso de una Administración excesivamente intervencionista

David Trueba
carlos rosillo

Aunque parece que poco a poco comienza a calar la idea de que para salir de la crisis también se necesita algo más que austeridad, la lentitud de las medidas de estímulo sobre las economías heridas es irritante. El plan de empleo juvenil será una inyección de dinero, pero carece de fuerza para resolver por sí solo el absurdo de que una parte importante de la población no encuentre manera de incorporarse al mercado laboral. Cuando uno atiende a la última polémica viva en España sobre si bajar impuestos o subirlos aún más, no puede dejar de observar que la Administración tiene mucha responsabilidad en el parón y en el desánimo. Los emprendedores, que es una palabra que en España se usa como inyección de moralina y poco más, se encuentran casi siempre con una barrera demoledora que tiene que ver con la parálisis burocrática, el sobreesfuerzo para superar las trabas locales y una surrealista manera de entender la supervisión.

Todo negocio en España tiene que superar una serie de zancadillas que acaban por imponer la desconfianza mutua entre el sector privado y el público. Las licencias muchas veces dormitan en un limbo absurdo, que se prolonga en el tiempo y que se resuelven de modo caprichoso. La privatización de ciertas oficinas estatales no resuelve nada, sino que aumenta la indefensión, la idiotez y la cojera. La primera solución sería la de facilitar la salida a la carrera comercial de una buena idea. Pese a que el Estado ha reforzado su fiscalidad porque anda con los bolsillos rotos, no suelta la cuerda que está ahogando la imaginación nacional. La incapacidad para reconocer nuevos sectores creativos, la falta de cintura para entender la nueva civilización, provoca este estado de cosas donde el ánimo particular se enfrenta al lastre de una Administración plomiza. Al contrario de la pregonada liberalización, que se usa como arma arrojadiza contra la protección de los ciudadanos, nadie se toma en serio que la actividad económica necesita un marco más abierto y libre. Seguimos padeciendo todos los defectos del desamparo sin ninguna de las virtudes de aligerar el peso de una Administración excesivamente intervencionista. Somos una ciudadanía huérfana, cuya madre solo aparece para cobrarnos el alquiler.

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