Emocionantísima tarde de toros
El festejo duró dos horas y media y nadie se aburrió Solo se cortó una oreja, pero quedó la sensación de que se había vivido una corrida histórica
Una tarde no apta para cardiacos; inolvidable y emocionantísima. Hubo toros, factor primero, de preciosas hechuras, serios, con cuajo, descarados de pitones astifinos; toros musculados, de mirada desafiante, encastados y dificultosos en todos los tercios. No sobrados de fuerza, hicieron una desigual pelea en varas, a excepción del corrido en sexto lugar, que acudió tres veces al caballo del excelente picador Tito Sandoval, que se ganó una de las grandes ovaciones.
Hubo toreros de una pieza. Antonio Ferrera estuvo hecho un tío, torerísimo toda la tarde, y se subió a la cumbre por su valentía espectacularidad, imaginación y capacidad lidiadora. Una de las corridas más completas de este torero en Madrid, que lo reconoció como gran figura del toreo. Javier Castaño hizo una faena extraordinaria a su segundo, cimentada en la mano izquierda, y un ramillete de naturales fueron sencillamente grandiosos. Y Alberto Aguilar tuvo peor suerte con su lote, pero estuvo a la altura que de él se esperaba, valiente, entregado y decidido.
Martín/Ferrera, Castaño, Aguilar
Toros de Adolfo Martín, de excelente presentación; especialmente los corridos en primero y sexto lugares, aplaudidos de salida; cumplidores en los caballos; el sexto acudió tres veces de largo, aunque no hizo una gran pelea. Encastados, sosos y con dificultades en el tercio final.
Antonio Ferrera: estocada (gran ovación); estocada y un descabello (oreja).
Javier Castaño: casi entera trasera y atravesada (silencio); dos pinchazos _aviso_ y un descabello (vuelta).
Alberto Aguilar: estocada (ovación); tres pinchazos, media _aviso_ y un descabello (silencio).
Plaza de Las Ventas. 30 de mayo. Vigésimo segunda corrida de feria. Casi lleno.
Y hubo más: dos toreros de plata, David Adalid y Fernando Sánchez protagonizaron dos tercios de banderillas inconmensurables. Desde la más clásica ortodoxia, colocaron seis pares que merecen figurar en un cartel de toros.
En conclusión, que el festejo duró dos horas y media y nadie se aburrió. Que solo se cortó una oreja y quedó la sensación de que se había vivido una corrida histórica. Es que cuando hay toros y hay toreros…
Antonio Ferrera llegó a Las Ventas en la plenitud de un triunfador. De otra manera no se puede entender su encomiable disposición, su perfecta colocación, su inteligencia en la cara de los toros, su variedad y, por encima de todo, su saber estar. Ferrera alcanzó la cumbre, su cumbre, la que pueden y deben alcanzar los héroes.
Su primero era un tío, de enorme presencia, al que le puso un par de banderillas por los adentros que levantó al público de sus asientos. Pegajoso, soso y sin codicia en la muleta, Ferrera dictó una lección de pundonor y lo obligó a embestir, siempre con la muleta retrasada, eso sí, pero metido entre los pitones, sin perderle la cara y aguantando parones de miedo. Ferrera fue largamente ovacionado porque dignificó la torería. Y la culminación le llegó en el cuarto. Lo recibió con apasionadas verónicas. Dirigió a la perfección la lidia en el tercio de varas, dejando al toro colocado en el lugar adecuado y haciendo oportunas observaciones al piquero. Después, se sirvió del capote para banderillear. Tras colocar al toro en suerte, dejó la tela, de pie, en el centro el ruedo, y el torero se mostró parsimonioso, variado e imaginativo en tres pares de categoría, entre lo que sobresalió uno al quiebro por los adentros, que cerró con un desplante rodilla en tierra. Como casi todos, el animal no colaboró en el tercio de muleta, el torero se mostró dominador y lo mató de una estocada ejecutada a ley. Una tarde gloriosa la de Antonio Ferrera.
Javier Castaño sufrió una herida en el primer dedo de la mano derecha cuando muleteaba al bronco y deslucido segundo; pasó a la enfermería, de donde salió para matar a su segundo, lidiado en sexto lugar. Otro toro de museo. Guapo de verdad.
OVACIÓN: Los banderilleros David Adalid y Fernando Sánchez y el picador Tito Sandoval ocupan con todos los honores el podio de la torería.
PITOS: En tarde como esta no se admiten pitos; no fue una corrida redonda, pero mantuvo la emoción y la intensidad.
El gran picador Tito Sandoval explicó en una lección interesantísima cómo se debe picar un toro, cómo llamar su atención, cómo hay que mover el caballo, cómo darle el pecho, clavar la puya en el sitio justo y medir el castigo. Hasta tres veces acudió de largo Marinero, aunque no hizo una pelea propia de su acometividad. En la muleta, noble y soso, permitió que un arrebatador Castaño dibujara un manojo de naturales largos, hondos, emotivos, hermosos y perfectamente abrochados con el de pecho. La faena fue ganando en intensidad al tiempo que el torero se cruzaba entre los pitones y trazaba los muletazos que parecían imposibles. Mató mal y la vuelta al ruedo fue apoteósica.
Dicho queda que no tuvo opciones Alberto Aguilar, que volvió para sustituir al lesionado Fandiño. Lo intentó en todos los tercios, y hasta tres templados naturales le robó a su primero, sin clase ni recorrido. Y el segundo, tan reservón como los demás, le perdonó la cornada.
Y que no se olvide la gesta de David Adalid y Fernando Sánchez. Quede claro que es difícil banderillear mejor. El segundo de la tarde se paró en los medios y hasta allí llegó Adalid, cuadró en la cara y dejó un par en todo lo alto; y va Fernando, se acerca al toro andando con chulería, las manos bajas, y dejó un par de época. Y un tercero de su compañero, con un desplante final, a dos metros del toro, que compuso una imagen desbordante de torería. En el otro, nueva exhibición de esta pareja: Otra vez, dejándose ver Adalid, ganándole la cara al toro con lentitud, cuadrando en la cara, levantando los brazos y clavando en la cruz; otra vez los andares despaciosos y toreros de Fernando Sánchez, la plaza arrebatada por la emoción, y un instante final que sonó a ráfaga histórica.
Por cierto, se preguntaban en el tendido, ¿si lo hemos pasado tan bien con toros de verdad, bien presentados, encastados y dificultosos, por qué nos engañan todas las tardes con los juampedros? Ay, amigo…
Babelia
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